Mixturinas a sentimiento

Por Antonio Domínguez
Era amigo del pueblo sólo por la obligación indentificativa, que debía  ver y ser con sus semejantes (que de hecho había), por ser ellos de su misma condición natural en parentesco genético. Los pueblos hundidos hasta la barbilla en el mercado de las ideas, compran propuestas groseras, de adorno engañador, que no resisten el uso. ¿Qué  es lo que tiene que ver esto con aquello? Pues que los parentescos dan todas las criaturas de su propia especie (igual entre cristianos que en animales). Y que se pueden hundir o elevar, según el “río de engendros que les delate que hierve siempre como un lago de lavas prisioneras”. En su epicentro del todo quema, pero  en su orilla cálida, ya puede uno sentir las sensaciones del niño que se siente amado, protegido, alimentado, recién bañado, empolvadas las ingles, cambiados los pañales, vestido con limpísima y suave ropa, que de suave escupe el soanil, todas estas sensaciones multiplicadas por diez, las siente el hombre que trata de ser amigo (no de hacer amistades) pero al fin y al cabo todo esto solo se trata de enamorar por adicción y cuando y como la persona que esto siente suele ser candorosa. Por su misma candidez no se da cuenta que la verdadera realidad le administrará el consabido purgante de aceite de coche para que vaya aprendiendo, que la letra con grasa entra.
Los dueños de las plantaciones con el favor de los mosquetes del regidor, y la religión –la que sea- desalando: diciendo que el diablo te puede coger dentro de la mismísima iglesia si así lo cree oportuno; que manejan y sacan diariamente a pastar el ganado humano, saben que los borregos que conducen direccionalmente desviados hacia una meta fija, físicamente acomodada al lugar más conveniente y muy cambiante según sean los intereses del pastor de turno, conducidos  por el perro de su maldad, saben cada pastor del singular ganado, que en cada uno de los borregos que lo componen hay un reyezuelo potencial o rey de sí mismo; que me parece muy bien que un hombre no adore la figura de otro por solo este trasnochado título y que también considere que no es miembro de una colmena para tener una reina. Lo que en general es pasable y difuso en lo particular puede ser un drama, porque viendo los señores a los borregos cada uno con su manía particular de grandeza, les viene un sentimiento de pena cachonda. En ver semejantes aspiraciones se parten de la risa; pero lo malo es, que no es, esta una risa al estilo tradicional de desternillarse, sino que es otra alegría la que sentían, con sus celebres derechos de pernada y sienten, con las vergonzantes y cavernícolas desigualdades. Tienen los pequeños en cada uno de ellos, subyacentemente, sueños de reyezuelo que nunca materializarán, pero, a los que jamás renunciaran. Y que solo sirven para alegrar de la alegría que necesita la maldad, para ser lo cruel que tiene que ser la naturaleza contra el tolete. Siendo los grandes hasta misericordes, permitiendo y apoyando se hagan planes para el futuro, ayudando incluso como parte activa, para una vez conocidos poderlos abortar.

Pero como la ilusión, al igual que la vejez, no duelen ni se las siente, aspiran cada uno de los componentes de este singular ganado a una gran mesa de carne asada, mucho y grande vino fino, frutas exóticas, bellas danzarinas de usos múltiples, con el añadido de bufones para los días de anímica hilaridad. Y en algunos casos un fornido eunuco, con los brazos cruzados en detrás de él, a su derecha (su mano preferida) junto a la mesa repleta de manjares, donde el caballero se ve recostado en un montón de pieles de rara y lejana procedencia, gasas y demás. En espera fatal, para que no falte nada, nade el divo que lleva dentro en lago de ilusiones imposibles. ¡Algo que toda esta caterva de estúpidos anhela!: hacer todo posibilidad.
