Los creyentes y los no creyentes
Por: Luis C. García Correa y Gómez |
No existe la menor diferencia. Todos somos iguales. No nos diferenciamos en nada. Unos tienen unas creencias éticas y otros religiosas.
Nadie es mejor que nadie. Un creyente puede ser peor que un no creyente. El supuesto es doloroso, me apena hondamente, porque hemos nacido para ser santos y gozar de la plena felicidad, aquí y en el cielo. Pero es un supuesto real.
Unos creemos en la existencia de Padre Dios. Otros no.
Personalmente no deseo cambiarme. Siempre digo: "si Dios no existiera, tendría que inventarlo”. Me ha hecho tantos favores, me ha reconfortado e inclinado al bien que hace que me sienta protegido y oído. Es mi experiencia personal.
Desearía que toda la humanidad tuviese esta feliz y sencilla vivencia.
¡A lo mejor es así! Ruego a quien quiera y pueda, me sigan ayudando y diga qué siente y piensa un agnóstico, o un ateo.
Quizá ahora vivamos un momento de mostrar las creencias. Habrá creyentes malos y no creyentes buenos, y viceversa.
Hay que demostrar si somos o no consecuentes con nuestras creencias, creyentes o no.
Somos materia y espíritu. Llamo pecado al mal absoluto. ¿Alguien lo pone en duda?
Tenemos que alimentar el espíritu con comida espiritual. No sé cómo se alimentan los no creyentes
Entiendo que la moral de los no creyentes estará basada en convicciones y prácticas éticas. Los católicos lo tenemos claro: cumplir con los Mandamientos, en especial el primero: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Y esto nos debe llevar por el camino de la oración, uno de los grandes alimentos del espíritu.
Confiamos, también, en la promesa de Jesucristo: “estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”
Esto refuerza mi creencia en el Más Allá. Me quita la tristeza y el vacío de creer que aquí se acaba todo. Que un criminal sin arrepentimiento tenga la misma compensación que un santo. Pero esto lo creo yo.
Quiero apasionadamente al ser humano, y le deseo la plena felicidad, hoy y siempre, antes y después de la muerte.
Cualquier bien me alegra y cualquier mal me apena.
Benditos seamos todos. Que todos gocemos de la plena libertad – bien incalculable y de enorme responsabilidad - y de la plena felicidad.
Tratemos de ser buenos y el mundo nos corresponderá, el cuerpo descansará y el alma resplandecerá.
Si somos no creyentes, acordémonos de todos. Si somos creyentes, recemos por todos.
Participemos todos en la búsqueda del bien común, que es el suyo, es el mío, que es el nuestro.
Creyentes y no creyentes, tratemos de ser buenos y el mundo nos los agradecerá. Es lo que nos hace iguales. Es lo que deberíamos tratar de ser.
En la espera deseada que nuestra participación elimine el mal que nos rodea, y podamos ser para lo que hemos nacido: santos, libres y felices.
Con todo mi cariño, esperanza y admiración a doña Viviana y a don Luis Ángel, como a todos los que me responsabilizan leyendo mis escrtios, reciban el deseo que gocen de la plena felicidad.
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