Dos de mis amigos peninsulares
Por: Antonio Domínguez |
Me lo dijo Miguelito “El Prinsulá”, “canario es aquel
que empolva su cara con gofio después del afeitado y el culo de su bebé en los
cambios de pañal, y se lo pone en una cortada para “atajar” la sangre. Ya de
camino te digo, me dijo, que fue usada esta harina por los más inverosímiles
entendimientos individualmente; quedando en los secretos con tierra encima al
igual que sus dueños”. ¡Ah, Miguelito! Estudioso sin fatiga de todo lo que es
polvo, en el polvo, o en polvo y polvacera. ¡¡A saber para cuantas inopinadas
cosas se ha utilizado el gofio,
además de en tisanas para bajar la fiebre!! Pues, el que fuera nuestro alimento
principal y casi único, con tal de entrar en nuestro cuerpo a ayudar, no le
importó ni la vía infusa.
No
estaba Miguelito limitado al mundo de gofios, pejines y rones bien medidos. Es
por lo que cuando hablaba con Rafaelito, también “prinsulá” de la ciudad de
salamanca, muy entendido… escuché que se decían… un día…
“Nunca
se logra la meditación plena (son demasiados los peligros como para quedar
mucho rato indefenso con la mente en blanco). Entonces saltó a decir uno de los
dos… la meditación como se entiende
en la India de las castas y las hambres, se trata de discurrir primero sobre los medios de conocerla
para conseguirla. Ya entonces se puede aplicar con profunda atención el
pensamiento; ¡no! a la consideración
de algo; sino a observar una especie de estado catártico purificador cerebral;
a poder ser lo más inconsciente posible y totalmente abstraído de cuanto rodea;
y sin nada pensar, mientras se medita. Siempre intentará aparecer la
interrupción que ha de ser eliminada y
echada a un lado por la fuerza de la concentración, para mínimamente meditar; para por esa causa
efecto, que marca los intervalos en que se siente y no se siente la
respiración, ir haciendo lo que el cerebro va demandando. Esto es, que cuando
no medita reflexiona, al igual que cuando no reflexiona medita y no hay más en
ese comprobado”. ¡¡A perro Miguelito y no menos Rafaelito!!
Como
ya he indicado, además de que todo a ellos se lo oí, “muchas veces en que se
medita aparece la interrupción que pone en olvido a la meditación; por lo que
continúa el cerebro en la reflexión fascinante, que llegó en tromba y se hizo
con toda la atención: la materia de la expresada interrupción, sustrayéndole de
la quietud meditativa precondicionada, optada, elegida... que siempre es hasta
nueva orden o hasta la llegada de la inevitable distracción. Nunca se sabrá lo
que es verdadero “respiro para la cabeza” (a contracorriente de lo generalmente
admitido, que seguro habrá que lamentar además el disgusto general, por como
trato el concepto meditación, más allá del chusco diccionario), si la
meditación forzada o la relajada reflexión. Por si le produce ligeros mareos
premonitorios el vértigo que proviene de la aversión a las levedades que aquí
se atreven, le expreso una de ellas desde lenguaje mucho menos sutil y mucho
más reventante (al leñazo).
Afirmo
por eso (esto ya no lo dicen mis amigos, lo digo yo) una de las más brutales; y
esa la es que, principios no tiene nadie. Los fines gestados, (pretendidos como
principios) estratégicamente llevados, se puede decir que son una ilusión que
engaña a unos cuantos. Esto es, que ningún fin que se persiga –o se está
persiguiendo y es así futuro- se puede tener bajo control porque no ha llegado
todavía. De la que disfrutamos todos es de la finalidad, que es la suma de
billones de finalidades puntuales y cabales al tiempo exacto en que
transcurren. Téngase en cuenta o no se olvide añadir a ella, los muchísimos
tiempos que tiene un día. ¿Qué encierra esta tontería? No es mi culpa respetado
lector si usted extrapola yéndose a la más desafortunada cara de este poliedro.
Lo que aquí se dice ha de ser visto como aquí se dice. Y acto seguido (entonces
sí), se podrá decir si es una imbecilidad o, se podrá decir “admirado”: ¡¡Hay
que joderse!!
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