De nuestros hermanos desafortunados y su eremética soledad


Requiere preámbulos lo que quiero contar hoy. Es harto difícil tratar del personaje elegido, que subió a la cúspide de mis recuerdos, como paladín de todos los que han decidido aquí, arreglar grandes problemas con vino. Se me dirá, pero, ¿qué te importa a  ti ningún personaje? Y yo diré que los personajes me importan y mucho; porque de todas las conductas que por cercanas y diarias para mi pertrecho he observado; evitándolas o siguiéndolas después de aprehenderlas, han hecho la completitud de mi psicología a cuan completa pueda ser ¡y no soy de los que pretenden, y menos piden milagros! Esto es que admito que mi completitud como es, y que puede estar en poco; es por lo que no pido a desconocidos sabidurías ficticias que puede que hasta inconsecuentes y calamitosas sean para los intereses verdaderos.
Ya ahora se puede pasar a contar cosas caras al corazón, creo que de todos; no sin avisarles de la profunda pena en que caí cuando escribía mentalmente “este artículo” tendido en el sofá, hasta la llegada de las calladas lágrimas ... ahí pospuse.
Volví, a los días, al asunto creyendo que mi sentimentalismo estaba recuperado pero, ¡que error! Cuando comencé a construir la idealización para trasmitir decorosamente “el perfil, el frontis y la azotea” del personaje elegido como modelo de todos los que aquí exageradamente vino han bebido, caí en el abismo de la tristeza porque me di cuenta que este había caído en la única solución que tenían los depresivos: la botella. “No habían medicinas”. No se conocía la benzodiacepina  y sus cientos de  derivados. ¡Yo llegué a ver septuagenarias saliendo como balas de sus casas, presas de la ansiedad-angustia ahogante y carnicera, para las que solo había electroshock; suceso en el que sus hijos detrás corriendo, por todo el pueblo, tardaban más de media hora en echarles el guante!
Con lo dicho acaban de quedar dos caminos abiertos: el de la enfermedad y el de la vida del convecino beodo que hemos traído aquí, como símbolo de toda la cuestión que se cuestiona. Más allá de la enfermedad, la vida somete al hombre a atrocidades en que la resistencia del cuerpo supera todo; al punto que; invita al horror-terror solo plantearse esos extremos. Pero claro, ante esas últimas y pavorosas fronteras de la vida hay otras intermedias desde donde el individuo se acomoda abstraído después de la copa con que se pone en huida de la ansiedad y de lo que se la produce.
Ese era el caso de nuestro conciudadano, al que no obstante, ya hemos unido a él todas las formas iguales de vida que como él eligieron, cuantos eligieron la misma (sería de mal nacido decir que todos los cafetines y bares de Tamaraceite se abrieron al público para despachar a un hombre solo). Nunca intentó subir a luchar por la existencia normada; se inclinó helado y de una pieza ante el marasmo de sus angustias; terrorífico asombro de plantearse prescindir del sopor alcohólico; ya no se sabe si más grande la desesperación que le llevó a inyectarse de ese sopor.
También se entrecruzan aquí conceptos pero especialmente dos: sentimiento y emoción. Un sentimiento da rodeos mayores que la emoción. Emocionante es ver a un hijo haciendo marroquinería y barroquismo con la oratoria. Para otros verle jugar en gran equipo, tirando y metiendo faltas de medio campo; y por lo que va saliendo los sentimientos son de más amplio espectro y circunscritos al plano totalmente general. No son lágrimas de emoción las que inspira y hace rodar -con el bolero Amar Amando- esa chica componente ella de Las En-cantadoras. Es un sentimiento gemelo de eso que siendo parte material del cuerpo se le llama alma. No tiene por tanto nada que ver con las emociones que son otra cosa. Así mismo, ¡cómo abre sentimientos de par en par Maribí Cabo, con su interpretación de los aires de Lima de Valsequillo!
