Las serenidad

Por: Luis C. García Correa y Gómez
La serenidad es fundamental en todos los momentos, pero lo es especialmente en los más trágicos. Por ejemplo, los momentos que estamos viviendo: momentos dominados por una crisis de valores que ha generado la crisis económica y ha impulsado el crecimiento exponencial de un poder perverso.

La serenidad no nace de cerrar los ojos a la realidad que nos circunda y que vivimos. Tampoco consiste en pensar que no tendremos tropiezos y dificultades. La serenidad no esconde la cabeza: mira de frente, cara a cara, a la realidad, con el objetivo de buscar soluciones, mediante la participación.

Nunca más la inactividad. La pasividad no serena a nadie.

Debemos mirar al presente y al futuro con optimismo, porque esperamos contar con el apoyo mayoritario del pueblo honesto y participativo.

Somos seres comunitarios, participativos y libres. Valores innatos, no adquiridos, nos mueven con fuerza hacia el bien. Pero podemos sofocarlos, entumecerlos o incluso matarlos. Vale la pena cultivarlos y proponerlos, pues su eficacia sanadora es grande. Por ejemplo, la famosa regla de oro: ama a los demás como a ti mismo; o, si lo prefieren, trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran.

El filósofo existencialista francés Jean-Paul Sastre insistía en otro valor: “el ser humano es siempre y en todo lugar totalmente libre”. Sin embargo, hoy, a la liberad se le ha puesto un precio. Está hipotecada. Solo la mayoría silenciosa con su honesto y exigente comportamiento podrá liberar a la libertad. Y redescubrir el valor de su ineludible consecuencia: la responsabilidad.

Los tiempos que vivimos nos exigen acercarnos al amigo, al conocido, al vecino... y ponernos a su disposición. Que no se sientan solos. Que no nos sintamos solos.

¿Hemos olvidado aquello de que “el pueblo unido jamás será vencido”? ¿Nos lo creemos de verdad?

Pero todo precedido y guiado por la serenidad.

Cuando llevaban a Santo Tomás Moro a la cárcel, el antiguo Lord Canciller le dijo a su yerno Roper: "Son Roper, I thank our Lord the field is won" / “Hijo mío Roper, doy gracias a Dios, porque la batalla está ganada”.

Roper confesó no haber entendido el significado de esa frase. Más tarde comprendió que el amor sereno de Moro había crecido tanto, que le daba seguridad de triunfar sobre cualquier obstáculo, y que lo había expresado con la mayor serenidad.

Así es como, en mi opinión, debemos comportarnos ahora. Pero a Dios rogando y con el mazo dando.

La serenidad es la virtud de los éxitos.

Comprendo lo difícil que se hace algunas veces estar sereno y transmitir serenidad. No lo consigo muchas veces. Pero intento, con paciencia y sin desanimarme, serenarme y ver con más objetividad los tristes momentos que vivimos por la falta activa y participativa del comportamiento honesto de la mayoría.

No hay objetividad sin serenidad. El enfado, la ira, el odio ... lo oscurece todo.

Para poner en marcha a esa mayoría también es necesaria la serenidad. Me lo repito constantemente, porque hay veces que me revelo y tengo que contenerme.

La serenidad es una atalaya, y desde lo alto de ella se domina y se ve más y mejor. Y quisiera subirla.

Es fundamental educar a los hijos con y en la serenidad. Es la mejor herramienta para conseguir lo que uno se propone mediante el convencimiento. Alcanzar fines duraderos.

¡Son tantas las razones por las que tengo que rezar, una de ellas e pedir la serenidad!

Seamos serenos, en especial en los juicios. Pero caminemos con cierta rapidez, en la recuperación de la libertad. Con serenidad, pero también con la contundencia que proporciona la honestidad.

En espera que la serenidad nos inunde y ahoguemos al mal que nos somete, para ser y compartir la libertad y felicidad, y tener el mundo mejor que deseamos y necesitamos

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