Desde Tenoya a Tamaraceite llegando a San Lorenzo Cap. IV.
Por Tino Torón |
Cuando cogíamos la recta y llegar a la Cruz del Ovejero ya nos sentíamos en Tamaraceite, al llegar al surtidor veíamos con frecuencia bicicletas de la época dándoles aire a las gomas, las cámaras y las válvulas eran muy malas o arreglando algún pinchazo que también era muy frecuente, tanto que llevaban siempre de repuestos en el mini maletín que llevaban colgando bajo el sillín y el fuelle trabado en el bastidor.
Recuerdo que en esa recta tuvo un grave accidente Antonio Afonso Ojeda, un vecino de Tenoya que iba en dirección a Las Palmas a trabajar en un taller de carpintería.
En aquel cruce conocido también por el Cruce de Teror se ponía de forma inesperada el Inspector de Consumo y Sanidad conocido por “El Palomo” posiblemente le llamaran así por la vestimenta, recuerdo de verlo en las inspecciones de pesas y medidas en las tiendas de Tenoya vestido de blanco o trajes claros, en estas ocasiones y sin teléfonos se comunicaban todas las tiendas advirtiendo de su presencia para que no les cogieran desprevenidos, venía en una furgoneta. Me viene a la mente que era con carrocería de madera, marca Austin con chófer y me han contado que en ese cruce esperaba haciendo controles a los lecheros que venían de la zona norte y los de Teror y altos, toda la leche que no encontraba en condiciones sobre todo por muy aguada, la mandaba a derramar según dicen llegaba la leche en ocasiones a las primeras casas, otros exageran diciendo que llegaba hasta el almacén de plátanos de Verdugo y por último del Sindicato Verde.
Seguíamos el camino, llamándome siempre la atención la torreta del molino rumbo al campo de fútbol en un paisaje totalmente distinto, pues no habían casas a mano izquierda hasta llegar a la altura hoy del Banco Bilbao, pero si una fila de eucaliptos que han desaparecido quedando solo dos.
Al campo acudían bastante gente y buen ambiente Dominguero y en una ocasión un amigo, Pepe Juan Travieso, que en la actualidad trabaja en el ambulatorio de Tamaraceite y yo cargamos dos cestas de dulces de la panadería la Perla de Tenoya (Dicen que le pusieron calle La Perla, en aquel tiempo de tierra, a la que llegué a ver aguas residuales canalizadas por el centro, éstas se filtraban en el trayecto y a mí me dijeron que antiguamente algunos hacían las necesidades y de madrugada cuando pasaban la pisaban y uno de ellos le dio por decir ¿Te encontraste una perla? Dando nombre también a la “Dulcería la Perla”) dulces que llevábamos para venderlos en el campo, en el camino, en cada descanso nos comíamos uno. Mi padre, conocido en Tamaraceite, se lo dijeron: “tu hijo estaba vendiendo dulces “ y yo pensando que nadie me conocía, no volviendo a hacerlo más. También se vendían bocadillos, golosinas y helados.
Los que íbamos al cine Galdós y a la función de tarde, cuando llegábamos, estaba todo el pasillo lleno y solo llevábamos dinero para la entrada, comprar una chocolatina o un helado de Santiago, al que conocí con el carro, luego puso su heladería, los mayores iban a las funciones de noche y venían desde Tenoya en ranchos por toda la carretera que les he relatado, mas tarde abrieron un cine en Tenoya y los Tenoyeros dejamos de ir, pero ya mas granditos íbamos a los paseos y a las fiestas conociendo a un grupito de jóvenes.
Como era estudiante no tenía mucho dinero ni otros compañeros y con lo que teníamos nos tomamos unas copas, gastándonos hasta las pesetas del coche de horas o piratas, viniéndonos caminando y en una ocasión a la altura la Galera un coche cogió a un perro negro, escribiendo lo sucedido, nota que tengo traspapelada, sin embargo tengo el pliego de descarga de una multa de la Policía de Tráfico, recién llegados por ir caminando en sentido a la circulación y teníamos que ir por la izquierda en sentido contrario a la circulación.