 Produciéndole siempre enajenación  exacerbada, propiciatoria al encumbramiento de lo absurdo, todo lo dicho (que es lo que siempre encumbra esta gente) sienten la inexcusable necesidad de entrar en  el egoísmo, del que no se libran, cansados de darse propaganda, en el gratificante y cosechero recibir y en actos voluntarios no muy pensados, decida irse de una personalidad a otra, buscando acomodos que no encuentran en la anterior. Cosa nada rara y escandalosa. 
Del comienzo de este punto y aparte se puede desprender fácilmente que los vicios como desgracias que son nunca vienen solas. El inmenso surtido de situaciones que se venden en el supermercado de lo grotesco donde se vive un sempiterno ambiente de rebajas en todos los artículos lanzando verdaderas gangas, tales que tienen el mercado inundado por ejemplo de distintos opios para el pueblo,  no haciendo falta creo yo, enumerar, o mejor dicho señalar el resto de la ´´mercancia. ´´
Creo, no lo sé, que si me pudiera explicar, aunque fuera someramente, o como mínimo plantearme, aunque sea muy superficialísimamente, todos los demás enigmas, aparte de éste, que me molestan y pueden, aunque fuera en el ámbito de lo anterior, si los pudiera siquiera intuir, en el ámbito de lo demás arriba, podría, a lo mejor, poner de mi parte en la curación de mis males y mis daños sufridos de mi propia ignorancia, lo que voy a intentar con uñas y piñas, aprovechando la alentadora mañana en este periodo de creída y disfrutada bonanza. Pero nunca espada ha cortado a enemigo invisible. El saber nunca se hace visible defendiendo al ignorar, que se queda solo a expensas de aberturas en canal; el saber conoció a Damocles y sabe lo de la espada.
Decía anteriormente, cosa nada rara y escandalosa, el irse a tomar por vías de manejos que revierten como luz reflejada cuando no se trata de grandes negocios, iglesia, estado, banca, etc. sino de pequeñas peripecias de los pequeños usos, modas sin importancia, que no hacen país, en lo macroeconómico, no teniendo ni el más mínimo parentesco con los grandes montones de oro. Hago una mudanza en este párrafo, que queda un poco desnaturalizado, porque del apunte previo quise quitar una palabra un tanto obscena, más que obscena irrespetuosa.
Habida cuenta que han tomado ya, y mucho, por vías incluso más dañinas, a saber: por la vía de la candidez, de la intolerancia, de la ineptitud, del fanatismo, de la estupidez, de la desinformación, de la información amañada con segundas... Cabiendo aquí crea, el más amplio etcétera.
Momentos de hermanamiento. Dar respiro. El rayo claro de luz. Las arbitradas potencias. Las tozudas realidades. Las reputaciones  habituadas. Los santos caciques varones. Las correrías grotescas. Las divinidades del dinero. La cabeza puesta a precio. Las leyes de las armas. Concretar situaciones. Entender correrías. Atragantar desordenes que han traído las excesivas órdenes. El excesivo desorden tiende a traer orden, por aquello del no hay mas remedio, como el excesivo orden andará  mucho más presto a traer desorden por lo mismo.
Toda esta especie de enunciados, escogidos a voleo, a la carrera, sin estar mirando muy a fondo lo que quieren decir, serían dignos sustitutos de lo que se lleva ahora: Bueno. Venga. Tú me llamas. No, yo te llamo, sí yo te llamo. No, te llamo yo. Bueno tú me llamas. Sí yo te llamo. Bueno, entonces tu me llamas, me das el toque. Sí yo te doy el toque. Bueno tú me das el toque y quedamos. Sí claro yo te doy el toque y ya quedamos. Pues bueno, venga. Okey, Chao, nos vemos. Pues bueno, nos vemos, me voy deprisa que me voy a dar una duchita. Ah, por cierto, me lo recordaste, estoy también pegajoso, pues bueno venga, venga, venga, y venga. Y así siempre, no diciendo nada, dándose duchitas de madrugada, por la mañana, al medio día, a media tarde, por la noche. Duchitas con café con leche y hasta para la falta de dinero, pues todo lo arreglan, en su profundísima simpleza, con su duchita, mariconiles estiramientos, personales perfumes, reveladores de la propia identidad, con pelo de punta, todos iguales, con el pantalón de moda, todos iguales, mientras más desmigajado y sucio mejor, hasta del mismo color, la camisa con un lagarto en el pecho, todos iguales. Con unas similitudes tan grandes unos a otros, que la única diferencia necesaria estriba en lo que no dicen, que es nada. No hablo solamente aquí de individuos no instruidos del tres al cuarto, también de gente con cierta instrucción y algunos hasta con licenciaturas.
