Vivencias de un tenoyero - La Ganadería (Capítulo segundo)
Por Tino Torón |
Siempre en mis escritos añado cualquier motivo alegórico al
tema porque para mí, hace más amena y curiosa la lectura. Me decía un panadero
llamado Tino el de Manuel Pablo, que cuando iba camino de Cardones, un día se
le cayó el burro en el barranco viendo en esa oscuridad un farol que cada vez
se acercaba, al llegar le ayudó a levantarlo, siguiendo este señor su camino
sin conocerle y que atribuye a un supuesto pastor que por casualidad pasaba por
el lugar, como el lechero Ramón el de los perros, famoso cazador del que se
confiesa no tener miedo, este desde las cinco de la mañana sacaba la leche de
fincas dispersas en barrancos y laderas, cuando un día el miedo se apoderaba
viendo como unas alas se abrían en el camino, después de parar siguió, cada vez
que se acercaba el miedo aumentaba, pero al llegar al lugar descubrió que era
una palmera agitada por el aire, lugar que él conocía, este señor aún vive con
bastante edad.
Los pastores
se conocían por el nombre de las fincas o propietarios de ellas, escuchándose:
Chano el de la Finca La
Hoya o Manuel el de la finca de Curbelo, la finca las Señoritas, estos eran
considerados y respetados dentro y fuera de las fincas, como así los
mayordomos.
En mi época
desde que salíamos del Castillo de Matas anidado de cuevas y subiendo ese repechón, desde la misma ciudad
podíamos ver las plantaciones de plataneras y tomateros, las carreteras
protegidas a ambos lados de eucaliptos que en zonas hacían un túnel uniéndose
entre ellos, sombras que protegían el sol y las lluvias, recuerdo cuando íbamos en los piratas y
coches de hora sin ventanillas que al pasar se escuchaba el corte de los aires
y en el verdor paisaje y al pie de la misma carretera, las lecheras muchas
solitarias que esperaban el paso de la camioneta y coches de hora haciendo sus
paradas de recogida, teniendo que recordar los controles de sanidad y consumo,
conociendo al Palomo el que en la
Cruz del Ovejero por sorpresa paraba las camionetas de la
leche tanto las que venían de Teror y partes altas como las de Arucas,
tirándola en la misma calle llegando hasta las primeras casas.
Las fincas y
lecheros aprovechaban vender a los particulares porque le sacaban más dinero,
llevando el medidor colgado en la cintura, otros iban puerta por puerta, pero
la costumbre mas natural era ir a los alpendres llevando el gofio y la escudilla, otros llevaban la
lechera. El pastor sacaba la leche delante de ellos bebiéndosela en el mismo
momento, pues había una desconfianza que al llenar las lecheras le aumentaban
echándoles agua mas la que le echaba el lechero …..Un día que iba con un amigo,
el pastor le quería dar la leche de la lechera y éste le dijo que no, porque la
madre se lo había advertido. (Había una picaresca, pues echaban la leche en la
lechera y el agua ya estaba dentro)
Quiero relatarle
la realidad de la escena para que ustedes se sientan presentes en ella pudiendo
muchos de añorar esos momentos, entrando en escena natural, el pastor, los
animales y los visitantes.
