A Pepe Cabrera Amador

Por Antonio Domínguez
Le dedico estos “avances” a mí no enemigo (al que nada me importa distinguir de amigo, es un placer): José Cabrera Amador, por haber tenido una charla con él de estos asuntos, muy aclaratoria por detenida.


Si lee esto y su entendimiento está a la altura del de la generalidad, se escandalizará. Lo que a continuación se dice solo lo podrá tolerar una mente (mentalidad) algo formada. Está advertido.

Hay multituld de personas que habiendo estudiado filosofía son incapaces de utilizar, eso, su formación para exponer criterios personales; y ante tal invalidez, optan por publicar libros, escritos críticos, acerca de otros que sí han tenido la posibilidad mental de una vida enteramente dedicada a producir libros propios. En esta amplia fauna de críticos de la filosofía ya estatuida, hay de todo como es natural; se dividen principalmente en dos grandes grupos: los que se ocupan de las plumas advenedizas que se han amoldado a los intereses políticos y religiosos del momento, en todos los tiempos (Descartes etc.), que son los más, y los otros, los que campan por sus respetos y se ocupan lejos de la ignominia, de plumas fuertes y honradas -en la filosofía y que no se vendieron-, que tiraron de la mano de quien las manejó, y que son los menos. 

Pues bien, todos los primeros están de acuerdo en que junto con Kant podríamos nombrar a Descartes como el iniciador del pensamiento moderno. Digo todos, suponiéndolo. Nadie puede leerlos todos, que son a miles. El caso es que esto es mentira. Estos señores no son los padres del pensamiento moderno porque están exactamente en la corriente aristotélica, platónica, pascalina, etc. Machacando ideas o perfeccionando ideas antiguas para gusto de algunos. Yo lo dudo… que sean padres de nada que no sea un chiquillo. 


Los iniciadores del pensmiento moderno fueron Shopenhauer como precursor y Nietzsche como iniciador propiamente dicho hasta que no se demuestre lo contrario. Tanto uno como otro, sí que rompieron con el pasado para decir algo radicalmente distinto y no se les debe robar este mérito. Es tal repeluz que produce el segundo, en la conciencia de los moralistas, que me asombra encontrar sus libros a la venta, habida cuenta de la grandiosa influencia que ejerce el miedo que le tienen, como así mismo me asombra que murieran de muerte natural, estos dos hombres, en aquéllos delicados, por excesivamente controlados días primeros del siglo XIX.


Tiene Descartes una sola idea, ¿importante?: la duda absoluta. Sin embargo no le eximió de demostrar la existencia de Dios, nada menos. Aquí comienza el racionalismo (dicen); someterlo todo a cachondeo hasta que la razón obligue por fuerza a admitir una idea.  Yo siempre he oído decir, que a la fuerza no se pueden conseguir, ni amores siquiera.

Este hombre y la gran fama que tenía, y su filosofía, a la magnitud e intensidad del entusiasmo interesó  a la reina de Suecia, a tal rigor que estaba fijo dando clases uno, y recibiéndolas la otra. Extrájole de Francia para recibir lecciones de filosofía de él. Fue su fracaso; no haberle podido dar una mínima formación filosófica a la soberana-reina, para conocérsele como gran maestro pero el que mucho no sabe, poco puede enseñar. Y no es porque no trabajaran en el estudio que se proyectaba sin respetar noche ni día; trabajando a tope durante años y por lo menos yo, no conozco un solo postulado sintético de la reina y menos ninguna teoría.

La razón como criterio de verdad. ¿Qué es un criterio de verdad? “”lo dijo fulano””, para que la cuestión quede decidida. Siempre que tal autoridad se reconozca. Eso es lo que sucedía en la Edad Media. Bastaba que alguien indicara: “lo dice Aristóteles”, o lo dice la biblia para que se pusiese fin a una disputa. Ahora sería lo dijo Messi o lo dijo Bustamante, Viera o Juan Marrero o un no santo hombre,… etc.

Aristóteles, preceptor de Alejandro Magno, extraordinario asesiono al que acompañó el filósofo en todas sus campañas de saqueos, muerte y destrucción. Hablaba de bonanza como la moral pública y privada a tal punto embaucadora que influyó en el rasputínico Tomás de Aquino en sus conspiraciones pastoriles  y majaderas. Reconozco la grandeza de Aristóteles en el hombre que podía haber orientado a otro norte sus escritos. ¡Qué hombre hemos perdido!. Le faltó mucha dignidad. Y de los libros sagrados de todas las religiones ¿qué decir?, es un error universal creer que son  libros incomparablemente superiores a cuantos los hombres han escrito, dicho desde el mayor respeto que se pueda sentir desde mi punto de vista no oficial.

