El esplendor del barranco de Tamaraceite

 

Por Esteban G. Santana Cabrera  

El barranco y la presa han estado muy ligados a la historia del barrio de Tamaraceite ya que eran, entre otros, puntos obligados de encuentro de pequeños y mayores, ya sea para jugar, para ir a lavar la ropa, para pasear o cuando corren sus aguas hasta desbordar la presa, dejando imágenes preciosas, más propias de cualquier pueblo cumbrero que de un barrio de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria . Aunque ya veremos como también como para los primeros pobladores de esta zona el barranco fue el lugar escogido para vivir por su excelencia climática y la abundancia de agua. 

El barranco de Tamaraceite, que desemboca en la Playa de Las Canteras,  sobre todo en su tramo medio, presenta una morfogénesis propia de los barrancos. Carracedo dice que está formado por materiales sedimentarios y coladas fonolíticas. Vicente Araña le añade pilow lavas y basaltos de la serie Roque Nublo. Si nos damos una vuelta por la zona nos podemos encontrar con materiales fonolíticos en forma de potentes coladas en el cauce del barranco e incursiones de coladas basálticas recientes procedentes de los conos volcánicos de Los Giles. Colindando entre el curso medio y bajo del barranco hay materiales sedimentarios recientes (aluviones arrastrados por el propio barranco y desprendimientos de las tierras de las laderas) y materiales sedimentarios marinos (arenas grises y finas)

Climatológicamente es la zona que recoge mayores niveles pluviométricos y es uno de los lugares del
barrio que menos insolación recibe. La vegetación pertenece a un ecotono integrado, formado por una vegetación potencial de palmeras, tabaibas, tarahales, dragos y plantas halófilas. La vegetación actual está muy esquilmada y formada por palmeras, tabaibas, tuneras, tarahales, pitas, barrilla, dragos, mimos y pastizales abandonados. En La Guillena, dentro de un espacio que recibe la denominación de Lomo del Drago se encuentra un conjunto de dragos en el margen derecho del barranco de Tamaraceite. Crecen aquí una treintena larga de ejemplares de Dracaena draco, una de las dos especies de dragos que se desarrollan de forma natural en la isla. Ocupan un espacio marginal, en la que fueran amplias fincas, sin que se tenga certeza de cuando fueron plantados y si realmente fue así.

El barrio de Tamaraceite es uno de los pocos reductos donde todavía quedan dragos en estado "salvaje". El profesor y geógrafo Rafael Serafín Almeida Pérez descubrió, en lo que conocemos como el Dragonal, enfrente de la rotonda del Lomo Los Frailes, una variedad única de drago en el mundo.

En cuanto a las palmeras, se da el caso de que en algunas fincas abandonadas de la zona colindante al barranco, ejemplares de esta especie nacen espontáneamente lo que viene a confirmar que este lugar fue hasta no hace más que unos pocos siglos un inmenso palmeral.

Pero el barranco de Tamaraceite tuvo vital importancia en la vida de la gente del pueblo desde época prehispánica ya que es aquí donde se han encontrado restos de necrópolis y construcciones (zona de Los Dragos, en la ribera del barranco, entre San Lorenzo y la Casa Pico, Los Giles, Lomo los Frailes, etc.) Es fácil intuir que en esta época la abundancia de agua y las tierras fértiles hacían de las zonas aledañas al barranco un lugar más que apetecible para vivir. El barranco fue muy abundante en agua por lo que no es equivocado decir que fuera un lugar apetecible para el asentamiento aborigen. También fue hasta no hace muchos años un punto  de paso hacia el centro y norte de la isla ya que los viajeros aprovechaban el barranco de Guanarteme o las suaves lomas que había entre La Isleta y Tamaraceite. Viera y Clavijo hace referencia al cantón de Tamarazeyte, ya que cuando se otorgó la escritura de toma de posesión de la isla por Diego de Herrera el 11 de enero de 1476, fueron enviados canarios de cada uno de los pueblos de la isla, entre los que se encontraba el enviado de Tamarazeyte.

Si damos un salto en el tiempo y llegamos hasta principios del S. XX el barranco era donde nuestras madres y abuelas se reunían a lavar la ropa. 

Cuando los niños estaban en la escuela las mujeres aprovechaban para ir a lavar al barranco, a las acequias o donde hubiese agua ese día. Había algunas que aparte de las labores domésticas se dedicaban a hacer algunos “lavados” de las personas más pudientes de Tamaraceite y de Las Palmas. Eran las llamadas lavanderas, como Anita Quevedo, Conchita y otras muchas que, burro en mano, recorrían sus buenos kilómetros por 20 pesetas al mes y así ayudar a la economía doméstica. Utilizaban jabón “lagarto” y “suasto” para blanquear. Muchas se metían dentro de la acequia o los estanques para que la ropa quedase más limpia, sobre todo si era ropa de hilo, pesada, o algodón. La ropa blanca, al terminar el lavado se metía en un cubo con añil para que quedara más blanca. Durante el lavado, entre conversación y conversación, entre discusión y discusión, que también las había, se echaban algo a la boca, algún higo pasado generalmente, porque la tarea duraba todo el día, que generalmente era los lunes, cuando solía correr el agua. La ropa la traían a casa casi seca, la ponían encima de las piedras o las pitas para que así no se ensuciara. La ropa blanca era la que tendían en casa ya que sólo la traían torcida.

