Schopenhauer

Por Antonio Domínguez
Despreciar aunque fuere fuera de todo aprecio, sin estima, o atención; hacerlo sin estridencias ni discordancias ni destemplanzas es lo único “adecuado”. Saber mucho legitima las ansias de relumbre. El saber no es absoluto: se establece en cotas que exceden la ancestral, arcaica y auténtica cultura, que se produce desde la mañana a la noche en el día a día de cada individuo de esa cultura y pueblo (y a diferencia de los espermatozoides que en su carrera buscan el óvulo), este saber cuando está mucho mas allá de las limitadas culturas, busca resultado, o sea, relumbre. Aspiro a enseñar. No se desoriente.

Schopenhauer considera ignorante y brutal hablar de una libertad en las acciones individuales del hombre y niega el libre albedrío. Yo también lo niego exactamente en los términos explicados por él. Para ilustrar esto, Schopenhauer, después de argüir muchos, claros y contundentes razonamientos, recurre a la sabiduría del refranero español y cita: “Lo que entra con el capillo, sale con la mortaja” o “Lo que en la leche se mama, en la mortaja se derrama”.

A mí me gusta mucho Arturo en su parte valiente, pero me asquea en ese pequeño tufo que expele cuando se gana el título de caballero formidable por parte de la censura, habida cuenta que ésta es (para verdades que no le interesan), exhaustiva, inflexible, obstaculizante; con disimulo sistemático y vertical. Es la parte más oscura de Arturo; no olvidemos que fue niño de papá, que tuvo mucho dinero. Ya sabemos cómo se hacen las grandes fortunas. Nunca pudo Arturo desembarazarse del todo de la supuesta confesionalidad de su familia, basada seguramente en el a Dios rogando y con el mazo sodomizando.
Siendo Arturo hombre de inteligencia relumbrante... a pesar de eso, en su parte metafísica derecha a la deidad, es el individuo que haya dejado pensamiento escrito que más se parece al mitológico Unamuno (pobre eremita que pasó su vida desalado haciéndose preguntas para las que no hay respuesta); ahora bien, hay una evidencia incontestable; los libros de Arturo prácticamente no se leen y esto tiene un inequívoco significado a su favor.

El viejo Kant casi se vuelve y nos vuelve locos con “la cosa en sí, lo absoluto”. Ahora bien, Schopenhauer se levanta y dice: “...resulta que nadie sabe lo que es la cosa en sí, pues bien, yo lo sé”. El mundo queda estupefacto y Arturo prosigue: “lo sé por intuición interior. No razonada sino absoluta”. Dice que el hombre es también una cosa. Por tanto, si yo soy una cosa, tengo que buscar en mi intuición mi absoluto, aquello que soy en mi esencia, y dice Arturo: “...sé que la cosa más elemental en mí, la más fundamental, es la voluntad de vivir”. De esto nace una montaña fanfarria-bravata enemiga, pero virulenta, que decían que la voluntad de vivir era todo nexo con la vida; quitándole así todo viso a aquel pensamiento sublime, para llevarlo a tierras de lo experimentado y echárselas por arriba además; a lo mas enterrarlo posible. Tildándole de paso automáticamente de mentecato y grosero.


Imposible mantener la atención ante un auditorio analfabeto funcional bastante desinteresado y despistado; abiertas sus puertas de par en par a nuevos pensamiento teológicos mil; ¿Quién les dice que la filosofía ha dejado de ser una demostración intelectual apeada de la metafísica, para entrar en contacto directo con la vida; que abrió la vía a la voluntad de poder de Nietzsche.

No cabe duda, estas barbaridades son deliberadas y dirigidas al gran filósofo a secas que fue Arturo para frenarlo, porque si bien una parte pequeñísima de su filosofía es connivente con creencias, hay otra gran parte (casi al total) que les hace mucho daño.

En cuanto a la voluntad de poder de Nietzsche al cual he releído, en casi todos sus libros da respingos de enojo e incluso de enfado; y a veces decía literalmente que Arturo era un equivocado (¡nadie se salva de desear ser el mejor¡).