A la vista del
alpendre, con las cortinas de sacos corridas vemos los animales en fila, sus
balidos de tranquilidad sinfonizan entre unos y otros, los rabos balancean de
un lado al otro sacudiéndose de las moscas, sus miradas de paz, con esos ojos
grandes nos hipnotizaban y los olores naturales y agradables de las hierbas, de
las bostas, orines y el mismo estiércol nos envolvían como una burbuja. (te llega
el olor Juana y José..) Al llegar la hora de la ordeñada, le echaban de comer
para entretenerlos, gustándome también como el pastor le picaba los rolos con
un machete, como si estuviera afilando un lápiz que terminaba sin encontrar
puntas, también me llamaba la atención cuando les amasaba la paja y el afrecho
en la tanqueta, los pastores todos manchados y betunados entre las reses, cogía
el balde mediano y a veces escachado de los golpes, lo lavaban en la tanqueta o
chorro de aguas mas limpias, pues en las fincas no había agua de abasto, pegado
a la columna, donde también si era de piedra afilaban el cuchillo como un
barbero “diciendo ya esta está para afeitar”, viendo en la columna las caricias
de la hoja que iban desgastando la piedra, al pié de esas columnas tenían el
banco bajo de tres patas o el corcho de una palmera, se escarranchaba detrás o
en un lateral, masajeaba el ubre y las tetas amansándola con unas tortitas
llamándolas por su nombre (Clavellina,
Clavellina estate quieta) en esos momentos podía salir una bosta o meada que el
pastor esquivaba, llegado el momento se pone el balde entre los pies, con la
misma leche lavaba las tetas y empieza con arte de la ordeñada con sus dos
manos lo hace discontinuo escuchándose el derecho, el izquierdo sonando en el
balde cambiando de tono según se llenaba, viéndose las espumas formaban un
volcán, Clavellina en momentos levantaba las patas y danzaba con su rabo, el
pastor apaciguaba al animal otras veces con mala suerte que le viraba la leche,
formándose una discusión entre ellos
(verás lo que hago mañana contigo) te dejo para la última…. y si caía
una mosca que era muy frecuente la sacaban entre las espumas con toda
naturalidad.
Mientras los
visitantes observaban la escena, el pillo del pastor en alguna ocasión lanzaba
bromeando en esos momentos un chinguido
(un chorro) de leche mientras les
pedía la taza o escudilla, en el mismo
alpendre el niño le echaba gofio entre las espumas que poco a poco se va
hundiendo, empieza a bebérsela quedándose un bigote blanco de espumas en sus
labios que como la misma vaca se lame y
limpia.
Los que iban
con lechera, los despachaba echándoles un poco mas, los niños salíamos jugando
todo el camino, llegando a ver las caídas, desparramaos y llantos y lamentos (mi
madre me mata ….) algunos volvían al alpendre y el pastor se las reponía
diciéndoles (no vuelvas mas, esta es la última)
La madre
esperaba a su hijo para merendar, dándosela a otro hijo-a que estaba como así
se decía raquítico, había madres que les daban el biberón a sus hijos con una
botella de coñac y un biberón comprado en las tiendas y que en muchas colgaban
como un collar.
Da la
casualidad que cuando venía de la Finca El
Provisor a orillas de la acequia y al llegar a unos lavaderos me caí de una
terrera sin soltar la lechera sin suerte ninguna, pues pensé mas en la leche
que lo que me podía pasar (regresé a la
casa de los dueños donde el pastor había dejado la lechera y me dio un poco
compartiendo la perdida. (Como lo recuerdo, tanto que aun tengo la lechera
abollada)
Me contaba un
amigo de la Pardilla ,
que cuando era chico su hermana lo llevaba como un muñeco jugando con el por el camino hasta llegar a el alpendre que
tenía su padre y que atendía fuera de su trabajo, este buen hombre me dice “si
tu supieras lo que hacia mi hermana conmigo, me acostaba en el pesebre y me
dejaba allí, el becerro o la vaca me
lamía tal vez por el olor a leche y me protegía dándome calor, según mi hermana
ella seguía con sus juegos despreocupándose de mí. En otra ocasión mientras iba
envuelto en una manta mayor que el, por el camino a su hermana se le cayó sin
darse cuenta y es que en aquellos tiempos los hermanos mayores cuidaban a sus
hermanos pequeños ya que sus padres trabajaban y si no se los llevaban hasta
cuando iban a lavar en barrancos y acequias, al regresar la carga la llevaban
en la cabeza y al niño cogido en el cuadril (la cintura)
Comentarios
Gracias por esos recuerdos! Hoy en día no volvería a tomar la leche recién ordeñada en la taza con el gofio por aquello de la higiene pero...¡Nunca pasaba nada!
Un relato perfecto, gracias.
Eva Mª Molina
Se que muchos lo siente y lo reviven, otros quedaran sorprendidos de lo que fue un ayer no muy lejano.
Hoy nos parece que vivimos para mi sin sentido y destino.
De que viviremos dentro de cincuenta años.
¿Me Pregunto?
Agradecido, te saluda