La autoridad no se improvisa
Por Luis C. García Correa |
Nada que tenga importancia se puede improvisar. Así ocurre con la autoridad.
Puede que alguien con autoridad, incluso después de haber sido elegido democráticamente, actúe sin tener los valores necesarios, y se considere capaz de decidir por los demás.
Craso error.
La humildad es el cimiento de la autoridad.
Un político con autoridad puede decidir y tomar acuerdos “motu proprio", esto es, sin contar ni respetar la opinión de los administrados. Es un craso error, que puede llegar a dañar, aunque que sea sin mala voluntad, lo que no elimina el daño causado.
Un político con autoridad, o sin ella, tiene que ser, fundamentalmente, humilde, honesto y educado. Y de manera sobresaliente.
Para tener autoridad no se necesita saber de todos los temas. Para esos están los buenos funcionarios que funcionan.
La autoridad no se improvisa.
La autoridad es un bien, un honor y una enorme responsabilidad.
Los buenos deseos de la autoridad no permiten decidir sin saber y, aún menos, sin contar con los demás.
En todo caso habría que reconocer que un pueblo pasota, que no es honesto ni participativo, no proporciona a la autoridad la información que necesita.
Aquí es donde cobra más sentido la humildad: la legítima autoridad tiene que tener una gran humildad y buscar los cauces para oír la opinión de los afectados.
Parte de los grandes y gravísimos problemas que crea la autoridad procede de una actitud paternalista. Por muy buena voluntad que se tenga, el paternalista es un enemigo social.
La autoridad ejercida con paternalismo crea enormes problemas, pues se cree estar en posesión y conocimiento de la única verdad
La autoridad es una gran responsabilidad.
La autoridad no es un don y es una obligación.
La autoridad no se improvisa.
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