Es desesperante ver como no son capaces de decir ni una sola vendita estupidez, porque, lo insulso de su conversación comunicativa, no pasa en interés la forma de comunicación verbal a un niño de  cuatro años. No incurriendo verbalmente ni siquiera en una imbecilidad, no dicen nada, en contraste subrrealista de su bella estampa, limpieza y presencia, con lo que dicen. Que es nada. Y lo que hacen es lo que dijimos antes: venga, bueno, okey, vale, chao...
Este pueblo, mentecato, cómodo y advenedizo, para quienes lo gobiernan muy fácil de dirigir, que sólo tiene que escolarizar basado en todas las ventajas que la buena escolarización conlleva, en escuelas de corte moderno, con comedores de cinco estrellas, para los que vivan un poquito alejados del aula, con asistencia de buenos pedagogos, psicólogos y especialistas de todo tipo para enseñanzas especiales, guías de subnormales, que sólo le dan a cinco chiquillos de los trescientos que allí pudiera haber, siendo a mi modo de ver necesario aplicar especiales enseñanzas a todos en general, porque de “subnormales” se trata, no muy presuntamente y no muy supuestamente (solo un poquito), con el ánimo iluso seguramente, de que cuando terminen sus estudios puedan mantener aunque sea una mínima conversación.
Que no sólo sepan medir una montaña en su base y calcular los miles de metros cúbicos que pueda tener, o medir el túnel que va de Francia a Inglaterra, bajo el mar. Y cosas todas que se hacen con un metro, un papel y un lápiz, sino que tengan una formación de tal envergadura que, cuando hablen en público, en el casino o en el parque Santa Catalina, no inspiren pena al barrendero que les oye.
Según su particular entendimiento, que yo pongo en tela de juicio, dicen que la verdadera cultura es amoldarse al sitio dónde se encuentran (una de las estupideces más grandes que he oído en mi vida), siendo esto de un narcisismo cerril e ignorante, que asombra, pretender amoldarse, estos seres expresidarios de las aulas de los distintos colegios y víctimas de las más crueles presiones de todo tipo, por parte de unos padres que presionan fuerte al hijo que quieren ver licenciado como sea.
Venir esta gente a decir que se amoldan al mundo de miniculturas de una ciudad, de un pueblo, más imposible aún de una campiña donde la diferencia de lo que el capitalino conoce es bestial. Amoldarse a algo que nunca han vivido, cuando los que se amoldan son los otros, a los que no les queda más remedio que amoldarse. Y ellos se arrogan el amoldamiento en aras de un saber superior, superior sí, pero que allí no les vale de nada. Una minicultura inserta en la cultura general no es intravenosa ni se absorbe  espirituosamente.   
Lo de amoldarse a las miniculturas queda muy bonito, de acuerdo, pero reconozcamos que esto es igual a lo de allá donde fueres haz lo que vieres, otra estupidez mayúscula, ( ¡las cosas que hay que oír y que se mantienen de generación en generación¡). Por ende las personas que tienen una superioridad de saber están obligadas por sano y noble comportamiento, a hacer  y decir algo más de lo que ven, para ir enseñando aunque sea poco, algo al otro, o como mínimo para no andar metido en un mundo de ficción y mentira ¡Caramba!


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