A las personas agnósticas o ateas

Por Luis C. García Correa
A las personas agnósticas o ateas todo mi respeto, mi mayor consideración, AMOR Y AMISTAD.
Las diferencias de creencias religiosas no deben ser jamás razón de discordia, de enfrentamientos y menos de agresiones físicas o morales.
La vida es inviolable e intocable y merece el mayor respeto y la consideración por parte de todos.
“¡¡¡Todas las personas, sin excepción, nacimos para amar y ser amadas!!!”
Personalmente creo en la existencia de Dios. Es lo que aprendí en mi familia y es el ejemplo que me dieron mis padres mientras vivieron y pude compartir con ellos la vida en mi niñez, juventud y el resto de la mayoría de edad. Pertenezco, convencido, porque lo he tocado, al grupo de personas que profesamos el “teísmo”
Agnóstico es la persona que no niega la existencia de Dios: simplemente considera que la verdad absoluta, en especial Dios, es inaccesible al entendimiento humano.
Ateo es quién no cree en la existencia de Dios.
El ateo no cree y cuestiona cualquier tipo de divinidad o sobrenatural.
La fe, que es un regalo, fortalece de tal manera la creencia en Dios, que quien tiene fe no concibe su vida sin la existencia de Dios, que para los cristianos es la Santísima Trinidad: Padre Dios, Jesucristo Dios y Hombre verdadero y el Espíritu Santo Dios.
¿Por qué trato este tema tan delicado y complicado? Por necesidad espiritual y con el deseo de aclarar y ayudar.
La ignorancia causa incomprensión y genera ocasiones para la discusión, discusiones que en ocasiones son bizantinas y perjudiciales.
“¡Discutir un tema con honestidad y respeto es una necesidad!”
“¡La verdad surge de la honestidad y del respeto y del amor a los demás!”
Reconocer y aceptar la verdad es una virtud que hay que fomentar.
Yo intento ponerme en el lugar del no creyente para entenderle y tratar de llegar a una conclusión que nos ayude a las dos partes.
“¡¡¡Tratar temas tan importantes como la creencia o no en Dios, debe tener la finalidad de aclarar cómo debe ser la vida y cómo debe recibirse la muerte!!!”
La muerte es final de la vida. Pero ¿si hay un Dios a quien rendir cuentas de nuestra vida? La vida debe ser de acuerdo a esa creencia.
¿Cómo recibe un ateo, o un agnóstico, la muerte? ¿Es el final de todo? ¿Recibe el mismo trato, le pasa lo mismo a una persona que ha sido deshonesta y ha pecado contra Dios y contra los hombres, a una que ha querido ser fiel y consecuente con sus creencias?
Quisiera que estas palabras sirvieran para, al menos, dudar de la existencia de un Dios todo poderoso, de infinita misericordia, y que lo que busca es que todos los seres humanos gocemos de la felicidad eterna en Su presencia.
La bondad infinita de Padre Dios – y digo Padre Dios y no Madre Dios por costumbre heredada, porque Dios no tiene sexo – se manifiesta cuando rezamos.
¿Cómo podría yo expresar los beneficios que he recibido de Padre Dios con mis constantes y continuas oraciones? Orar es hablar con Padre Dios, y yo hablo con Padre Dios. Como, lógicamente, hablará usted.
Las bendiciones y las ayudas recibidas son tan elocuentes que hay veces que me asombro. Siempre digo que al Espíritu Santo solo me falta verlo.
Siempre rezo un Padre Nuestro antes de escribir y, lo digo con toda la honestidad de que soy capaz, cuando termino de escribir me asombro de lo que he dicho. ¿De dónde ha salido esto? Y no es por humildad, sino por realidad honesta y verdadera.
Quisiera convencer a quienes son ateos, o al menos que tengan la duda, de la existencia necesaria y vital de la Santísima Trinidad, por todos los beneficios que ello conlleva.
“¡Que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos bendiga y nos de las luces necesarias para tener, vivir y gozar de la eterna felicidad en su contemplación, que eso es el cielo.
Ateos y agnósticos, tengan misericordia conmigo, que solo trato de ayudar y de que tengan y reciban las bendiciones que yo recibo.
Esto es lo que creo y esto es lo que digo tratando de ayudar.

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