Carta al Viento: El banco bueno, el feo y el malo
Por: Jesús Vega Mesa |
Mi vecino Manuel está hecho un lío. Ha escuchado lo de la creación en España de un “banco malo”. Pero, según ha
ido entendiendo, me cuenta, un banco malo es un banco bueno para todos. Y claro,
si el banco malo es bueno, concluye Manuel, se supone que los otros bancos, los
que no son malos, no serán nada buenos. O
sea un lío.
Pero yo no quería escribir de
estos bancos sino más bien del que, a mi
parecer, es el único banco cien por cien
bueno. De un banco que ayuda a quien lo necesita y no cobra comisiones. De una
entidad que no solamente no desahucia a
nadie sino que ayuda a los desahuciados. Un banco que no busca beneficios sino
beneficiar. Un banco que no presta a los que tienen propiedades sino que da a
los que carecen de capital. Un banco que se parece a lo que ocurre en la
familia de Verónica.
Verónica es una chica de apenas
dieciséis años con varios hermanos de
parecidas edades, además de algún sobrino y una buena cantidad de primos. Y en
su familia, según me cuenta la muchacha, hace ya algún tiempo que, sin reuniones ni
acuerdos previos, empezó a funcionar el “banco familiar” donde nada debe tirarse.
Los libros, la ropa, los móviles y los juguetes
van pasando de uno a otro, porque lo que no sirve para Juana sirve para
la hermana. Y cuando la rebeca de Verónica, vamos a suponer, le empieza a quedar estrecha, pasa automáticamente al uso de su
hermana menor. Y así mejora la economía
familiar y aumentan valores tan importantes como la unión y la responsabilidad.
Hace unos días, en la Playa del
Burrero, Manuel Pérez Hernández nos contaba la filosofía del Banco de
Alimentos, del que él es Presidente. Y en realidad no se diferencia mucho de lo que se hace en la familia de Verónica. Su objetivo es que ninguna
comida en buen estado vaya a la basura. Que lo que ya no puede venderse, se
regale. Que las tiendas o supermercados tomen conciencia de que, ingresando alimentos en la “cuenta
corriente” de este Banco van a recibir
una gran rentabilidad. En primer lugar, porque mejorarán la situación de
muchísimas personas que van a poder
subsistir gracias a ellos. Y, además, favorecerán el respeto y equilibrio de la
naturaleza. Y recibirán la satisfacción de colaborar a hacer un mundo mejor. Para
los cristianos supone, además, hacer realidad el deseo de Jesús.
La Provincia publicaba antes de
ayer una expresiva foto: Empresarios de Aenaga
haciendo entrega de toneladas de
alimentos para que Cáritas los hiciera llegar a las familias más necesitadas. Y
en los rostros de todos se veía cara de
satisfacción. Es que hay más alegría en dar que en recibir, lo dijo el maestro
de Nazaret. La alegría de compartir. Lo
he comprobado cuando, en el supermercado de Leo, muy cerca de mi calle, una
señora hacía la compra para su casa y al mismo tiempo hacía otra compra para
Cáritas. Es el gesto que tendría que repetirse en Navidades y en cualquier
fecha del año. Lo mismo que hace el Banco de Alimentos, el único Banco bueno.
Porque ya saben, como en una película del Oeste, existe el Banco Malo que, como
dice Manuel, no es malo. Y el de Alimentos que es el bueno. Pero
también está el Banco feo. El banco feo es
ese que ya todos conocemos. El de siempre.
Pero de ese, mejor ni hablar. El bueno, el feo y el malo. Quedémonos con
el bueno, con el Banco de Alimentos. Con el de Verónica. Con el de Aenaga. Con
el de Cáritas.
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