¡Se trata de España!
Por Antonio Domínguez |
Cualquier tipo de variada y multifacética
ineptitud imbécil que exista, puede tener sus ventajas para
sobrevivir-subsistir, por tenernos que ganar a diario la amistad, el amor, el
respeto, la admiración y todos los demás vienes que nos pueden y nos chiflan…
teniendo estas personas un género amplio y muchos iguales también, tienen la
ventaja (lógico) de tener mucha gente con quien entenderse (no soy tan
hipócrita de encuadrarme “en estas habilidades”), sin embargo, hay un pequeño y
sutil placer del que todos estos tipos no disfrutan porque tienen metido en su
tosca cabeza que la adulación tiene parentesco con la fealdad o estropicio
grande. El placer que nos hace sentir la adulación bien o mal hecha, y que
todos se empeñan en decir que no lo sienten, con el clásico: “A mí no me gusta
que me adulen”, cuando esto es un verdadero placer si se supiera y se conociera
la sinceridad absoluta del adulador. Pero como la propia adulación es
necesariamente carente de sinceridad, ya lo sabemos todos, y también conocemos
la maestría y grandes dotes de algunos para ejercerla, tanta, que no se le
puede decir de tan bien que lo hacen: “vete por ahí adulón”, o sea que no se les puede combatir,
digo les puede porque a mí no me adula nadie no tengo nada que dar, de lo
contrario, digo, simplemente que me encantaría
fuera o no sincero el adulador. Soy
humano e hijo del hombre, pero de verdad y no me puedo resistir a la mas mínima
debilidad; mi esencia no es divina ni santa de santísima devocion.
Es por lo que los de “entereza humilde”
fingida, en ejercicio de auto defensa absurda que no conoce claro raciocinio al
respecto de los sentimientos de goce con los que a nadie perjudica el mortal, el
adulado huye de los aduladores y en el mismo ejercicio de auto defensa necia e
incoherente dice el manido dicho de: “a mí no me gusta que me adulen”. Con lo
que se convierte en muy mentiroso porque ¿a quién le amarga un dulce? ¿A quién
no le gusta, sea verdad o mentira, que le digan que es alto, guapo y tiene los
ojos azules, que es muy listo, que es muy mañoso, que es muy bueno, que va para
santo etc.?
Entonces, ¿qué es lo que pasa aquí? Cuando un
tipo le dice a otro: “adulón” con desprecio tiene que conocer de primera mano
la condición personalidad y conducta del adulón. Luego, si conoce de primera
mano la condición del adulón, es que ha sido adulado por éste, y si ha sido
adulado por éste, y a tenor del
desprecio con que hace el comentario de repudio despectivo, a lo que le ha
dicho el adulón en materia de adulación, que no acepta por la ñoñería misma del
manido dicho, tiene que reconocer el
adulado que no es merecedor de los elogios que se le imputan. Porque de no ser
así incurre en inmodestia, o de ser verdaderos y repudiarlos incurriría en
mentira por modestia. Quizás obedezca todo a que nadie se siente seguro ante
piropos ajenos. Comprobado que siempre es la lisonja la preforma del chinche
que entestecía para extraer sangre hasta el hartazgo.
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