Bajo los efectos del gofio amasado
Por Antonio Domínguez |
A entender su propia subjetividad está condenado aquel que se respete a sí mismo. Todo lo que abre los ojos por primera vez, mira lo que le rodea como a dominios de “su imperio”. Loba que nace, ya tiene instinto de matriarca, aunque solo llegue a lamerle el culo a la matriarca; mono que nazca llega al mundo, en principio, como un gran copulador y macho dominante (cosa que intentará y correrá su sangre) y las circunstancias harán que pruebe hembra sin que aparezca otro y le apalee; hombre que nace trae con él un emperador “bajo el brazo”; y es humano que intente subirse a esos tangos de rango, aunque no llegue nunca a ver al verdadero emperador en persona. Por eso cuando un hombre se respeta a sí mismo tiene que reconsiderar su inteligencia, fuerza y poder resolutivo económico (lo más vital); este repensar implica que tiene que regresar a los orígenes de su humanidad para arrancar desde ahí conciente de esos tres elementos decisivos. Solo desde ahí podrá ir almacenando conocimientos homónimos u homogéneos que le servirán para lo que le sirvan. Más las cosas no suelen ser así; muy raro es el que tiene la lucidez de respetarse a sí mismo. Extraordinario es aquel que en temprana edad tiene un verdadero pensamiento segurita que deje pasar a unos conocimientos si y a otros no. Lo normal, lo general es que se cuele de todo “por ahí para dentro” porque no hay nada ni nadie que lo impida. La temprana lucidez (cosa poquísimamente vista) ya sabe que no solo tiene que repudiar su herencia metafísica y las seducciones venidas de los videntes de la hermeticidad, sino también todo humanismo egocéntrico: tanto el liberal como el carcelario. Y finalmente ha de tener cuidado con la lógica misma, porque la lógica es tratada en base a estas metas, que cuando se logran “buenos resultados” no importa un poquillo menos de lógica; que es cuando ensambla la trampa metafísica, que considera la verdad como mera conformidad con “el pensamiento subjetivo racional”. Todo ello se anula o se atenúa si se tiene un conocimiento almacenado, bien ordenado, que repelerá lo que no sea conocimiento de su etnia. Por principio un conocimiento ordenado y disciplinado no deja entrar nada que le parezca mínimamente raro, ¡ahora!; puede ser que al mes cuando conozca bien a esa fracción de “pensamiento” que revolotea a prenderse, le deje pasar a posarse.
En lo sucesivo, de aquí en adelante nos desinhibiremos bastante de la teoría que hemos venido desenvolviendo: la que hemos bautizado con “el dulce nombre” de los dos fenómenos. Haremos algún acercamiento puntual a su referencia en este texto; que va a tratar del saber natural, evitando el científico y filosofal, sólo porque no estamos titulados ni para una cosa ni para la otra. Lo hacemos también porque sospechamos que no es hora histórica para embrollos; en que se lucha por el bienestar en hamaca, con negra en poca ropa, dando aire, con grande abanico, a dos manos abanicando. Buscaremos (si es que lo logramos) la levedad y el entretenimiento; que es lo que hace volver la cabeza ahora. Sentimos decirles (si así se va entendiendo por el camino que vamos) que no se están anunciando chistes, ni contadores de chistes; lo sentimos porque les sabemos insustituibles en los tiempos rémora de quieta espera a ver si al fin tenemos que trabajar, o podremos seguir toda la vida “calzados” de la atractiva camisa desabrochada, enseñando los pelos del pecho y la cadena bañada en oro en la playa de las canteras y homónimos.
Sabemos que las esperas se soportan mejor en ambientes de chiste; ante jarras de cerveza y medios whiskies con agua y hielo, pero aquí no va a haber nada de eso; léalo, que de “amargado” no va a pasar. En cualquier caso si esto le hunde más en “su amargura” y toca fondo, puede que nos agradezca el haberle decidido dar una patada y fuertes braceos hacia la superficie; que de otro modo tendría esas acciones pospuestas, a la espera. Sólo podemos ofrecerles rentabilidad del arduo trabajo que representa leer en estos tiempos históricos; donde es moda presumir de muy leído en un momento donde hay toneladas de licenciado que no han cogido jamás un libro en las manos que no sea de texto. Leyendo solo periódicos desde que terminaron la licenciatura; que los médicos amplían al doctorado sin tesis ni tesina ¡maldita! En su poder. ¡Pa’ lantre coño! Que en Valleseco perdió uno por no “arrayar”. La rentabilidad está en leer esto y lo que quiera que sea. La prohibición si usted la acepta es no leer bajo ningún concepto prensa en papel, porque le regresará al niño inocente que era cuando tenía diez años. No se deje engañar por la ocurrente machangada; “prohibido prohibir” que tan elocuente aparenta en una sociedad donde ya estaba de antemano todo prohibido. “Prohibiendo prohibir” –rizar el rizo en ese rigor es declarar la prohibición como esencialmente categórica; como un fin o finalidad universal y no es eso precisamente odiar las prohibiciones, sino amarlas inocentemente. Es la inocencia de creer que se está vituperando y derribando, cuando se está haciendo una loa a todas las prohibiciones que ya están prohibiendo; aumentativamente con una prohibición más tremenda, que prohíbe todas las demás prohibiciones que jamás, dejarán de ser prohibitorias. Como se desprende la gran prohibición de prohibir, no resta; se suma a las prohibiciones en general: por eso es ya gigantesca.
Por favor no se nos tenga en cuenta la perífrasis “alrededor de la frase”, ni en su defecto la circunlocución. Nuestro autodidactismo nos hace imposible designar con exactitud aforística nuestras expresiones, que tienen la necesidad de dar los rodeos que sólo pueden evitar los académicos; y no todos tienen la precisión, concisión, concreción y dirección inequívoca que se espera de ellos; de su fuerte y gran preparación. Gracias a sus “malos quehaceres” y todo eso, tiene atenuante la osadía intrusa y arbitrista que da a la calle mucho más que los doctos silencios.
Continuará la próxima semana.
Comentarios