La Vida...¡Sucia miseria!
Por Antonio Domínguez |
Espeluznante es, el proceder del yo fanático... de
las “chicas de la sociedad” en Caritas, salidas totalmente de las nobles intenciones, ¡aun a su
pesar!, por metidas en el afán belicoso y en las guerras del aparentar (esto sí
que no se les olvida, porque lo tienen siempre presente: huir a toda velocidad
de su ascendencia allá arriba en un barranquillo perdido; a la que no da un
duro, ni de ella quiere saber). Materializase esta actitud en el casamiento que
hacen de la arrogancia y la piedad; de la riqueza y de la elegancia social de
desparramar; si no a manos llenas; es
porque no pueden (que más raros matrimonios se han visto). La meta de todas
ellas es ayudar económicamente a mayor número de pobres que su inmediata enemiga,
más que adversaria, compañera de vicio.
He conocido de primera mano (en mis etapas de largos
años recorriendo las islas), un caso específico de este modo de proceder.
Tratábase de una familia latifundista (a escala de Las Canarias, no estamos en
Australia), exportadora de sus productos. A pesar de no estar muy dotados,
tiraban las manos al piano, balbuceaban poéticamente impertinencias en el
casino, escribían obras de teatro que no pasaron de su estreno, emanadas éstas
de la realidad mimosa y acomodada de su autor; no es de extrañar que la
candidez ignorante, que da el conocer sólo la cara mas muelle de las que,
infinidad tiene la vida, haga que
parezcan insulsos a la vista de los demás, tanto ellos como su obra.
No hubo monjas en esta familia. No hubo necesidad,
todas se casaron; una con el colindante norte, otra con el colindante sur, otra
con el este y otra no se pudo casar con el del oeste, porque uno de ellos
lindaba con dos puntos cardinales, el sur y el oeste. Qué paradójica suerte,
siendo sólo tres hembras casaderas en la familia, y por toda belleza, la de sus
propiedades (deslumbrantes, por supuesto).
Empezaron las féminas a practicar la caridad con
pobres que no conocían de nada, sino a través de las asociaciones humanitarias
a las que pertenecían.
A los pobres que conocían, los cuales tenían muy
cerca, en la servidumbre y en las explotaciones, parecían no importarles y eran muchas las chicas de la
limpieza, mandaderos, jardineros, mozos de almacén, labradores, vaqueros
criadores de animales, etc. A estos les pagaban sueldos miserables, vigilaban
lo que comían las chicas que tenían de continuo en la casa, y hasta lo que
decían. Y cuando caían en desgracia mayor y salían por la puerta grande, no
despedidas, obligadas por la necesidad de ganar un sueldo mayor, el cual
tampoco les alcanzaba para la supuesta desgracia o enfermedad que pudieran
tener en casa (no olvidemos que en aquellos tiempos no había inseguridad
social), ellas les instaban visitar las asociaciones benéficas a las que
pertenecían, para, una vez allí, valerse de gran parafernalia y propaganda para
hacer lo más pública posible su dádiva. Quedaban de concierto, dueña y excoriada (ex criada), que
le daba, por ejemplo diez mil pesetas, si decía ante sus competidoras que ella
era su benefactora y que había sacado a
sus hijos adelante gracias a la caridad de su señora.
A pesar de que la vida no dura ni un minuto con
respecto al tiempo, ¡Cuán grande debe parecer cuando en ella se pasa de la
abundancia a poquito más de lo imprescindible!
Y esto fue lo que tuvo que transitar esta familia;
que pasaron del bienestar a la inanición no extrema, aún más torturadora
todavía para estos seres; ya que no les da opción inteligible a quitarse de en
medio o del medio total (vamos, del mundo).
Dilapidada la fortuna material por el gasto compulsivo
que aqueja a todas estas personas; los varones, con sus juergas, sus queridas,
sus apartamentos picadero, sus viajes al extranjero a ver un partido de
fútbol(No se entiende qué partido de fútbol, por muy en el extranjero que sea,
pueda costar quince millones, por ejemplo), y suma y sigue, y etcétera,
etcétera, y lo que va sobrando lo van empleando, las féminas de la casa, en
satisfacer el vicio más caritativo y caro del mundo: La caridad: sumidero con
capacidad de tragarse el mundo si por él lo vierten.