Para sustentar esta afirmación no hay nada más que mirar en las manos (esos libros) de quiénes se deberían encontrar y que de hecho se encuentran. Aquí sí es verdad que no hay que romperse la cabeza buscando refutaciones; aunque las hay y muchas.

Descartes, en mi inmodesto modo de ver (creo que decir modesto es una inmodestia prudente y cautelosa), le fastidió su gran amor a las matemáticas en las cuales destacó a alturas de la consideración; estudiándose todavía hoy sus reglas. Desatacó demasiado en esta disciplina, y eso es lo malo, porque estoy convencido que los números a grado sumo, mancan la inteligencia y deja a los tipos indefensos ante la cultura y demás saberes que son a miles.

Cuando veo a un padre presumir de la grandísima aptitud de su hijo para las matemáticas, pienso para mis adentros: tolete a la vista. Un niño así se deforma porque oirá un día que pelean en una guerra un millón de hombres y es posible que ni se plantee o no la necesidad o la justicia de esa guerra, sino que empezará a contar por deformación los fusiles, las balas, las bombas, los calzoncillos, las raciones diarias, complicaciones con la bolsa, etc, etc. No conocerá casi nada de nada, no ya por torpe, sino porque no tiene tiempo; se creerá muy inteligente como es natural.
 Le preguntaron a Alekhine ¿es verdad Sr. Alekhine que el ajedrez desarrolla la inteligencia? Y Alekhine contestó: “sí, la que es para jugar al ajedrez”. Así mismo, yo afirmo, que los números, cuando se toman sin estravagancia, ayudan a desarrollar el pensamiento lógico, pero cuando se hacen verdaderas panzadas, sólo desarrollan intelectualmente hablando, lo que le es propio solamente. No ignoro que en las escuelas antiguas de filosofía lo primero que se hacía era enseñar los rudimienos matemáticos como un entretenimiento para desarrollar el pensamiento lógico imprescindible, pero sólo hasta ahí. Las matemáticas son a la ciencia un medio; sus fines son  otros.

La irascibilidad de los matemáticos es grande porque Alfred Nobel, no legó dotación económica alguna que premiara esta disciplina, y dicen que esto se debe a que Alfredo sorprendió a un matemático refrescando a su esposa, amancebado por ella. Esto,   como creo que usted estará perfectamente de acuerdo, es una postura agricultora y labradora de dignidad, que fumiga el desprestigio a que les ha sentenciado Alfredo.

Pero vamos a ver, ¿cómo es posible que en un país como Suecia, pionero en la libertad y educado en estos aspectos, donde se amancebaba hasta la mas principal ( reconozco que esto no es muy contundente, las principales se han amancebado siempre en todo  momento y lugar: supuesta y presuntamente), exista un hombre como Alfredo, científico a más no poder, inteligente al máximo, sabedor profundo de que una persona no tiene dueño, y que por lo mismo no lo puede ser de su mujer; se le tilde de celosa mojigatería “matemáticamente”?.

Un hombre de este calibre, cuanto más ama a su mujer ( y la amaba mucho), más alegría cobra cuando la descubre gimiendo de placer con el primero que la hizo humedecer y con cuantos hagan lo propio; un verdadero hombre sabio, sólo puede sentir agradecimiento hacia los otros cuando le alegran la vida a la mujer que tanto ama. Lo contrario es propio de chóferes de camiones, inducidos por el horrible miedo religioso.

Por consiguiente, estoy de acuerdo con migo mismo (porque opinar distinto a la oficialidad y la vulgaridad no está prohibido; mas bien es sano) en que levantar este falso testimonio por los matemáticos es fruto de la pataleta o rabieta propia del niño insomne.

Caiga pues toda esta calderilla sobre Descartes, que es quien realmente me ha llevado a este quizás incontinente, quizás, inconexo comentario. A pesar de todo, me gustaría hablar de él con cierto cariño, porque es de agradecer su prosa “matemática”, sencilla y de fácil acceso. En este punto, tanto él como Schopenhauer (en eso sí le igualó), poseían    la nada pequeña maestría de hacerse entender por el profano.