Aun siéndolo (el mejor) siempre deseará mas y mas ventaja para poder estar tranquilo de que intelectual e intelectivamente nadie le aventaje, pero… la realidad es la que reparte los sitios donde confina a cada cual según su alcance; entiéndase cerebral.

No me cabe duda, respetado lector, los teólogos metafísicos del cadalso y de la hoguera les va a crear confusión y desconcierto cuando se trata de prologar a sabios verdaderos enjuiciándoles a la baja, a lo ridículo. Otro caso es cuando obran hacia sus correligionarios en la actitud viciosa de la secta, con ponderaciones y extravagancias incontenibles, propias de una bella historia de amor. Sea como sea, encontrar hoy un prólogo de un libro cualquiera que se ajuste al texto que se estudia, a lo que dice, con imparcialidad y honradez (de los filósofos), es hablar de enanos preñados.

Utilizan todos (los filósofos) calificativos respetuosos sólo para los suyos. Para los otros, piedrecitas en el camino, argucias, acusaciones veladas, cuando no la descalificación indirecta ya que el texto del libro está ahí y habla por sí solo, suponiendo que la traducción no esté amañada. Si la traducción no está amañada en sus prolegómenos, no pasa nada, esto lo “arregla” enseguida un señor nombrado al caso para que prologue una traducción de otro con la alegría nerviosa que da los fajos de billetes en el bolsillo de estos muertos de hambre.

Ante la multitud de filósofos existencialistas que pudieran hacer verdadero daño, los poderes ni se inmutan, prácticamente nadie los conoce, hoy sólo se leen periódicos, y la mayoría de las veces, sólo sus páginas deportivas exclusivamente.

Cuando se trata de Schopenhauer o Nietzsche, ya es otra cosa, porque sus nombres suenan con tantos o más decibelios que los de toda la horda que ha venido desde Demócrito acá.

Hoy, ¡parece mentira!, se entiende así en soledad como a los representantes en la cumbre del sentir del pueblo, a Pedrito Ruiz, Antonio David y Coto Matamoros. Me niego a comentar esto, no me salen palabras para plasmar mi tremendo encono.

La impresionante cara dura de los sujetos a sueldo, queda patente cuando dicen que Arturo no expresó nada sólido; e incluso que no se ha mantenido como filósofo. Tan sólo esta tremenda calumnia debería servir para creer (y lo creo), que Arturo fue, es, uno de los pocos más grandes filósofos que han existido.

La voluntad de vivir de Schopenhauer puede tratarse también de ser, porque para Arturo no sólo el hombre y los animales quieren vivir, sino también la piedra que resiste o la luz que persiste. Arturo dice que esto es el noúmeno Kantiano, que esto es lo absoluto, fíjese usted dónde ha parado el noúmeno ( ese duende invisible), en una tosca piedra; cosa que me parece es donde debe estar, es maravilloso que no salga jamás de ahí.

Nadie está libre de cometer errores y Arturo no era una excepción. Era un misógino furioso por la sencilla razón de que la mujer es la encargada de la prolongación de la especie. Ante este incontestable mérito seguramente su machismo se vio desbordado. Decía que tampoco en el amor puede existir la felicidad personal, porque el individuo queda sacrificado a la especie.

La atracción sexual se confunde con el amor. Yo me enamoré con la fuerza que ama un hombre a una mujer inalcanzable y hoy cuando la veo vieja como yo, ya sin necesidades, me doy pena a mí mismo por la imbecilidad en que caí cuando joven; el amor es mentira, la felicidad personal es una quimera, y encima estoy de acuerdo en que la especie nos sacrifica.

Dice equivocadamente que las parejas solamente se juntan cuando saben o creen saber que van a tener hijos “de buena calidad “. ¿Dónde está esa calidad deviniente?. Es evidente que el diario deportivo Marca imprime millones de periódicos que se venden todos.

Hay un par de equivocaciones más de Arturo que obvio por economizar e ir terminando con el pensamiento quizás más grandioso, por lo menos para personas como yo. Dice Arturo con palabras lo mismo que en mi interior vive: “...la vida es un malestar continuó y criminal”. ¿Cuál es la posibilidad, según Schopenhauer y la mía propia, de salir de este conflicto infernal? ¿ El suicidio? No.

