Creencia vs jerarquía.

Por: Sergio Naranjo
La confusión entre creencia y jerarquía ha formado parte desde siempre en el catolicismo, aún más en el español, tan acostumbrados todos a purificar cualquier autonomía -y no digamos libertad- con concurridas y brillantes hogueras. Lo malo que tuvo aquella expresión de lo religioso, además de extenderse en muchas de sus formas desde Carlomagno hasta Juan Carlos I, es que cuando alguien ataca a la Iglesia, lo hace atacando también a la creencia. Y para darles la razón, los creyentes defienden de manera numantina que son la misma cosa el Sermón de la Montaña y los discursos de la Plaza de San Pedro.
No resulta extraño entonces que aquel movimiento del que formó parte este patético escribidor a fines de los setenta se viera atacado desde dentro hasta su exterminio. Creíamos en un cristianismo social, al lado del pobre, del obrero, del necesitado. Quisimos educación, cultura, formación. Nos quitamos las sotanas, las tonsuras -especialmente las mentales- y fuimos laminados por la naftalina, el almidón -especialmente los mentales- … y la condena se impuso al perdón; la sentencia a la comprensión; el dogma a la libertad; la autoridad a la voluntad.
Resulta patético observar hoy día el resultado de aquella involución, en la cual muchos creen ciegamente, pues la tienen en algún caso por obra del Espíritu Santo: los templos se vacían; la transmisión a la siguiente generación se divide por muchas cifras; en algunas parroquias permanece la actividad sólo gracias a impulsos personales, mientras en la mayoría toda actividad decae. El catolicismo español se identifica y confunde con un partido político; trabajan el uno para el otro; expulsa opiniones disidentes de ambas formaciones a la vez.
Inmiscuidos en el frenesí de la política, los contraataques no tardan en llegar. Y allá van los partidarios de los jerarcas, sin asomo alguno de autocrítica, a responder bala por bala. A soslayar el gobierno de una sociedad plural desde sus altares, a conservar prebendas que en los tiempos actuales resultan ya grotescas. Se reivindican en acciones sociales que a ojos neutros resultan de difícil comprensión.
La inspiración cristiana en actos caritativos es indudable y consustancial a la creencia. En ella se basan los pequeños grupos parroquiales que reparten un mínimo de supervivencia entre los pobres. Nadie les niega respeto y admiración a quienes dan su vida por los demás, a quienes ponen sus esfuerzos para la Justicia. Pero... los comedores sociales, los voluntarios, los presupuestos, los gastos de suministro y tantos otros, provienen de instituciones, de particulares, de donaciones.
¡Ay! Aquel cristianismo mío era de estos. El otro es el que se apodera de lo que no le pertenece. Como aquellos primeros apóstoles, me sentía satisfecho de cualquier flagelación en nombre de Jesús. Aunque el látigo hubiera sido empuñado por los actuales fariseos. Esos que nunca supieron qué es nacer a una vida nueva.

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