El bien común

Por Luis García Correa
El bien común debe ser el más común de todos los bienes.
La protección de los bienes fundamentales de las personas, tales como la familia, la igualdad de oportunidades, el derecho al trabajo, la protección de nuestro hábitat natural, el derecho a la vida, etc. son parte del necesario bien común.
El derecho y el deber al bien común deben ser vividos por toda la humanidad. No existe disculpa alguna para no participar en la construcción del bien común. El bien común es un deber y un derecho irrenunciables e imperdonables.
Cualquier pasividad en el comportamiento - con respecto al bien común - es parte de las vivencias de la irresponsabilidad del pasota, del individualista, o del que se escaquea.
No existe razón para claudicar en la obligación de colaborar al bien común. Tampoco son justificables las omisiones consentidas.
Tanto las omisiones como las claudicaciones acerca del bien común - algunas suelen ser de tipo religioso - se pueden convertir en problemas de orden material como espiritual.
Los creyentes lo tenemos claro: tenemos el deber de santificarnos, en el cotidiano vivir, en esas realidades.
San Juan XXIII dijo: “el aspecto más siniestramente típico de la época moderna consiste en la absurda tentación de querer construir un orden temporal sólido y fecundo sin Dios, único fundamento en el que puede sostenerse”. Y a la vivencia de esta errónea creencia contribuye la falta de participación de una mayoría honesta.
No existe liberación ni libertad sin el bien común.
No existe felicidad sin el bien común.
No hay bien particular, si no lo hay general, si no hay un bien común.
La ignorancia, la despreocupación y la falta de una mayoría honesta comprometida crean los problemas que estamos viviendo, porque el bien común es el más común de todos los bienes.
“Quien es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho”.
Lo poco que cada uno pueda hacer por el bien común, es lo que debe hacer.

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