Estas personas nacieron de pie, encontrando como
maná, en sus primeros pasos, una nevera llena de leche y mantequilla, no
conociendo nunca el más mínimo sacrificio para conseguir algo, entregados a
vida relajada, quizá tanto o más mala de llevar, por licenciosa, competitiva y
de enfrentamiento oposición y desafío, frío y gélido del aparentar; que no
afloja ni en el sueño-descanso.
Juntándose el
hambre con las ganas de orinar en este
declive, ya que a las arruinantes piruetas se sumó la caída en picado del plátano, explotación agrícola que
poseían.
Ha fallecido ya toda esta familia, a excepción de
una sola mujer que queda, viuda, con hijos, cuya actitud para el estudio era
cerril y negada, pero que sin embargo gozan, independizados hoy, de unos estupendos
empleos conseguidos antaño en la tremenda fertilidad de los saraos; en clubes
de la más cara matrícula.
Esta señora, vive ahora sola en la casa solariega
(el único inmueble que le queda, amplio, de no sé cuántas habitaciones, de
paredes altas y techos altos, lúgubre, que no parece sino la tétrica casa del
conde Drácula). Jubilada como médico cabezudo (de cabecera), que tuvo que
empezar a ejercer arruinada; enchufada por las viejas amistades, casi a las
postrimerías de la edad laboral, para
correrse luego de placer en las tertulias de Caritas Diocesanas, comentando
casos, muy de pasada, y como quien no quiere la cosa, con respeto, con
cariñosos arrumacos entre ella y las que están todavía arriba y, con mucha
consideración y caridad, faltaría más (son hijos de la Iglesia); hacen leña del
árbol caído; en la que ya no viene porque enfermó, se murió, se arruinó o las
tres cosas a la vez.
Ésta adinerada que fue y ya no es sigue víctima de
los vicios que contrajo un día. Cómo alcohólico terminal mendigando una copa,
sigue frecuentando las obras de caridad, prácticamente no sólo con su presencia
física, porque la paga del retiro sí que obra milagros supuestamente, hace mil
y un apaños económicos en su casa y necesidades, presuntamente, para poder
disponer aunque sea de una pequeña cantidad de dinero, que reparte a céntimo
por pobre, siendo el hazmerreír de todas aquellas malvadas señoras, que si son
mujeres de albañiles venidos a mucho, por ser éstas prácticamente analfabetas,
hasta se pasan. Pero la señora, ya vieja y aturdida, o no se da cuenta o no se
quiere dar cuenta; como la persona adinerada que fue; que se obstina en vivir
en pasado, prototípica esta actitud en todos los vicios humanos.
Sigue, esta soberbia y pobre señora, perteneciendo a la obra social
de Caritas Diocesana, misa va misa viene, ¡misas hasta con café con leche!; que
de nada sirven, por lo menos para la falta de dinero. Estirando de forma
majadera lo no investigable de la pensión que cobra, sirviéndose a sí misma,
sin sirvienta alguna ni nadie que la acompañe, afrontando con acrobacia los
gastos de la casa, para presentarse con cuatro perras y la cara dura que da el
haber sido alguien en lo económico en los locales de la “magna” institución.
Pero, qué triste debe ser para ella (a pesar de la
valentía que le da el sempiterno estiramiento que no abandona) ver cómo la
mujer de cualquier tahúr prevaricador, o peor todavía de un albañil analfabeto,
que empezó cogiendo metros de encalado a destajo, que más tarde trajo del
pueblo a sus dos hermanos y luego a sus primos, siguiendo por los amigos y
vecinos, y ha llegado a tener hoy en día una compañía constructora, con sus
empleados.
Son miles y miles de personas a quienes ha arruinado
la caridad, porque, para ejercerla hay que pasar primero por las más caras
zapaterías, por las imposibles “incomestibles” boutiques y joyerías,
mantenimientos de segundas, terceras, cuartas residencias en Tafira, Santa
Brígida o Teror, etc.