Como es natural para decir 1) de la enfermedad alcohólica y 2) cómo y porqué se propició y como se vivió esa consecuencia; y dilucidar de dos conceptos: emoción y sentimiento se ha de invadir como mínimo un folio más. Que esta no es lectura de amplio espectro lo sé. Bastante torturante es la reseña telegráfica obligada en un artículo; para decir lo que en las grandes márgenes de un libro “se había de ser torero”. Pero si esto se leyera, gustara y se asumiera, no estaríamos sino en la manifestación de la relatividad de las cosas; que no es más que una regla de tres directa: a más tolerancia y sacrificio en la lectura, más formación. Si quedaran las cosas en esa base relativa ya no tendría importancia lo que aquí se dice porque se estaría en un estadio superior y los saberes serían mucho más complicados y estaríamos en lo mismo a escala más elevada y en ningún caso se me leerá (relativamente). Si va empezando a percatarse que estoy construyendo un canto a mí mismo, no está entendiendo; reinicie la lectura. Cuando voy a cantarme  a mí mismo siempre doy aviso, “sin prejuicio ninguno”.
Bueno, tratando de terminar y haciendo esto chiquitito, para descanso de los que sufren leyéndome, pero que no les queda más remedio que hacerlo a ver lo que digo, voy a la primera cuestión ... 1) la borrachera y él eran el silencio en persona. Nunca paró ante un sufrido paisano la poca gracia y la desgracia de su embriaguez. Nunca fue de vómito; no tenía dinero para excesos y sobredosis. De higos a brevas se caía en la calle a dormir. Jamás se rió de nadie ni de sí mismo. De tarde en tarde sonreía fugaz; a veces acompañaba a ese gesto con las únicas palabras que alguna vez decía (no le oí nunca ningunas otras) siempre decía: A MI SE ME DA IGUAL. Honesto, nunca cometió el olvido clásico del gremio: olvidarse de cerrar la bragueta después de orinar. Fundido en el ambiente pasó la vida desapercibido; la tendencia de los otros era no notarle como persona. 2) Dijimos de la borrachera y algo de los borrachos. Deberíamos decir un poco más y vamos a hacer el favor de dejárselo decir a Dickens: “son seres de aspecto desastroso y abyecto, cayendo cada vez más por grados casi imperceptibles en la abyección y que, por lo andrajoso y mísero de sus trazas, provoca una fuerte y penosa impresión, a aquel con quien se cruza”. Así se las gastan en Londres, yo no lo dudo, porque he visto lo mismo que dice Charles, en Santa Cruz y en Las Palmas de G. C. ... Entre los miles de alcohólicos con que he convivido he comprobado que hasta para eso es grande Tamaraceite, sí, se ensuciaban trabajando en la agricultura o en los establos, pero, se bañaban los sábados y se cambiaban a otros trapos viejos limpios y decentitos. ¡¡De abyectos nuestros bebedores nada!! Los de copa mendigar y de estar continuamente en los alrededores del cafetín, no eran abandonados de sus familiares; que les tenían limpios y lavadas las míseras pero almidonadas ropas, hasta donde el individuo se dejara ¡que se dejaba! A excepción de las dos excepciones que nos acordamos y estamos de acuerdo en que así fueron excepcionales.
Ahora nos queda lo de separar sentimientos de emociones 1) sentimientos son aquellas sensaciones vividas en pasado que juntándose dos, tres o más, producen un impacto importante en la zona del placer en el cerebro. Ello ocurre inesperadamente y siempre a través de experiencias totalmente acordes a nuestra inteligencia artística. Ponen en línea de afinado eco y concordancia las baladas de alto nivel, exactamente igual que el balido de hombre engañado como chivo: tango etc. y 2) las emociones; tristeza, felicidad, miedo etc. son sentimientos universales. Ciertos sentimientos formados como anteriormente se ha dicho (no se pretende explicar aquí las causas porque no se saben) no son de la diversidad y por lo mismo no son universales; sí del alcance del individuo en cualquier dirección sea esta la que sea; aún orientada a la ignorancia supina, ofrece en sus distintos estadios sentimientos y sensaciones, que por únicas no son emociones universalizadas. La sensación que se queda en leve sentimiento ¿cómo se siente? He ahí otro insondable misterio que lo sabe el que lo siente ¡¡¡únicamente como él lo siente!!!
A ti lector solo que sé tengo, te felicito por tener gusto exacto por mi gusto exacto; que nos viene bien para tu solaz y el mío. Termino  ya de sopetón.


Antonio Domínguez Herrera.

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