¿Y el recuerdo, la gratitud y la memoria?
Por José Juan Mujica |
Amigo Esteban: Esto que escribo y que te
envío, ya no es un artículo de opinión al uso, sino una carta abierta en
respuesta a la tuya, a la que acabas de dirigirme públicamente, cosa que, en
cierto modo, no esperaba, al menos en el modo y la forma. Y digo públicamente,
porque lo que has puesto, no es del todo un artículo de opinión en defensa de
algo ni de alguien, que también, sino más que eso, una alusión referida de una
manera tan respetuosa como directa hacia mi sugerencia y mi criterio. Me ha
sorprendido. Por una sencilla razón: esperaba cualquier dictamen, tanto de
apoyo a lo que defiendo, como de justificado fundamento en el sentido
contrario,viniese de donde viniese. No tengo el más mínimo derecho a que nadie
deba estar de acuerdo con lo que pienso ni con lo que escribo, pero sí me
sorprende que ese contraste de opinión no haya sido puesto de manifiesto en el
hueco natural que esta página se reserva para asentir o discrepar de cualquier
argumento. Me ha sorprendido que el director de la página no haya hecho el uso
adecuado y razonable de esa opción y haya escrito todo un artículo para rebatir
y justificar otro, en un lugar que, insisto, no es el usual para respuestas o
comentarios. En este caso, parece como que tal espacio es demasiado pequeño
para dar una explicación que trata de presentarse como réplica sosegada y
prudente, aunque, en mi opinión trata de ir más allá. Escribes, Esteban,
diciendo que vas a hablar de tu “tercera propuesta”, pero en todo tu artículo
lo que haces es defender a capa y espada la figura de una persona, a la que
parece que quieres volver a poner las medallas que yo podría pretender quitarle
o, al menos, no haberlas tenido en cuenta. Tengo que hacer varias
consideraciones a este respecto. Ante nada,la primera de todas, es que yo en
ningún momento he mencionado el nombre de don Luis, persona que me merece todo
el respeto y una sincera admiración. No he dicho una sola palabra que lo
menoscabe o pueda herirle en lo más mínimo ¡Dios me libre de eso! Sería una
indignidad por mi parte, ya que a esta persona, aparte de un solemne afecto, no
puedo manifestarle otra cosa que no sea agradecimiento por su desinteresada
amabilidad con quien ahora escribe. Quiero dejar bien claro eso para el lector,
porque yo me he referido a otra cosa mucho más profunda. Lo que he hecho, es
reivindicar algo que no se me acaba de ocurrir ahora, ni ayer, ni hace un
año... sino una circunstancia por la que el hecho de ser de Tamaraceite viene
insistiendo en mi alma desde hace ya largo tiempo y que he dejado dicho de viva
voz y por escrito en muchas ocasiones: el reconocimiento que creo se merecen, por
encima de todos los demás, aún habiendo otros, dos de los hombres que debían
haber estado antes que nadie en esa línea de recuerdo y de gratitud.
Entre otras cosas dices: “Volviendo al hilo del artículo de Pepe
Mujica y con lo que sí que estoy de acuerdo con el autor
es que se debería tener en cuenta la opinión
y propuestas del pueblo para que nuestras calles, plazas y rotondas lleven los
nombres de nuestra gente y no de otras que, igual más ilustres, sí que a buen
seguro son menos entrañables”. Yo, esta frase tuya en la que parece intuirse
que me das la razón, creo que se contradice precisamente con buena parte de tu
argumentación. Es fácil decir que ese es el proceso natural, al tiempo de
defender que si se tergiversa en base a un excelente currículum, se pueden
dejar durmiendo el sueño de los justos a los “de casa” que también lo hayan
merecido.
Respeto y admiro a don Luis, no por sus nombramientos ni por sus
títulos; lo estimo porque me parece ser una persona poseedora de muy altos
valores y no cuestiono cegadamente en su persona el nombre de quién enarbolará
el sustantivo con mayúsculas de ese Corredor Verde; seguro que no su currículum
y sí sus propios méritos le pueden hacer acreedor de ello... pero Esteban, tú
defiendes unos valores poniendo por delante una ristra de credenciales a las
que, en la mayoría de los casos, tan sólo tienen acceso a ellas personas
privilegiadas. Si eso fuese tan determinante como tú sugieres, deberías añadir
este nuevo honor en esa relación que has dado; visto de ese modo, esta honrosa
distinción haría a cualquiera, precisamente por ello, más acreedor de una
nueva.
He escrito que Antonio Arencibia aún no tiene una miserable esquina
en Tamaraceite. He escrito que Jesús Arencibia tiene el nombre de una
calle que no le hace justicia (como si se hubiese dicho en lenguaje
coloquial: “vamos a ponerle una callejita para que no moleste”), cuando
en realidad debería tener la consideración máxima dentro de Tamaraceite. Dos
personas olvidadas que yo reivindico y, como respuesta, se me cruza un artículo
que en ningún momento los menciona, ni los reconoce, ni parecen inmutar a su
autor. Te conozco, Esteban y sé que no
eres el tipo de persona que ahora voy dibujar con unas palabras. No lo eres, sé
que no lo eres. Eres lo suficientemente honesto para que yo pudiera pensar o
decir eso de ti. Si no fuese precisamente porque te conozco, si hubiera sido
otra persona la que tuviera la responsabilidad de estos argumentos, pienso que
yo entonces pensaría en una frase que sugiriese más o menos esto: “Claro,
Antonio y Jesús ya no están. No es necesario, por tanto, ni gratificante estar
pasándoles la mano por encima del hombro”.
Para terminar, comentaré la frase de Jesucristo que pones como
fundamental ejemplo: “Por sus hechos los conoceréis”. A esas dos
personas precisamente también las reconozco por sus hechos. No he pedido para
ellos nada por lo que no hicieron, sino todo lo contrario, por lo que sí
hicieron y les debemos. Y sobre todo, porque ya no están y merecen que,
precisamente por eso, por no estar ya, nuestros corazones digan que no los
hemos olvidado. Los que se han ido no pueden permanecer entre nosotros más que
en el recuerdo, no tienen capacidad para influir en nuestras decisiones. Son
esos que nos faltan, los dignos acreedores de nuestro recuerdo, de nuestra
gratitud y de nuestra memoria.
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