Los practicantes de Tamaraceite

 


Esteban G. Santana Cabrera  

Los sanitarios en los años 50, 60 y 70 del siglo pasado eran personajes populares en muchos pueblos y barrios. Quién no recuerda, de los que peinamos canas, a su médico o a su practicante e incluso a la partera que le ayudó a nacer. Hoy en día no nos sabemos ni el nombre de los médicos ni enfermeras de cabecera, ni de los maestros, ni de los curas, e incluso ni el de la señora de la tienda de la esquina. Viejas costumbres que se han ido perdiendo. Tamaraceite ha sido cuna de grandes sanitarios, personajes a los que acudimos a paliar nuestros males. Aunque sea de "refilón", no quiero dejar de nombrar a los médicos de cabecera que ha tenido Tamaraceite y que trabajaron codo con codo con los practicantes por mejorar la salud del vecindario, como Don Aurelio Gutiérrez o Don José García. Tamaraceite ha dado otros nombres relevantes en el mundo de la medicina como el urólogo Don José J. Medina Silva de Las Perreras, o Antonio Acosta, especialista en Medicina Interna, hijo de Pedro Acosta. A ellos les ha seguido una segunda generación de doctores como Mario Hernández hijo de Ventura y Doña María la maestra, Luciano Santana Intensivista e hijo de Sarito la del bazar, los hermanos José María y Samuel hijos de Pepe Jesús el panadero y las hijas de Fernandito Pérez el del supermercado, Sofía y Berta. Todos de familias humildes y trabajadoras del barrio. 

Pero hoy no quiero centrarme en los médicos, que merecen un artículo aparte, sino en los practicantes, una figura que en muchas ocasiones ha pasado desapercibida y que ha quedado en el olvido. Por ello, no podemos olvidar la fantástica labor social que realizaron en una época de muchas dificultades sociales y políticas y bien que merecerían un homenaje por parte de la sociedad en prueba de su agradecimiento. Esto sin olvidar a las mujeres que ponían inyecciones, como Pinito la de Los Bloques, que de manera altruista iba a las casas de los que no podían pagar al practicante a administrar los tratamientos que mandaba Don Aurelio o Don José.

Antonio Domínguez

Si echamos la vista atrás, por los años 40-50, uno de los primeros practicantes de Tamaraceite fue Don Félix García, barbero y luego practicante del pueblo, porque por aquellos años Tamaraceite era todavía un pueblo, y cuya barbería estaba situada en la Carretera General de Tamaraceite, en el N.º 27. A Don Félix García Toledo el gobierno de la época le financió en la Península un cursillo de practicante en curas y prácticas de cirugía menor. Y para allá se fue dejando la barbería. Con este curso podía sacar muelas, hacer curas y poner inyecciones. En la época de Don Félix lo habitual era poner las inyecciones utilizando la misma jeringuilla que antes había utilizado con otros pacientes que no sabía si tenían gripe, tifus o hepatitis. Pero el practicante por estos años de posguerra a veces hacía de médico, y a falta de medicinas, aplicaba incluso remedios caseros como la leche caliente de mujer parida, el agua del “rolo” o del millo o aceite caliente para el dolor de oídos. Para el dolor de “barriga” se calentaba aceite y se ponía en un papel vaso sobre el lugar donde dolía. Para la fiebre mandaba abrigar a los enfermos y era típico coger un “sudor” para bajar la temperatura. Según me cuenta Pedro Domínguez, otro de los barberos de Tamaraceite, pero que nunca fue practicante, "Don Félix tenía un infiernillo eléctrico para desinfectar la "jeringa" y la aguja y una cajita metálica y niquelada donde llevaba los artilugios desinfectados a domicilio. Cogía un trozo de carne del brazo o de las nalgas y con una aguja con el filo perdido como una tacha ponía la dolorosa inyección".

A Don Félix le suple Don Santiago García, conocido popularmente en toda Canarias por el Charlot de Las Palmas. Don Santiago ya no venía como barbero sino como practicante y cuentan los mayores que hizo mucho por la gente del pueblo. Tenía su despacho por la Calle Fe y era uno más en Tamaraceite. Le encantaban las fiestas y los carnavales. Su disfraz favorito era el de Charlot que se ponía para los bailes en el Cine o en la Sociedad, donde lo imitaba a la perfección. Fue muy conocido en el Carnaval de Las Palmas por su participación en las galas y desfiles, emulando a tan famoso actor. Pedro Domínguez me decía: "Don Santiago con agujas nuevas y dando un golpito en la nalga ni te enterabas".