En tiempos de la España de los rosarios de palos, cuando leyeron El Discurso del Método, le cambiaron un par de cosillas y es desalentador que casi todos los bachilleres de esa época sigan creyendo y porfiando que Descartes dijo: “...pienso, luego existo”, e ignoren lo que en verdad dijo “... pienso, luego soy “. 

Conociendo  la perreta bobalicón-bobática y narcisista de Descartes es de suponer que con ese soy se refería al estado del alma, ¿sólida, líquida o gaseosa? Él apuntaba para el cielo desde el principio, por eso no partió del existir asqueroso de un cuerpo sino desde lo almífero que es ensoñador y transportador a mundos imposibles aunque bastante fáciles de explicar. Pregunto: ¿quién es capaz de decir ¡que no!? Nadie. Nadie puede entrar en la fantasía de ninguna cabeza, sin embargo, sí que se puede porfiar acerca de las características del fenomeno, del objeto  y todo cuanto tenga accesibidad a nuestro sentido. Esto lo evitó Descartes si nos fijamos muy, muy, muy bien, contra viento y marea.

Es mentira berraca e imposible que Descartes dijera el “pienso luego existo” inventado por los transcriptores del movimiento nacional. Es inevitablemente verdad la transcripción “pienso, luego soy”.

Decido ahorrar muchas explicaciones (a saber si podría darlas) que valdrían por sí mismas, pero, a lo mejor no se podrían defender del todo de una acusación de redundantes, por lo tanto, paso a reforzar con una afirmación de Schopenhauer  extrapolable en lo que haga falta aquí; y dice Arturo: “nadie debe permitir que se le cuente lo que dice la razón pura”. Yo creo que esto debe generalizarse: ninguna persona que aspire a ser instruida, culta es otra cosa, debe permitir que le cuenten lo que dicen los clásicos de la literatura o filosofía. Si lo permite, y no juzga por sí mismo, le ocurrirá inevitablemente lo que con la biblia, que la lee cualquiera y no deja de ser agradable, un agradable pasatiempo, es mi opinión liberada en el 77; pero si permite la interpretación de un pastor, le caen encima todos los yugos y cadenas del amedrento horrible. Defendiendo sin escudo ninguno, los pastores de la tele, borrachos de ignorancia-, que absolutamente todo está en la biblia.
La filosofía, más que la literatura, cuando es deista y teológica, en cada una de sus machangadas es premonitoria y asfixiante. Y cuando es estricta, intransigente, directa y verdadera, caiga quien caiga; es postergada e ignorada. Los verdaderos genios de tendencia inmoral en el sentido de la transvaloración de Nietzsche, que son a miles, sólo les conocen los estudiosos. Para adquirir la mayoría de sus libros hay que encargarlos en las librerías, raro es que estén expuestos en sus estanterías.

Dicen los aliados de los pastores (yo le llamo así a licenciados críticos advenedizos, que puse en primer lugar al principio de este artículo), que Heidegger tenía un pensamiento desorganizado, difícil y torturado, con lo que no sólo estoy en desacuerdo, sino que les acuso de interesados mentirosos. Como el método fenomenológico no se preocupa de Dios, etc, sino únicamente de lo que se encuentra en nuestra conciencia, cuando ésta se confronta con nuestro ser específico, nuestra existencia, es lógico que el penalti carnavalero desconozca esto (porque se lo ocultan y por sí mismos no pueden ver), o sea, lo que significa una educación laica y heterogénea.

Acusan a Heidegger (tal era y es la censura) de haber dicho que más que razonamientos complicados, lo que hace falta es una ingeniosidad heroica para hacerse entender. ¿A qué peligros alude? Ante esto, la elucubración es inevitable y digo lo que debió querer decir más o menos: más que razonamientos encaminados a que los comprendan contados especialistas, lo que hace falta es un arrojo temerario rayano en la heroicidad poniendo en peligro incluso la vida, en pos de saltar por encima de lo prohibido. Pero claro, cuando es cuestión de vida o muerte, todos los filósofos disidentes y que nunca cobraron, se la han tenido que envainar, como tuvo que envainársela Galileo. La exención Nietzsche, ¿cómo se explica?, ¿es verdad que fue infectado de sífilis por una norteafricana en un burdel alemán?, ¿a qué tanto internamiento y puesta en libertad de un individuo, que más que diagnosticado, fue acusado de reblandecimiento cerebral?, ¿le harían prometer a su madre y hermana que no le dejarían escribir mientras estuviera fuera del manicomio?, ¿cómo explican que Nietzsche empezara un libro y lo retuviera, para escapando a Italia, escribirlo en diez días?, ¿cómo pudo escribir su libro más lúcido “Mi hermana y yo” en el último momento?, ¿ por qué apareció el manuscrito en manos de un compañero loco?, ¿ cómo puede ese loco, del cual no conocemos su nombre, como si fuera un vulgar soldado de antes de Cristo, guardar los manuscritos, hasta que toda la familia Nietzsche murió?, ¿por qué dijo Nietzsche, “...si ellos me condenan a estar aquí dentro, yo les condeno a estar ahí fuera “?.

