“¡LLORAR POR AMOR A LOS DEMÁS!” “¡LLORAR POR NO PODER AYUDAR A LOS DEMÁS!
“¡Llorar por amor a los demás es santidad!”
“¡Llorar por no poder ayudar a los demás es santidad!”
Santidad es tener la conciencia tranquila por amor.
“¡El santo, y la santidad, son los verdaderos tesoros de la humanidad!”
Llorar por los demás denota una especial sensibilidad: es la empatía característica de la bondad.
“¡Benditas y benditos sean los que lloran por el bien de los demás!”
Desear el bien de los demás, la virtud de la benevolencia, debería ser una parte importante en la educación de los hijos, y, por supuesto, en las vivencias de cada día.
Desear el bien de los demás no se improvisa, porque es una consecuencia del amor a los demás.
“¡Ame a los demás, y, alguna vez, llorará por los demás!”
Para llorar solo hay que amar.
Llora quien ama, y ama con pasión.
Llorar, por amar y por adorar a Dios, es la gran virtud de los santos de altar.
Llorar por no poder ayudar es estar en el camino glorioso de la cercanía de Dios.
“¡Dios está dentro de nosotros!” Si lo oímos, sabremos encontrar el camino.
“¡El llanto de alegría embellece la vida!”
Llorar de alegría ensancha el corazón, aligera la sangre, y llena el cuerpo y el alma de una felicidad compartida.
No se llora por uno mismo.
Siempre lloramos por causa o razón de los demás.
“¡Llorar por amor a los demás!” Debe ser el sentimiento, y el hecho cotidiano, cuando vemos que los demás necesitan de nuestra ayuda.
“¡Llorar por no poder ayudar a los demás!” Debe ser el comportamiento de quien ama con pasión a los demás.
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