Me echaron el guardia en un supermercado de Tamaraceite
Por Antonio Domínguez Herrera |
Les
cuento en relato simple, pero exacto, lo que en una gran –pero pequeña en su
gestión- superficie, el jueves a la tarde padecí. No doy nombres de los
depreciados y de lo depreciable porque parezca esto un invento, o una
suposición, o una presunción.
Iba
con mi hermano Perico a comprar el jamón cocido y la mortadela y me quedé en la
sección de vinos y rones a esperarle; acorralado él en magnífica cola.
He
de decir que se me va la noción del tiempo, cuando espero a alguien metido en
compras en el supermercado. Cuando parece que estoy mirando vino (en este caso)
a lo mejor, estoy reflexionando un artículo que me inspira cualquier momentánea
calamidad observada. Yo declaro que ya llevaba bastante tiempo, prácticamente
estático, adorando la estantería; cuando vi salir a un tipo regordete, blanco
como la leche, pelado a la moda maleante presidiario, chico ataponado y rayando
el enanismo físico. Más que cara de subnormal, paranormal o anormal, tenía una
cara de tolete… ¡¡Ay mi madre
santísima!!
Como
venía diciendo, salió moviéndose rapidísimamente él a mover las botellas de la
estantería al mismo alto ritmo, haciéndose el que reordenaba la botellería. Me
dirigí a él, a pesar de que sabía que me estaba expulsando, y le dije, por
averiguar algo salido de aquélla reducida cabeza: ¡Ay que ver lo lindas que son
las etiquetas en botellas de las bebidas alcohólicas!, y él me contestó con extrema amabilidad que respiraba escondida
trampa y maledicencia: ¡ya usted ve, a mí los vinos nunca me han llamado la
atención¡, etc. El muy ladino, me escuchó hasta que llegó el avisado guardia de
seguridad que se posó desafiante y disuasorio en la esquina de los vinos de a
12 euros.
En
cuanto llegó el vigilante, el de cerebro de mosquito se fue a otra parte
moviéndose deprisa. Al guardia, flaco y largo como las esperanzas de un pobre,
seguramente le inspiré honradez y noté como si sintiera vergüenza, el pobre
hombre.
A
todas éstas, Perico no aparecía y yo hablaba con el guardia. No me contestaba,
pero me sonreía con mucho respeto y complicidad, diciéndome en las mudas
lenguas que él no podía hacer sino lo que le mandan. Y de ello, estoy seguro.
Ya
tenía mi monólogo en marcha, al cual el guardia sonreía (buena persona), cuando
vino otra vez el retaco a decirle al guardia cosas de un partido (fútbol), de a
qué hora era; todo ello en una meridiana torpeza, sin pedir permiso para romper
una conversación de gente mayor, yo de voz y el guardia de asentimiento en el
silencio.
Cuando
Perico llegó de la charcutería, le dije en voz alta: ¡Perico me echaron el
guardia!, Perico le miró y el pobre joven le miró elocuentemente. A pesar de lo
que se aplicaron y se me aplicó para echarme del establecimiento. Y si bien el
seguritas se pasó de educado, el otro, el mequetrefe, también lo fue en la
primera vez que me dirigió la palabra, para ganar tiempo (si bien me faltó
luego el respeto, metiéndose en conversación sin permiso, como se dijo antes).
Como
internet se lee en el mundo entero, voy a hacer una sugerencia. Sabemos que, a
vigilar los pasillos a través de cámaras, no se pude poner a Aranguren o a
Einstein. Por lo tanto, hay que poner al que no sirva para otra cosa. Aquí
viene lo bueno, porque a estas personas no se les puede confiar que piensen por
sí mismas, mientras los clientes vayan bien, excepto cuando un cliente se salga
de madre; ponerle obligación fija para que responda; jamás permitirle hacer
nada de libre albedrío.
A
mí me parece bien que encargaduchos o personal seguritas de turno, vigilen por
todos los medios sus mercancías, para eso le pagan. Extraordinario me parece
que no dejen entrar a quien haya robado antes en la sala, convicto y confeso.
Es extraordinariamente legal, y lo aplaudo, que a individuos que se han cogido
aunque sea una vez robando –de dejarlos pasar- se les ponga un guardia detrás.
Pero a individuos que no se les haya cogido nunca, ni en la más mínima simpleza
(de ser sospechoso), hay que vigilarlo
exclusivamente desde los cuartos de cámaras. No se las puede dar,
cualquier macaco, de catedrático en estudios por acción de la mirada y gestos.
No hay una ley que prohíba al cliente deambular desde la mañana a la noche en
cualquier tienda.
Las
caras de las cajeras eran un poema cuando pagábamos los embutidos, aleccionadas
por pinganazos, de los bandidos con quienes habían de tener cuidado extremo para
que no pasemos nada sin pagar. Las cajeras no contestan, se tupen, con cara de
becerras añojas y las personas allí reunidas intuían que algo hemos hecho
porque nos miraban con el rabillo del ojo. No se puede acorralar a una persona
para expulsarla de un local público y con maneras de buena crianza echarles a
la calle como agua sucia, poniéndole un guardia a pisarle los talones para así
no tener que estar más tiempo pendiente de la cámara. Si cada vez que el tolete
en cuestión equis cree ladrón a cualquiera tatuado, por ejemplo, ¡que lo están
todos!, y lo espanta para que se vaya, podrían quedarse sin un solo cliente,
porque a saber quién es el macho que no tiene un equipo o es vago o carnavalero…
o está tatuado. ¡¡Por esa locura habría que vigilarlos a todos!!
Parece
mentira pero hasta el capital está necesitado de sugerencias; porque se
equivoca a pesar de poder pagar toda ciencia y lo que sea. Los negocios de
alimentación se destacan (y nunca caerán) por la suficiencia de sus empleados.
Vale más subir un poquito los precios y armarse de personal con conocimientos
totales de, para lo que se trate.
Muchas
veces (el capital cuando se equivoca) deja ese gran grueso cabo suelto; si no
se amarra a tiempo viene la ruina; grandemente antes de tiempo.
Comentarios
¡Todos los días¡ se cometen conductas vejatorias al cliente, por exceso de celo, y nadie las denuncia por temor al que dirán de: ¿será verdad que el tipo intentó mangar?.
Por todo ello ¡ole¡ por su valentía D. Antonio.
No puedo dejar pasar que declara mi quebranto, de, una realidad como un templo. Ha sido capaz de ver un gran sufrimiento en mi lenguaje. A todo esto le doy a usted las gracias y me quedo con la alegría de que usted haya considerado mi reflexión de: muy buena.
Antonio Domínguez.
Antonio Domínguez.
Antonio Domínguez
Cuando uno se encuentra frente a frente con el exceso de celo despachándose a placer, sin que nada se pueda hacer, se queda uno mudo. A pesar que a mí, en mi caso, me dio por la locuacidad. Sea verdad o mentira; no lo puedo saber, es, que me quede en ese extravagante momento, loco como veleta inmersa en un mal sueño. MUCHAS GRACIAS COMPAÑERO/A.
Antonio Domínguez.
Siga así.
Me ha pasado varias veces, la última
antes de Reyes...Pasas porque honestamente has comprado y no tienes nada que ocultar y...¡Alarma que te pego!Y te empiezan a sacar cosas de la bolsa y pasarlas por el aparato a ver la que suena. ¡Y a todo esto te "agarras" un mosqueo qué pá qué! Luego a una le da pena que le llamen la atención a los dependientes...