En una ocasión en una de las fiestas, cuando venía bajando las escaleras de la plaza casi sin poder pasar, venían mis amigos detrás, y yo que iba delante, siguiendo a una joven de la que tuve conversación, según me contaron mis compañeros después, venía otro que por cierto era de Arucas con la misma intención que yo y al verme dio un golpe con sus manos diciendo: “por un segundo me la quitó.”
Los paseos eran desde la plaza hasta el bar de Pedro en la entrada a la Montañeta, ¿cuanto caminé en ellos y cuantas parejas salieron? , pasando por delante de los bares saliendo aquellos olores llamativos como era el bar de Cristóbal, entre otros. Los coches pasaban rozándonos y con cuidado, tanto los paseantes como los conductores estábamos educados a esa situación.
Cuando empecé a estudiar en Las Palmas, tenía unos 12 años y al ir en los coches de hora, porque tenía bonos (ayuda que daba el Ayuntamiento en aquella época de la cual me informó un maestro) conocí a muchos jóvenes en Tamaraceite, que de vez en cuando repaso sin saber sus destinos. En Tenoya, en las fiestas, en alguna ocasión se han hecho encuentro de Tenoyeros, como homenajes a los maestros, donde se localizan a sus alumnos que viven fuera con gran éxito. No solo conocí a jóvenes si no a mayores, que me ha servido de bien, sintiendo una riqueza dentro de mí, por eso lo que cuento son historias contadas y vividas que he querido rescatar.
En Tamaraceite el molino de Juan Suárez cuando la guerra hizo un papel importante, con las necesidades de aquella época, pues según me han contado iban desde madrugada o toda la noche a hacer colas para comprar el gofio que procuraban repartirlo entre los asistentes, la mayoría no tenía dinero para comprar cantidad, pero los cálculos no salían bien, caso que era frecuente y muchos tenían que volver al otro día, deseando tener suerte.
Los vecinos de Tenoya hacían el camino y algunos hicieron carros tirados por ellos mismos, en las cuestas abajo se subían los que podían y en las pendientes ayudaban a empujar. Mi tío Domingo, que era un manitas, cuando era joven, hizo uno con ruedas de hierro, contándome esta historia, de traer gofio para muchos en su carro, recordando cuando niño de ver los ejes y las ruedas en el sótano.
Entre los rumores de la ventas de gofio, se decía que le echaban arena camuflada para que pesara más y cuando se lo iban a comer dejaban reposarlo para que la arena llegara al fondo y más que contar.
Posteriormente, cuando era niño, cuando venían los camiones del gofio a las tiendas, que por cierto, eran del Molino la Calzada, de Miraflor y de Juan Suárez y por último de La Goleta de Arucas, según mi memoria, los niños lo olíamos a lo lejos, gritando “Ahí viene el camión de gofio, el camión del gofio”…………corriendo tras de él.
Antes, en las casas, depositaban el gofio en latas de galletas, cacharros preparados por los latoneros con su pala, hasta en latas de carburo en esos recipientes reciclados.
Como el tema del gofio se alarga considerando que debo escribirlo aparte, debido a su importancia, desde sus plantaciones, cosechas, descamisadas, secados, tostaderos, traslados a los molinos, etc. dándome cuenta que en cada articulo aparecen sin darme cuenta temas interesantes del que me voy a comprometer.
Con este recorrido y último capítulo de esta serie quiero finalizar regresando felizmente a mi Pueblo, Tenoya saludando y dándoles las gracias a todos aquellos que me acompañaron en este viaje.
Comentarios
Pedro Dominguez Herrera
Trataré de hacer artículos que nos identifiquen, que tengan sabor y arraigo en nuestro Distrito.
Te saluda,
Y las colas de coches, que a veces llegaban delante de las guaguas verdes...
Me gustaría que otros hicieran los mismo, porque contribuyen ha ampliar los conocimientos de todos los escritos que siempre serán incompletos. Yo solo trato de poner mi aportación.
Te saluda,