Las personas que se pueden sentir aludidas por esto caben en dos
estadios. Por lo tanto siéntase usted tranquila/o, porque lo suyo aunque es
grave igualmente, aquí, puede ser pura coincidencia, o sea que no tiene que ser
necesariamente este su caso. La caridad cuando se lleva su desastre a alturas
de placer, no deja de ser una manía como el bingo, en este caso, el casino para los ricos. La caridad
acaparadora de pobres a lo bestia, para salir por encima de los poco amigos ¡no
adversarios!, contrincantes, es arruinante; como el acaparacionismo primero de
los apartamentos en Maspalomas; pero con una diferencia, los apartamentos se
podían volver a vender y el hecho y el acto, lo bendice Dios. La caridad no la
bendice Dios, ¡¡es imposible!! Porque ¡es una afrenta de Dios! Se produce como
consecuencia de tener que paliar bandidajes, ladronescos, manilargos tomadores,
delincuencia de guante a todo color, prevaricaciones, fechorías,
contraversiones, ilegalidades, etc etc. Se produce como consecuencia del
adobamiento del mundo por cuatro, para luego freírlo; se me da lo mismo que por
ocho. Todo ello trabajo es, de la justicia universal; no se puede paliar tanto
dolor y desorden humano invocando a Dios en la caridad y la limosna; por los
auténticos demonios que estamos aquí tirándonos cuchilladas y tiros; robándole
la comida a África, La India y América
del sur, etc. Eso sí, les mandamos legiones de curas a servirles arroz hervido
sin sal, a cambio de adoctrinares, para desalarles por el miedo al pecado y
frenarles literalmente su vida personal para hacerle figura estática en museo
de cera: un cristiano. Sin derecho a gozar; sin derecho a desear; sin derecho a
amores a mano. Sin derecho a correrse en sueño: ¡a ver qué culpa tiene uno si
está dormido!; sin derecho a desear los bienes ajenos (¡ni hablar! De robar los
bienes ajenos, ni de incurrir absolutamente en nada estatuido como malo en la
ley de los hombres; no estoy diciendo eso,
pero, ¿porqué se me prohíbe a mí desear un yate con las griferías de
oro, como el de Onasis?); ¿porqué he de
santificar las fiestas, si ellas no tienen nada que ver con la santidad?
(vamos, hablo de fiestas en condiciones).
El pecado de lujuria lo inventó un loco; si una
mujer tiene treinta años fértiles –suponiendo que esté “dando leña” durante
ellos- tiene que tener treinta hijos (treinta saltos)para no pecar; luego si
tiene tres que es la media, ¿ha de conformarse con solo tres saltos fecundantes
ella y su marido y dormir de espaldas para los restos?. Con lo de la gula yo
estaré condenado, pero cuando estoy haciendo una panzada de una comida que me
gusta mucho y a deseos, estoy en la gloria y la valoro; porque vale más pájaro
en región metacarpiana que pi elevado al aire. Etc etc.
Demostrado está que los pobres no tenemos “pecados”
capitales. No tenemos avaricia puesto que no tenemos el dinero: su fruto. No
tenemos pereza: si no trabajamos no comemos. No tenemos ira; yo no sé ahora,
pero antes la ira era un mal negocio para los pobres. El que se ponía iracundo
lo llevaban pá bajo y cuando le traían para arriba, el más sano traía una oreja
arrancada.
Envidia sí tenemos, pero a lo pobre, somos pobres
hasta para envidiarnos entre nosotros; sería demasiado envidiar a Henri Ford
¡ni se nos ocurre! A envidiar como Dios manda, les animo, mientras no sea
delito.
Si la soberbia es una confianza entera en uno mismo
y deriva en la vanidad, esa la disfrutamos todos; soberbios y vanidosos sin
muchísimas diferencias lo somos todos; a todo lo que sea hombre le pasa lo
mismo ¡si está tenido por Dios no! La soberbia y la vanidad son a ramalazos muy
esporádicos. No se apodera de un ser de la mañana a la noche, pero, nadie puede
en buena lid llegar a la tremenda soberbia vanidosa de decir que a él no le ha
tocado alguna vez mínimamente la soberbia.
Como usted
sabe; por si acaso se lo recuerdo, la soberbia y la vanidad no son un delito. Ande
con cuidado de que no se le note su natural soberbia vanidosa, porque se la
hará notar y le acusará de ellas el más soberbio vanidoso. Eso sí, desde la
hipocresía, con sus grandes soberbias y vanidades muy bien escondidas. Al final
somos cachos de carne peluda montada en huesos. ¡Y con ojos!
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