El Papa de ahora
Por: Tomás Galván Montañez |
De la elección de Joseph Ratzinger como Papa en 2005, solo guardo un vago recuerdo aromatizado por el humo de aquella fumata blanca del mes de abril: la voz de la inconfundible Paloma Gómez Borrero. Poco más puedo recuperar aún exprimiendo mi memoria con fuerza; tenía 9 años. Quizá la alegría que se vivía en casa por aquella elección, desconcertante entonces para mí, puede ser otro retal de aquel día. Pero ya. De sus ochos años como Sumo Pontífice sí guardo imágenes, momentos, lecciones. Haber asistido a la JMJ y seguir sus intervenciones y publicaciones, me han ayudado a descubrir y conocer la figura del ya papa emérito.
Es por eso que ahora, con 17 años, he estado viviendo el momento de la silla de Pedro vacante con máxima expectación y, también, con el deseo de que un momento como la elección de un nuevo Papa, marcara un instante de mi vida. Un parpadeo, podrán pensar, pero quería que fuera un parpadeo que pudiera recordar siempre, en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia. Haber leído en qué consistirían las fumatas, y qué tendría lugar si una fuera blanca, no fue, en ningún caso, mermar la explosión de sensaciones que pudo experimentar el pasado miércoles, a las seis y nueve minutos de la tarde (hora canaria).
"Volverá a ser fumata negra", comentábamos en casa. "A esta hora ya no sale blanca; mañana temprano, quizá lo sea". Y fue entonces cuando el mundo se detuvo y Roma volvió a ser la ciudad de todos, de todo. Miradas que se tornaron al corazón de las emociones. "¡Es blanca, es blanca! ¡Tenemos papa!", me gritaba mi madre para que regresara al salón. En cuestión de segundos pude comprobar una alerta de todos mis sentidos, un desvanecimiento exultante de mi alma. El cielo matizado de tonos oscuros acogía con elegancia a una humareda blanca de significado tan universal como la propia Iglesia Católica. Volvemos a tener pastor en la Tierra.
Los minutos se volvieron días hasta que, tras un silencio abrumador, las cortinas del balcón de la Logia se abrieron y la Plaza de San Pedro estalló en júbilo. "¡Habemus Papam!", decía aquel cardenal... Jorge Mario Bergoglio. Argentina. Francisco. ¡Bergoglio, es Bergoglio! Qué capacidad de la Iglesia y del Espíritu para unir a todo el mundo en alegría. Oración. Ovación. Sensación.
Y allí apareció él. Tímido, sin aspavientos ni lujos. Asimilando el voto de sus colegas cardenales e intentado aceptar que el Espíritu Santo, y no otro, ya había decidido por todos con anterioridad para encomendar el pastoreo de la Iglesia a su persona. ¿Lo primero que hizo? Arrodillarse y rezar. Rezar por su predecesor Benedicto, por la Iglesia, por su pueblo; pero también por él y su misión. Quizá ese gesto de apertura de orar juntos era el necesario para recordarnos a los católicos que el centro y fundamento de nuestras vidas como testigos de Cristo ha de ser la oración ante el Padre y no complementos extraños que distorsionan el sentido de hablar con Dios que tenemos que evidenciar y hacer realidad.
Por eso me emocioné y, al recordarlo, me vuelvo a emocionar. En un momento social de cambio y convulsiones, Francisco, ya como Santo Padre y vicario de Cristo, ha empezado a afrontar el cambio por lo más básico y esencial: nuestra relación con Dios. Las reformas que se desean en la Iglesia, las modificaciones en la sociedad que claman renovación de estructuras, sólo podrán empezar por la oración y un cambio profundo en nuestros corazones cansados. Una fe activa para caminar, construir y confesar, como afirmó en su primera homilía como Papa. Luego, el resto. Pero ante todo hemos de enmarcar esas palabras, porque son ya las bases de este nuevo tiempo: caminar, construir y confesar. Edificar la vida en la cruz de Cristo y, además, anunciarlo con sencillez y valentía. Coherencia y amor.
Por eso estoy convencido de que el Espíritu Santo nos ha vuelto a ofrecer al Papa que necesitamos en estas circunstancias de movimiento continuo; y estos momentos van a marcar la vida de muchos jóvenes. Así lo creo y así lo escribo.
Comentarios
Fue cuando andábamos por nuestra adolescencia, fue que tenía la misma cara de este de ahora, los mismos modos, revolvió el caldero y... duró un mes.
Me alegro de tu alegría. Ojalá sea contagiosa. Y llegue hasta la Curia desde abajo.
Saludos.