De respeto a la mujer y a la familia
Por Antonio Domínguez |
A la hora de
comunicarnos, existen un sinfín de palabras en apariencia sagradas que en el
fondo simbolizan la necesidad de desabotonar la bragueta. Pongamos un ejemplo
claro extraído del anuncio de una página de sexo: «Hombre casado busca mujer
casada. Discreción y seriedad». ¿Qué entiende ese caballero, por no decir
venado, por discreción y seriedad? ¿Tal vez poner en riesgo su matrimonio y el
de la otra persona? ¿Quizá dar rienda suelta a unos celos apasionados que
desemboquen en palizas, patadas, crueldades y matanzas, a veces de varios
miembros de las dos familias? ¿Es todo ello una aberración moral –que no
pecado– aunque no sea un delito desde el punto de vista legal? ¡Por supuesto
que sí! En otro momento haremos crítica Nietzscheana de otro montón “de
palabras sagradas”: fraternidad, solidaridad, humildad, honestidad, lealtad,
felicidad, libertad, amor-compasión,- en la estúpida realidad; tan distinta a
un solo metro de distancia. Así como, “la virtud y el honor solo de nombre
existen en el mundo engañador” (Espronceda), todas las palabras sagradas tienen
sus sucias puertas traseras desconocidas por no usadas: escandalizan. ¡Claro!
Las profundas “alocadas” reflexiones son impublicables; por lo que tendremos
que seguir participando y con-saturándonos en nimiedades y en el universal
guineo: a todos los niveles.
No creo que
sea el único que piense que los anuncios ideados para destruir un hogar no se
deberían insertar en una página de contactos. El motivo es que, en general,
suelen ser así de reaccionarios, ofensivos, descarados y hasta desconsiderados,
pues carecen de empatía hacia la persona a la que se le hace esa proposición y
hacia todas las personas que los leen, las cuales sin duda sentirán vergüenza
hacia la posibilidad de que una familia sufra porque un desalmado ha tentado a
una mujer a arrastrarse a la aventura sexual, uniendo a su sed de emociones
fuertes el espíritu, también ansioso, de ella; sobre todo cuando lleva ya
muchos años de su vida sin satisfacer dicha ansia en ningún sentido, ni sexual
ni de otra clase.
La fidelidad
es una cualidad que crece sobre el respeto hasta que (no de alguna manera aquí
se explican las maneras despreciando lenguaje coloquial), se deja de lado dicho
respeto. Cuando se invita a desnudarse a una mujer que ya tiene su hogar
constituido, a las terceras personas que tenemos la mala fortuna de tropezarnos
con esas proposiciones indecentes nos da una vergüenza absoluta, y lo triste es
que en ese momento no somos capaces de huir a algún sitio para esconder nuestra
cara colorada y echando fuego. Esto suele ser así, y no creo que sea justo
acusarnos de necedad, torpeza, pusilanimidad o puritanismo porque esté en
nuestra educación rechazar tales liviandades; y menos a mí, que no creo ni
critico nada si no lo he visto con mis propios ojos o no me han ofrecido
pruebas veraces de que existe.
A pesar de
todo, y en contra de lo que a estas alturas puedan ustedes pensar de mí, no me
parecen mal en absoluto los anuncios que solicitan un servicio de esa índole y
que explican con todo lujo de detalles las medidas de, pormenorizadas de la
hija de la gallina; o dicho de otro modo, los que especifican lo que se quieren
comer y lo que se quieren tragar. Tampoco me molesta si cobran, si no cobran,
si tienen ubres grandes o pequeñas, o si el animalito es insaciable o no lo es.
Todo eso está muy bien porque es libertad de acción y de credo, y así es como
debería ser una democracia. De hecho, yo lo apoyo y lo animo. Eso sí, a las familias,
a los matrimonios, hay que respetarlos; a menos que dichos matrimonios tomen la
decisión de común acuerdo de solicitar los amores de otra pareja o de otra
persona, lo que todos conocemos como un trío. Para gustos, colores.
En resumen, el
ser humano ha venido al mundo a sentir placer, eso está claro; de lo contrario,
la pereza le impediría procrear. No obstante, hay estatutos que se han creado
de forma consensuada para establecer lo que es delito y lo que no, y no hay que
mancillarlos –no así el pecado, por cierto, creado para bloquearnos a todos el
razonamiento–; para todo lo demás, es decir, para todo lo que no sea delito,
«cuero con las mulas». Sin embargo, a las pobres mujeres de su casa hay que
dejarlas en paz, para que así puedan ser felices con el hombre con el que han
decidido pasar el resto de sus días. En otras palabras, no está bien sacar a
otra persona de su sosiego y tentarla a llevar una vida que, al final, sería
nociva; y todo ello a través de anuncios irrespetuosos. Al final, el resultado
es que la «víctima» sueña con placeres prohibidos que no conducen a nada y que
no ofrecen satisfacciones reales que refresquen su acaloramiento, como si de un
gran polo de hielo se tratase.
Porque el
concepto de mujer casada, a igual que el de hombre casado, implica que hay una
pareja, y con toda probabilidad el matrimonio ha dado frutos en forma de hijos.
Esos hijos no tienen por qué soportar la lacra de los murmullos y los cotilleos
de gente que los señale con el dedo. En otras circunstancias, son personas
viudas, separadas o que sencillamente no han dado el paso de dejar atrás su
vida de noviazgo para acceder al sacramento del matrimonio; y en esos casos,
tienen total libertad para hacer lo que quieran con sus vidas y yacer con quien
prefieran, siempre que haya respeto mutuo de por medio. ¡Viva la libertad
individual!
Pero, y ya
para concluir y resumir todo lo dicho, viva la libertad excepto si se trata de
atravesar la fina línea que separa yacer con una mujer libre de yacer con una
mujer casada, pues algo así implica romper los lazos de un hogar. Porque cuando
se invita a una mujer casada, públicamente, a practicar coito, todas ellas,
hasta la mía, quedan convidadas; es real que en absoluto, se incluyen dentro de
las posibilidades, y nadie nunca sabrá cuál se resistió al duelo a muerte o
cuál cedió a la tentación de arrastrar las sábanas y las ropas por el suelo. ¿A
que ya no parece una broma nada de lo que estoy contando? ¿A que ahora es
peligrosamente real?
En cualquier
caso, y esté o no de acuerdo con mi opinión, le felicito por haberse leído este
artículo de principio a fin. Aunque estoy convencido de que, en el fondo, ha
sabido entender su esencia, pues no voy a pecar de egocéntrico insinuando que
usted ignora las cosas que yo sí sé y que ya he expuesto aquí.
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