Lector ilustre, interrogantes me quedan muchos y no puedo seguir así hasta mañana, por lo tanto, sin preámbulos alguno, voy a lanzar un golpe de loco ¡qué vamos a hacer!: Nietzsche fue asesinado por una supuesta enfermedad que le incubaron o por lentos venenos que lo mataron a largo plazo supuesta y muy presuntamente.

Dicen los incondiconales de Sócrates, o sea, de Platón (que es de donde “se copió” Descartes), que una concepción del mundo se derrumba cuando es incapaz de explicar hechos fundamentales de la vida espiritual del hombre. Esto es una tontería que corresponde a la dañina metafísica teológica y por tanto, a ninguna concepción del mundo real.

¿Cómo es posible que Descartes parta de la esencia ser, para llegar a la materialización de la existencia propiamente, de la que reconoce casi de contínuo no saber nada?, porque lo que le interesa es solamente pararse un poco en lo material, a fin de hacer inteligible lo espiritual, tirando hacia el fondo cogido de los pelos de cualquiera que se despiste; de ese mundo para someterlo a piruetas, malavares de categoría de potaje de berros. ¡Y es que este hombre se las traía! Se atrevió a decir: ... “en lo que se refiere a los pensamientos que yo tenía acerca de muchas cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor, no podían proceder de mí mismo. De suerte que hubieran sido puestas en mí por una naturaleza que fuera verdaderamente más perfecta que yo y que poseyera todas las perfecciones de las que yo pudiera tener alguna idea o lo que es igual, para decirlo en una palabra, Dios”.

Esta bobería expuesta con un lenguaje torpe, impreciso y ramplón en este caso, es recurrente en todas las filosofías de esta tendencia. Han hecho crecer, crecer y crecer llevando a la grandiosidad de una gigantesca sopladera que desgraciadamente aún no ha explotado, pero ya falta menos. En primer lugar, conviene constatar que sólo el hombre, materialmente hablando, despejada y ninguneada la connotación metafísica; que constituye el “ser indefinido siempre” , es capaz de interrogarse respecto a su existencia, ¿pero, cómo?. No mediante una introspección, porque la introspección y el psicoanálisis se regeneran con el contacto del fenómeno de la existencia; pero no con la existencia misma, que es el ser específico del hombre, lo que llama Heidegger “ser-ahí” (ahí abajo). Ser hombre. Existir como un hombre.

Ahora bien, es trascendente y puede hacerlo al hacia atrás exterior; desbordando la cosa, trascendiendo al ser para arrancar desde ahí su filosofía; que es lo que hizo Descartes. ¿Por qué? Porque a pesar de sus modestas palabras de lobo con piel de oveja, y de vendernos un canto enaltecedor de sí mismo; que le condujo sin duda a enmascararse de secretas intenciones para triunfar por encima de todas las filosofías anteriores deístas como la de él, teologales como la de él (me dan ganas de decir, esotéricas) y todo el amasijo del saber anterior, constituido de las harinas de la guerra, la iglesia, la injusticia, la política y el dinero. Es para mí el hombre más esencialmente presumido, pedante y pretencioso que haya ostentado el título de filósofo ¡caramba!, no sé cómo se me acaba de venir a la cabeza S. Dragó. ¡Qué atrevimiento de muchacho!

Para acabar de acabar con Descartes, lo voy a hacer dándole una cucharada de su propio brebaje, o sea, tirándole encima sus propias palabras: “No estimo en mucho la fama que pueda alcanzarse con falsos títulos, ni con lo que se refiere a malas doctrinas. Pienso que conozco bastante bien su valor y no me dejaré burlar ni por las predicciones de un astrólogo, ni por las imposturas de un mago, ni por los artificios o la presunción de los que profesan saber más de lo que realmente saben”. 

Se cura en salud de lo absolutamente todo por lo cual podía acusársele, de lo qué, por desgracia para él y para nosotros, jamás se aplicó el cuento.

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