¡Vendedor de Yuyos!
Por Antonio Domínguez |
No es nada fácil para un barbero como yo que se pasó la vida regalando razón a quien no la tenía, seguirla regalando a quien no la tiene. Hasta en los libros del oficio se hablaba y titulaba de auténtico disparate quitar la razón en algo a algo o a alguien,- dentro y fuera de la barbería-. Dirigirse a sus conciudadanos en los términos del conocimiento en cualquier sentido, no está bien visto que lo haga el barbero. Yo nunca lo hice porque tuve en cuenta que partía de un no yo vastísimo aun por explorar para después, si podía, comprender (esto lo tuve asumido); orientado a dirigirme –para más inri- a un pensamiento no exquisito y no a la última en la disciplina mas formalmente específica de las resoluciones, finalidades, porqués de la mente y un montón de cometidos que yo necesariamente ignoraré sin mas remedio; y sé lamentablemente, que la inmensa mayoría a los que me dirijo los ignoran también. ¡Me da respiro y anima este atrevimiento mío porque tiene espíritu de aventura! ¡Solo son grandes las aventuras de la mente; aunque todas sean en ella! Porque son esenciales; se viven eligiendo a capricho los mas bellos motivos y causas necesitantes controlando (no hay otra forma posible) el tiempo y el espacio. Se puede pasar enseguida a otras y a otras cuya finitud marca el alcance de la propia inteligencia. Estas aventuras semi-astrales al poderse vivir recostado en un una desvencijada mecedora del cuarto más al fondo de la casa, es de observar si uno se conforma con poco cabría aquí hasta un 0’1 por ciento de felicidad, porque hay que ver, que no hay mosquitos ni caníbales que no se paren y estén quedos a la primera orden que uno les da. No hay que soportar altas temperaturas de la sabana ni congelantes fríos de la estepa, ni nada, nada, disuasorio que cualquier otro tipo de aventura no metafísica conlleva. Es evidente. La mente en el silencio de la habitación de la punta atrás del patio, “es el coño la madre”.
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