MEJOR SI TIENE GANAS DE LEER (Hecho en Tamaraceite, se advierte)
Por Antonio Domínguez |
¿Pudiera la utopía ser un lugar
de encuentro? Desde luego, eso, puede parecer siempre exagerado. No nos cabe la
menor duda que, el mérito de muchos discursos utópicos pueden deleitarse por
haber señalado la utopía como un recorrido posible.
Estos titubeos se justifican si
reconocemos que la unidad, la igualdad
(no entre hombres y mujeres, donde lo único que funciona es la libertad), y la democracia siguen en un lugar ficticio
estas tres novelas malas, escritas por reportero y casi se les puede llamar
“utópicas a estas tres ficciones”. Se
sabe que de estos tres elementos hay mucha más cantidad en unos países que en
otros; pero en la cantidad absoluta exigible o recomendable no la hay en ningún
lugar de la tierra. En la política hay mentira al por mayor en todo su
espectro, cuando la hay... que es casi siempre. Es una utopía y hasta
paradójica ella, que sin embargo debe
ser posible y realizable. De hecho siendo tan imposible realmente, tan empinada
y espinada ahí la tenemos aunque irrealizable, realizada por hombres de
cualquier tamaño y mujeres por lo de la paridad; por igualdad ficticia como un
diablo también se pretende calar. Se trata de la utopía como proyecto, es por
lo que no hay nada imposible sobre, entre, el espíritu de La Bola.
Quevedo dijo que la utopía era un
no lugar. Pero no dijo inexistente sino más bien desconocido. Ni tampoco dijo quimérico
sino “un lugar” al que se puede llegar (supongo) oníricamente desde tiempos de
la caverna. ¿Nos espera un cuando, en vigilia y realmente? ¿Ver telepáticamente
al otro en sus escondites psicológicos?
Una utopía no tiene porqué tener
la fuerza monolítica de lo imposible. Puede zafarse de los ganchos de la
quimera; o aflojarse los nudos de la fantasía; o pasar por allí la distraída
casualidad; o ser sueño, ilusión y fantasía de la quimera; o de la idealización
fabulosa, ficciosa de la curiosidad. Puede haber, ¡lo ha habido de siempre!
Desafíos con posibilidad de retar a la utopía. Otras veces le dan a la utopía
significado tan rígido que la anulan como ideario, pero, aunque la posterguen
desterrada A LUGAR NO CONOCIDO, la filosofía no se conforma a que ellos muy
equivocados la determinen como lugar que no existe, sin siquiera pararse a
reparar que todo lo que se llama lugar en el cosmos ya existe de antemano y si
no existe ante una mano existe ante su propia existencia que ya se ha dado la
palabra lugar, de antemano otra vez.
La utopía puede ser pensada (se
puede pensar), por lo mismo es una voz como otra que ante nuestras narices se exhibe
procreando (¿disparates?) ante sus antónimos, que no tiene tantos como se cree,
porque a saber qué es lo más conocido y desconocido. ¿Conocemos realmente lo
que creemos conocer, o, ese es el resbalón que nos metió en las arenas
movedizas del descalabro, en las que hacemos pie y respiramos pero de donde no
podremos salir nunca?
Una utopía cualquiera es como el
fantasmagórico San Borondón para “cuantos lo han visto”. Aunque ese islote allí
no esté, sí está ese lugar ocupado por agua; como así mismo vive un
sentimiento-deseo universal de que aflore… vemos, por ello, cuanta vida “real”
llegan a tener casi todas las utopías. Insistimos, porque se pueden pensar en
un cierto atisbo su realización.
Desde que me di cuenta de lo que
había, soy un pesimista me he dedicado a buscar optimismo y solo me lo ha dado
la utopía buscando en lo utópico, dejándome llevar por el utopismo. Esperando
siempre el quiebre favorable (de la utopía si es que quebrare) que espera el
utopista.
Si reconsideráramos muchísimo más
a fondo la utopía, llegaríamos mas al límite del pensamiento, la filosofía
seria más asequible y rutinaria porque una de las definiciones que tiene ella es
que es el conocimiento exhaustivo del
lenguaje en lo que consiste.
El entendimiento estaría liberado de lo que le encorseta.
Es más, se podrían anular fantasías y creencias religiosas que haciéndose un
hueco en el intelecto entorpecen y no dejan ver con claridad lo que no es
utópico, o sea, lo cierto, lo válido, lo que a priori debería ser nuestro norte
estrella y guía. Es por lo que se persigue aquí desde la pretensión que sea
comestible la reflexión y al mismo tiempo aprovechable. El desatino o lo que pudiera aflorar desde el recóndito sentimiento
dolorido por indefendible, es por tanto algo que ocurre y no se le puede llamar
utopía por el solo hecho de dar validez al vocablo; utilizado a lo loco en el ¡duro
que es tarde!, y al galope tendido hasta desbocar.
Agradezco a mi hermano Perico su
ayuda (imprescindible en este caso); orientadora a la consecución más pulida y
al abrillantamiento conceptual.
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