Confesarse una vez al año...o no.
Por Jesús Vega Mesa |
Confesar, lo que se dice confesar con
todos sus elementos, no es que esté muy de moda precisamente. Sin embargo es
bastante la gente que se pega a los televisores cada día para escuchar las interioridades de los otros, que eso sí está de moda. Siempre ha habido curiosidad por conocer los
pecados y la vida personal de los demás. En mis tiempos de estudiante nos conformábamos
con leer las Confesiones de San
Agustín o Un cura se confiesa de Martín
Descalzo. Había también, seguro, cierta morbosidad cuando buscábamos este tipo
de literatura. Pero al menos era
literatura y había pensamiento. Ahora la cosa es más descarada. Algunos
programas de televisión, pura basura,
nos ponen en bandeja la vida de los otros con todas sus intimidades. Y resulta que suelen ser los espacios de más
audiencia. Qué pena.
Y aunque la gente confiese menos en
las iglesias, el lenguaje penitencial
sigue actual. La prensa nos habla
cada semana de las confesiones
de algunos delincuentes, o de los políticos arrepentidos,
sólo de boquilla, eso sí, de llevarse
mucho dinero a su casa; o de las incomprensibles absoluciones de algún juez. Y también de cumplir la penitencia que casi siempre nos toca
cumplir a los demás.
Estamos estrenando año nuevo. El cura
de referencia en mi infancia, Don Andrés
de la Nuez, basaba siempre su homilía
del uno de enero explicando el dicho de Año
nueva, vida nueva. Y su discurso iba siempre al mismo fin: animarnos a
hacer una buena confesión. Era, según él, la única forma de comenzar una vida
nueva. Actualmente es verdad que
confesamos poco. Aunque, la verdad, lo
que se necesita no es confesar mucho, sino bien. De poco vale confesar muchas
veces por rutina, sin arrepentimiento,
sin ánimo de cambiar.
En este Año de la Misericordia que el
papa ha promovido hay una clara invitación a que nos confesemos. A recibir el
sacramento del perdón. Pero algo tan serio, tan radical para la vida de uno, no
se puede hacer en dos minutos y corriendo porque va a empezar la misa. Ahora que muchos se confiesan ante los
periodistas y las cámaras de televisión, buen momento para pensar en un
encuentro con el Dios de la misericordia. Y que no está de más una buena celebración del sacramento del
perdón. Aunque sea una vez al año. Con una bastaría. Y que si nos resulta
interesante escuchar las “confesiones” de algunos famosos interesados en vender su vida por un puñado
de euros, mucho más interesante nos resultará
la nuestra propia si la hacemos sin periodistas, ni cámaras, ni más interés que encontrarnos con la mirada
cariñosa de Dios.
Les deseo un muy feliz 2016. Con
confesión o sin ella.
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