El suicido dice Arturo no sirve para nada puesto que al suicidarnos tan sólo confirmamos nuestra voluntad de vivir, pues, si me suicido (decía Schopenhauer) es porque mi voluntad de vivir no ha sido satisfecha. Al que realmente se suicida, su voluntad de vivir le importa un bledo, antes y después; en esto creo que cometió un error Arturo, pero , en lo que la voluntad de vivir no ha sido satisfecha, es un hallazgo para mí tan grande, que lo sigo a rajatabla y me amoldo como un calcetín a su otro gran mazazo: La única forma de separarse de la voluntad de vivir es la renuncia. Yo mato en mí la voluntad de vivir y crezco conscientemente en la voluntad de vivir de mi familia.

Si Nieves (no me gusta decir mi mujer, no me considero dueño de ninguna persona), irrumpe en el lugar donde leo, estudio, o escribo, pinto, lo hace casi siempre cuando estoy totalmente abstraído, tratando de entender una idea. Ella conoce mi grado de entrega a cualquier asunto, seguramente por la cara que yo debo poner, y hay días que me interrumpe casi de continuo, para contarme pareceres y asuntos, que ni me han interesado nunca, ni me interesan ahora, ni me interesarán jamás.

Pero, claro, gracias a la enseñanza de la renuncia de mi benefactor Schopenhauer, yo acojo a Nieves en la tranquilidad de mi renuncia y la misma renuncia me hace comprender sosegadamente que Nieves es un ser psicológicamente dependiente (como la inmensa mayoría), que necesita reafirmarse en su ego; y hay que ver lo contenta y satisfecha que sale de la estancia cuando se retira después de haber comprobado que no sólo no me ha sacado de mis casillas sino que además la respeto.

La inteligencia o la herramienta que sirve para saber a qué caballo apostar, creo es fundamental; de no conocer yo estos extremos seguramente sería un maltratador impresionante, con la voz puesta en la blasfemia y en el grito y puede que no se quedara en eso solamente, pero creo firmemente que mis instintos naturales de maldad tienen encima una montaña de incultura inculcada y adquirida; otra montaña de información y desinformación, otra de mesianismo y antisemitismo y además me considero un artista, que debe ser esto y lo contrario. Loco, desordenado, pero también disciplinado, frío, vigoroso. Con toda esta basura encima (me lo dice el intelecto), puedo yo estar muy tranquilo de cometer ninguna acción que dé con mis huesos en Santa María; siempre que la cabeza no disponga ir a mínimos, muy mínimos. Aún en este extremo creo poder permanecer tranquilo, porque la locura misma no es decisiva, a lo menos tanto como las antinomias de la ignorancia peligrosísima de la que adolezco. Me gustaría pensar que para bien.



Descienden a Schopenhauer hacia la vulgaridad de Sócrates, las mafias pagadas en la mitad y el resto cuando terminan el “trabajo,” cuando dicen, que la filosofía de Schopenhauer deja de ser una demostración intelectual para entrar en contacto directo con la vida. No se puede, mejor no se debe (de hecho se puede), negar la intelectualidad, dada por antonomasia, de Arturo, para meterlo disimuladamente en el saber natural de las cosas de la “vida”...¡¡qué falta de respeto¡¡. Se oponía (su filosofía se oponía) a la vida, buscaba la renuncia, pretendía y enseñaba a matar la voluntad de vivir como clavo al que agarrarse cuando vivir se convierte en algo casi imposible.



Para mí no es un misterio que libros tan interesante como los de Arturo no encuentren lectores.



Pero la vida es así, de momento, hoy sin embargo si Arturo viviera, tendría sobrados argumentos para mostrar que un genio no puede tener éxitos, puesto que sobrepasa a su tiempo. Por esta razón el genio resulta incomprensible y no sirve para nadie, y por esta misma razón se callaría, se consolaría bastante bien; a lo menos, mejor que otro cualquiera.


Comentarios

Entradas populares