La respuesta es solo una pregunta
Por Antonio Domínguez |
Todas las preguntas, pareceres,
opiniones y demás tienen
incontrovertiblemente una edad mental. ¡Nada se gana con ochenta años decir una
grandeza si ya la tiene dicha un chiquillo de catorce! Por eso esa grandiosidad
se queda en el niño de catorce, que empuja a esforzarse a decir a los ochenta,
cosas, dignas del tiempo de vida, esfuerzo y la sabiduría que da “la larga
lección… la larga distancia”.
Ocupamos la vida y nos vamos
cuando nos parece. Aun no siendo conscientes “decidimos el momento de abandonar
el andar (la tierra no se abandona), de ello se encarga pequeño choque en la
unificación neuronal que descalabra hormonas y defensas”.
Ya en tal caso es la vida quien
nos ocupa, ¡y también se nos va! Nos ocupa y preocupa en la relación con el
planeta; clima, vegetación, fauna, y sobre todo con nuestros congéneres. Cada
humano le hinca todo lo gravoso de su devenir -que le haya salido mal-, al
resto de los humanos, en el número de individuos que a él le hagan falta. En
ellos recae todo lo abrumador de nuestra existencia; siendo incapaces de
reconocer, que todo lo que culturalmente somos se lo debemos a ellos. Sin
embargo no soportamos otras políticas, otras ideas, otras religiones y ninguna
forma de ver que no sea la nuestra. No nos percatamos del porqué repugna lo ya
probado, reprobado, y es porque lo cercano, lo conocido nos despierta temor
instintivo a que nos cuelen afinidades que no hemos querido nunca. Odiamos el
egoísmo (ego) ajeno y el gran batir de expeditivas teorizaciones; cuando lo que
en verdad somos es pancistas y pobres a la vez. No llegamos a comprender que la
unidad cerebral hace la fuerza intelectual. Todo se debe al miedo a los otros,
al otro; que le miramos como a enemigo potencial ignorando que las personas
solo son auténticamente peligrosas cuando son íntimas amigas/os, o también
esposas, esposos; entonces es cuando las hacen gordas; el resto en lo que a
daños no infiere; y porque nada vale, daño de valor no puede. El hombre torpe
aspira a estar lleno de sí mismo, sin mezcla alguna procedente de otro cerebro.
Si no le queda otro remedio que usar pequeña enseñanza, lo hace desde la nausea
del hombre por el hombre, creándole el natural salpullido el solo roce de
mínima idea foránea.
Dejando a un lado las lecciones
de psicología para los que crean saberlas dar, la razón de este
entretenimiento es para dar a conocer
(por si le sirviera a alguien) cuan equivocado estuve hasta más de la mitad de
mi vida, con respecto a los demás. Por eso me sorprende el cariño de todos
ellos; que son mejores que yo sin duda, por sus gestos y “gestas” inteligentes,
capacidades, profesionalidad, etc. Hasta que no empecé a dejar atrás la
jodientud me parecían todos iguales: un murmullo circundante y fatigante.
¿Quizás por mantener mi absurdo ego por todo lo alto? Ahora veo lo bajo que
estaba mi nivel ¡¡Cuánta miseria contenía!!
El sí pero…, ha funcionado
siempre; lo empleamos como freno ante todo y todos cuantos nos puedan aventajar
y no vemos más que lo que desvirtúa al otro; que a su vez no es más que uno más
que hará lo mismo con el otro, en esta peripecia que es la vida, en la que, en
definitiva estamos todos, y así para toda suerte o valor, hay una contra o
rebaje; que para contradecir o rebajar se emplea el sí pero… es mínima senda
por la que va la humanidad en peso a verle la faz y las medidas a su necesario
categórico fracaso. Los triunfos, las glorias, los santos… que fueron en el
suelo, terminan en el subsuelo.
Todo es atacado. Las ideas, las
creencias, las tradiciones, las aficiones. Hay algunos gustos que se respetan…
el de las comidas. ¡Nadie acusa a otro de tolete por no gustarle el pescado
salado! Los callos, los dulces…
Y hay otra apreciación que por
narcisista no contamina a nuestro valor, honor y deseo; es que cuando vemos a
otro como un engreído y totorota casi nunca falla el diagnóstico. Se trata del
boomerang cuando va para allá, que cuando vuelve nos da a nosotros, seguramente
igual de engreídos y totorotas.
Si observamos a los demás en las
aglomeraciones o en los viajes en guagua, nos estamos viendo a nosotros mismos.
En la jodientud que contemplamos delante, vemos la ilusión de vivir que
teníamos y un largo preámbulo de tantas cosas agradables, tantas fantasías y
amores; y de los más mayores (que nosotros), sus torpezas, sus temblores y
temores, cosas que denuncia “su niñez” perniciosa que les ha dominado siempre;
o la otra cara: el ceñudo-estúpido semblante del docto, o bien situado; que
siempre amenaza en mudas lenguas de las no miradas (de reojo), con el ¡¡aquí estoy
yo!!; porque no se ha mirado nunca en el espejo en sitio con mucha luz.
Por todo lo dicho los demás son
nuestro no yo, que nos hace sufrir por absolutamente todo lo que no está al
alcance de nuestro yo. Hasta para copular se ha de estar de concierto con un no
yo que es el otro que puede mandar a tomar viento.
En resumen, me siento liberado y
realizado a mi edad por haber conseguido las principales cosas desde donde mi
yo no manda y también porque he llegado al convencimiento que lo más abominable
y lo más sublime sucede porque sucedió y sucederá por la libertad que tiene
todo suceso; para que sea posible la creación y el Dios que veneramos, que ante
todo, es Dios de lo posible; que libera sus axiomas en lo creado; lo que
nosotros no podremos nunca comprender.
El mundo es guerra, muerte,
saqueo, desolación y destrucción. Banqueros robones, mandos robones,
empresarios robones. Grandes holdings
emporios deportivos, militares y civiles. Las urbes del mundo entero llenas de
romerías, repletas de polvorines para el día del santo respectivo. Carnavales,
teatro, jolgorio, -cultura como ellos le llaman- y pobreza primermundista que
es un gusto por bendita, esta, mi tierra guanche.
Ahora viene lo gordo. Usted sabe
que en el mundo no se hace nada no intervenido por Dios (por lo menos como
autor de actores y actuantes que llevan a cabo el acto, responsable: Él en
primario lugar); probabilístico Él, con el tiempo matará toda la vida de
ramplón; no como ahora que se los va llevando poco a poco a excepción de cuando
permite guerras. Desde la limitación de la razón humana Dios no es un angelito.
Su hombre, su obra cumbre, el sistema de que le dotó, son ríos de sangre en
guerras, igual que en mataderos municipales. Y muere primero el que tiene razón
que el cabronazo. Yo creo al hilo, qué, las matanzas de niños deben darle
vergüenza a Dios, ¡claro! a lo peor es porque no baja y lo ve, pues que venga
Dios y lo vea y sienta vergüenza de no haber sabido siquiera elegir a su pueblo
elegido.
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