Recuerdos de Semana Santa

 

Por Esteban G. Santana Cabrera 

Ustedes me llaman Maestro, y Señor; y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he puesto el ejemplo, para que lo mismo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan".

Estas palabras resuenan en mi cabeza aún y me recuerdan a mi infancia, cuando en la solemnidad del jueves santo los hombres  y los niños subían al altar a realizar el lavatorio de los pies. Recuerdo que los chiquillos nos escondíamos, por si teníamos un agujero en el calcetín, y que el cura no viniera a buscarnos. No obstante siempre había voluntarios como Periquito, Antonio Gálvez o Juanito el cartero. Años más tarde también fueron subiendo mujeres. Pero del jueves santo tengo unos bonitos recuerdos, por lo menos en mi familia, por la noche, al acabar la misa acudíamos a visitar los Monumentos o las Siete Iglesias. Era un ritual visitar los Santísimos y acabar en Tamaraceite a las 10 de la noche para la Hora Santa, una hora de reflexión y oración delante del Monumento para a continuación hacer el Vía Crucis por las calles del pueblo. En Tamaraceite era un acontecimiento importante, grandes y niños recorríamos en la oscuridad rememorando los últimos días de Jesús hasta llegar al Calvario. Las paradas estaban estipuladas y en las mismas había una cruz decorada con esmero y cariño. Generalmente las paradas se repetían de año en año y la gente lo respetaba.

Aquellos viernes santos de hace 50 o 60 años eran solemnes, donde solo se escuchaba música clásica y te podías llevar un buen "coscorrón" si se te ocurría entonar alguna canción que no fuera religiosa. Durante un tiempo tuvimos la oportunidad de disfrutar del Vía Crucis Viviente que tan brillantemente se interpretaba por nuestras calles y que tenía como actor principal a Cillo en el papel de Jesús y donde se implicaba buena parte de nuestra gente, algunos incluso poniendo las luces de los coches en el Campo de la Manzanilla para que se pudiera ver el momento de la crucifixión. Una tradición que ha vuelto a recuperarse afortunadamente este año, aunque es una pena que no pueda realizarse por las calles del barrio como antaño.

La misa antiguamente era en latín y se cuentan muchas anécdotas. El altar estaba pegado al retablo y el cura daba la espalda al pueblo. Solamente se viraba para la gente para decir: “Dóminus vobiscum” (el Señor esté con ustedes) y se respondía “et cum Spíritu tuo”.

Más tarde, el altar se puso más adelante, cara al pueblo. Aunque al principio costó adaptarse, la verdad que fue mucho mejor”. El cura era, casi, el menos que hacía. El monaguillo que mandaba era Mateo, que era sacristán y sochantre (en la época de Noli). Todos los monaguillos se unían en contra de Mateo, porque D. Ignacio pasaba como el bueno y el que tenía que echar los pleitos era él. Mateo empezó de monaguillo con D. Ignacio a los seis años. Primero fue monaguillo, después sacristán y luego sochantre.  En el tema del canto era muy serio y había que responder bien las respuestas en latín y bien cantadas.  Como Mateo era el “jefe” llevaba sotana negra y roquete blanco por ser el mayor. Los más jóvenes llevaban sotanas rojas con plumachos;: este el vestido, como si dijéramos, de los reclutas. Los más veteranos llevaban la sotana celeste. Prudencio y Mateo discutían porque los dos querían llevar la sotana negra.

En Semana Santa, el sábado, se bendecía el agua y los monaguillos salían a rociar las casas con el agua. Ellos entraban a las casas y la gente le decía dónde debían rociar. La gente, en agradecimiento daba algunos huevos o algunas perrillas que ellos iban recogiendo. Pero Prudencio y Mateo, a escondidas, cogían algunos huevos de los patos de los estanques hasta conseguir una cesta llena. Cuando llegaban al Toscón, donde había una tienda, ya con cierta hambrilla, compraban con el dinero de la alcancía un poco de pan y sardinas. Prudencio no necesitaba que nadie lo despertara para ir a misa. El gallo de Cirila Cantero lo despertaba los domingos a las cuatro y media de la mañana. Y solamente por el hecho de ponerse la sotana no dormía en toda la noche. Luego pedía a Agustinita el pan calentito para los monaguillos y entraba a la sacristía. El latín era el idioma oficial de la iglesia. Y los monaguillos tenían que aprenderse de memoria las oraciones en latín. 

El vestuario del monaguillo, recuerdan, era la sotana y el roquete en la parte de arriba. El mayor llevaba sobrepelliz. También se ponían la moceta, una especie de capa hasta media espalda, como las pañoletas de las mujeres. El sochantre estaba para cantar y el sacristán para el arreglo de la iglesia.

El viernes amanecía en silencio, se hablaba lo menos posible porque Jesús moría esa tarde y por supuesto no se comía carne. Lo tradicional era el sancocho de cherne salado con papas sancochadas y batata. A las 5 había que acudir a la iglesia a escuchar el Sermón de las 7 Palabras y a besar la cruz para a continuación salir en procesión por nuestras calles con un respeto absoluto. Los hombres iban de luto, con corbata negra, las mujeres, algunas con mantilla y nada de colores chillones. Los hombres iban tras el Cristo Yacente y las mujeres tras la Virgen de los Dolores o de San Juan que también se sacaba en aquellos años de mi niñez. Nosotros teníamos una tienda y cuando pasaba la procesión había que cerrar las puertas en señal de respeto y mirábamos tras el cristal a la gente que seguía a los distintos tronos.

Hasta el sábado por la noche no se podía poner música, ni cantar, ni jugar al fútbol, ni sonaban las campanas, hablar lo imprescindible y en algunos pueblos sonaba la "matraca", una especia de rueda que hacía ruido y que sustituía a las campanas.

El día de luto acababa el sábado por la noche con la Vigilia de Resurrección, que no podía ser antes de las 12 de la noche, y donde se quemaba a Judas en la Plaza como símbolo de quema del pecado y de aquél que había entregado a Jesús hacía dos días.

Resulta increíble que algo sucedido hace más de dos mil años se venga repitiendo año a año y millones de personas continúen siguiendo a Jesús a pesar de que las noticias negativas sobre la Iglesia ensombrecen todas las buenas acciones que realiza en el mundo. Ya lo decía mi madre, un garbanzo podrido te fastidia el puchero. Y así es, porque lo negativo ensombrece el fantástico trabajo humanitario que desempeñan con los más desfavorecidos.

Lo cierto es que el mensaje de Jesús continúa estando latente y estos meses atrás lo he podido vivir en personas cercanas, totalmente alejadas de la Iglesia y como han vivido un "reencuentro" total con Él y con su mensaje. Asombrado me quedé la pasada semana en un concierto-meditación del grupo de jóvenes Hakuna, como los define el Papa Francisco, Una familia eucarística que nace en Río de Janeiro en la JMJ de 2013, compartiendo un estilo de vida a través de la música y de la acción. Y después dicen que los jóvenes no siguen a  Jesús.

Quiero terminar mi reflexión de Semana Santa con una frase del evangelio de Jueves Santo, y donde dice Jesús «Lo que yo hago, no lo entiendes ahora; pero lo entenderás después.» Realmente con los ojos de niño no entendía muchas de las tradiciones de aquellos años, ni de los actos de fe, pero con el tiempo me he ido dando cuenta de lo importante que es la fe para el ser humano. Feliz Semana Santa.

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