Don Santiago el practicante en el centro agachado

Cuando llegó don Aurelio a Tamaraceite su primer ayudante fue Antonio Domínguez, el hijo del barbero y que lo acompañó en muchos de sus desplazamientos a los domicilios y empresas por aquellos años en que comenzó su andadura profesional. Don Aurelio era el médico de los Betancores, y Antonio hacía las curas, ponía inyecciones y hacía hasta de psicólogo, porque lo que sí daba a los pacientes era mucha conversación. El hijo del barbero, estuvo diez años con Don Aurelio hasta que decidió montar su taller en un local de Guanarteme del propio Don Aurelio. 

Pero a finales de los 60 llega a Tamaraceite a lomos de su Bultaco Alfredo Díaz del Pino, conocido popularmente como Don Alfredo, uno de los últimos practicantes de Tamaraceite, y me explico, ya que vivió la época en la que el practicante pasaba a denominarse ATS. Aunque nació en Ciudad Jardín, pasó mucho tiempo de su niñez y juventud en Las Torres con sus abuelos y primos. Ya de pequeño empezó a enamorarse de Tamaraceite en aquellas excursiones que hacía en bicicleta junto a sus primos y se encandiló del verdor de su valle rodeado de plataneras.

Como a muchos chiquillos de aquellos años 50 y 60, su pasión era el fútbol, y no se le daba mal. Llegó a jugar en el Porteño con muchas de las grandes figuras que dio el fútbol de nuestro barrio como Guedes, Guerrita, Cayetano, Toribio, Ramírez, etc. Vivió en primera persona la llegada del Porteño como club a Tamaraceite y el cambio de denominación posteriormente a UD Tamaraceite. 

Don Alfredo fue un profesional sanitario que dio su vida por la profesión, que casualmente surgió de manera vocacional al ver a su primo, Don Santiago el practicante, atender a su madre enferma. Sus comienzos como sanitario se remontan a 1969, cuando todavía jugaba en el Porteño, y las casualidades de la vida lo iban a llevar a Tamaraceite gracias a Don Manuel Acosta que le propuso desempeñar su labor en el pueblo. Muchos fuimos los chiquillos que pasamos por sus manos y probamos sus agujas, en la consulta de la Seguridad Social primero o acudiendo más tarde a su despacho en la Cruz del Ovejero, en el bajo de su vivienda. Pero lo más normal era ir a las casas, acudía a la llamada de los vecinos a cualquier hora, ya fuera sábado o domingo. Con Don Alfredo se vivió un cambio en cuanto a la asistencia sanitaria en Tamaraceite, ya que el ATS como profesión en sí no existe desde 1977, momento en que las Escuelas de Enfermería se integraron en la Universidad.

Después de Don Alfredo llegó otro joven practicante a Tamaraceite. El hijo de Ramoncito el de los ciegos. José Ramón González Reyes empezó con su Seat 127 amarillo a recorrer los barrios de Tamaraceite. Era muy conocido por su padre. José Ramón, persona muy graciable, un buen profesional que tenía el despacho enfrente de la plaza. Me cuenta Pedro Domínguez que "le gustaba la cirugía y la podología. Recuerdo que un día me dijo si quería acompañarle como ayudante   para pegarle la oreja a una mujer de Los Giles, que por lo que fue que al tirarle de un zarcillo tenía el lóbulo separado en dos: tú no tienes que hacer nada sino estar allí para que ella se sienta más tranquila... y claro fui.  Otro día vino por la barbería le dije que tenía un callo en el pie que me tenía loco, que si me ponía un parche y me dijo "Espérate un momento", fue al coche se trajo el maletín me quitó el callo y nunca más volvió a salir".

Yo personalmente tengo muchos recuerdos de él porque era el que ponía las inyecciones a mi padre y lo atendió hasta el día de su fallecimiento. Entraba por casa como uno más, ya que tenía que venir dos veces al día y se convirtió en alguien más de la familia. Y en más de una ocasión lo acompañaba en sus rutas por los barrios a pinchar en el 127. Estuvo en Tamaraceite hasta que fue destinado a un centro de salud de la isla. 

Con la llegada de los centros de salud se perdió la cercanía del practicante. Ya no acudían a los domicilios salvo que fueran personas encamadas, sino que había que ir a la consulta. Esto supuso el final del practicante de barrio y la llegada de la enfermera y el fin de mil y una anécdotas que no merecen ser olvidadas.

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