Los mayores

Por: Luis Cristóbal García Correa y Gómez
Los mayores que nos hemos pasado toda una vida en activo, contribuyendo al bienestar de los demás y del nuestro, no creo que esto sea razón suficiente para que podamos justificar que desperdiciamos hoy nuestro tiempo y las posibilidades tan grandes que aún tenemos para seguir contribuyendo al bienestar de la comunidad, que también redunda en nuestra satisfacción.


Hace unos días vi a un grupo de señores mayores sentados, a las 10 de la mañana, en la plaza del pueblo, mirando para los celajes: esto lo valoré como un dislate de valor inconmensurable; como a la vez me dio pena pensar lo aburridos que debían estar.

Yo no tengo la menor duda: la aportación de estos señores y la mía a la comunidad tiene que ser hoy muchísimo mayor, y debería ser más efectiva, que la de mis años pasados, cuando era joven; ya que la experiencia desde aquellos años ha aumentado con el paso del tiempo.

Además, la obligación de contribuir al bienestar del entorno social y de los demás sigue siendo la misma, no varía con la edad, más bien quizá aumente con los años.

Por supuesto, tampoco tengo una obligación mayor que la que me permiten mis propias posibilidades: esas posibilidades las debo marcar yo con mi conciencia.

Desperdiciar mi experiencia y mi tiempo y no usarlos en intentar ayudar a los demás, lo tendríamos que calificar como una falta social grave.

Vivimos en comunidad, y con ella estamos obligados para mejorarla y hacerla más llevadera y agradable, seamos jóvenes, maduros o mayores.

Pues éste es el tema de hoy: intentar convencer a los mayores, que tienen que usar -al menos- una parte de su tiempo y de sus conocimientos, en cooperar al bienestar de los demás, a trabajar por el bien de la comunidad.

Ninguna o ningún jubilado con salud, puede disponer de las 24 horas del día para sí mismo o sus caprichos, o aturdidos viendo la televisión, sin ayudar a la comunidad en algo, porque no creo que sea bueno, inclusive no creo que sea honesto ni saludable.

Insisto, ese algo de ayuda a la comunidad lo define cada persona.

Cada jubilada o jubilado sabe perfectamente a qué se puede dedicar y de cuánto tiempo dispone para ayudar a los demás; muchos ya, de hecho, lo hacen; porque nadie mejor que cada uno sabe lo que puede hacer. Pero, además, lo que yo le pediría a los mayores jubilados: que decidan y que dediquen, al menos una hora diaria, a la comunidad, y en aquello que crean pueden cooperar de acuerdo a su criterio, a sus conocimientos, a su salud y a su buena voluntad.

Esto sería acercar el futuro, y supondría un progreso y mejorar el bienestar social, y a la vez aumentar la satisfacción de cada uno, por servir a los demás, que parece que se ha alejado, y que es tan necesario.

Desperdiciar y malgastar los conocimientos de toda una vida por no dedicarle una hora, de lunes a viernes, a la comunidad, me parece un egoísmo superlativo, y una manera de malgastar esa parte tan importante de la vida. Algunos ya lo hacen visitando a enfermos sin familia o colaborando con algunas actividades recreativas, musicales o deportivas de las asociaciones de vecinos o de la parroquia.

Aprovechar este último tramo de la vida y así maduraremos para el salto final, cuando más sabemos, y cuando estamos en el camino de prepararnos para morir.

De la misma manera que al dedicarle una hora, como mínimo, al día

a los demás, haría que nos sintiéramos útiles y felices, porque la felicidad está en tratar de llevarla a los demás y compartirla, pero estando quietos, aburridos y sentados en las plazas esperando a que nos llegue la muerte, es ya morir, a mi entender, en vida.

Quiero esperar a la muerte con ilusión e intentando, mientras pueda, aportar todo lo que me sea posible a los demás.

Por supuesto que alguno pensará que me equivoco, seguro, pero ello no es óbice para no hacer nada. Espero en la benevolencia de mis conciudadanos y en la misericordia infinita de Padre Dios.

En la espera que este ruego sea entendido con buena voluntad por todos, en especial por los mayores y jubilados, y, entonces, comprendamos, todos, tanto jubilados como activos, que no es devoción cooperar al bienestar de los demás sino obligación, y, por supuesto, de acuerdo a las posibilidades de cada uno, no más, pero tampoco menos repartiendo felicidad, y no estar aburridos.

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