Pedro Domínguez "el barbero" de mi barrio me describió una vez el barranco, cómo era, allá por los
años sesenta: "de chico iba andando por el barranco; las más variopintas plantas se sacudían la escarcha de la noche, pitas con sus erguidos pitones, donde avispas y abejas revoloteaban y libaban del néctar de sus flores, los tarajales, los cardos tiernos y lilas. Al arrancarles la flor, tenían como una exudación rojiza a la que los niños llamábamos la sangre de Cristo. También habían palmeras, tártaros, mal gustos, tabaibas, juncos, cañas, zarzas, tuneras indias, verdolagas, quemones para los pájaros,  pegaderas, y un sin fin de yerbas que eran alimento de las cabras de La Montañeta. El barranco estaba en el esplendor de la primavera, el agua fluía del desangre de las fincas constantemente, formando un riachuelo y hasta donde se extendía la humedad, las plantas agradecidas se mostraban con verdes tiernos, amarillos y otros luminosos colores. En las bandas que formaban el cauce, las plantas más resistentes a la sequía. En el charco de La Casa Pico, los chiquillos se bañaban desnudos en aquella agua infecta. A veces llegaba una madre en busca de su retoño, le quitaba la ropa trayéndolo desnudo y con una alpargata dándole en las nalgas hasta el Alpendre de los González. Los tarajales servían de protección de las fincas para cuando corría el barranco, también había higueras. El Barranco era el campo de batallas  de los chiquillos, con sus tiraderas; muchos de ellos tenían puntería asombrosa. ¡ Le daban a un pájaro pendiendo  de una rama! Por doquier se veían lagartos desrabotados. puercoespines,  conejos, arpupuses (abubillas) pájaros canarios, aniceros, pintos, palmeros, libélulas, lagartos.. "      

En los años 50, se empezó a construir la presa de Tamaraceite. Emplazada a una altitud de 180
m.s.n.m.  se localiza junto al parque de La Mayordomía y la ermita que lleva este mismo nombre y declarada Bien de Interés Cultural. Según recoge la publicación Presas de Gran Canaria editada por el Consejo Insular de Aguas, tiene una altura  de 18 m sobre cimientos y su longitud de coronación es de 35 m en planta recta. La principal peculiaridad es, por un lado, su elevado talud de aguas abajo, superior a los habitualmente utilizados en presas de gravedad, y por otro, la posición del vértice superior del triángulo resistente de la sección, a una cota sensiblemente inferior al Nivel Máximo Normal de embalse. Desde el año 1862 existía un proyecto estudiado del ingeniero D. Juan León y Castillo para realizar siete grandes presas de mampostería, de entre 15 y 20 metros de altura, en el Barranco de Tamaraceite. La Presa de Tamaraceite se terminó de construir en el año 1959 según proyecto de D. Ruperto González Negrín.                               

El barranco y la presa, como otros espacios de nuestra geografía local, fueron un referente en la vida de Tamaraceite y todavía continúa siendo uno de los lugares más pintorescos y bellos de la ciudad. Actualmente el barranco en algunos de sus tramos se encuentra en un estado lamentable de abandono, con vertidos y sufriendo atentados ecológicos puntuales a lo largo de todo su curso. Esperemos que algún día vuelva a su esplendor de antaño ya que no hace muchos años nuestro pueblo de Tamaraceite estaba lleno de verde, no solo por las zonas de cultivo que circundaban y envolvían al núcleo poblacional, sino por el verde de sus laderas sin construir, el imponente color de la Montaña de San Gregorio en época de lluvia, las palmeras canarias y los dragos que llenaban y daban forma y nombre a nuestro paisaje, las aguas discurriendo por el barranco y la presa llena de agua, lo que permitía que los chiquillos fueramos hasta sus aledaños a montar en barca, a tirar piedras al agua o a jugar en los múltiples charcos que por allí se formaban. Plataneras, tomateros, caña de azúcar, frutales y papas daban vida a nuestro pueblo, no solo porque mantenía y daba trabajo a sus moradores, sino porque en época de crisis siempre había qué compartir. Ahora ni eso. Ni verde ni nada que echarse a la boca para poder compartir. ¡Cómo echo de menos mi Tamaraceite agrícola y ganadero! Creo que todavía estamos a tiempo de conservar parte de nuestro patrimonio histórico, agrario en su mayor parte, para no terminar de convertirnos en un barrio fantasma donde la gente no salga a la calle, esté desarraigada y no sepa literalmente ni el nombre del lugar en donde vive.

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