Los Refugiados

Por Luis C. García Correa
Nos hemos planteado si fuéramos nosotros uno de esos refugiados que tratan de sobrevivir al holocausto de sus países?
A las inclemencias vividas y que las siguen viviendo por no tener el cobijo debido -que no basta con un mal techo y una manta- se necesita que sientan que se pueden incorporar a una vida normal, que pueden tener una vida.
Dejar sus casas, su familia, sus amigos, sus vecinos, dejar su patria por obligación de supervivencia, de escapar en muchos casos a una guerra o a un genocidio, es de una adversidad y desgracia supina porque es una obligación elemental de supervivencia.
La vida es única e irrepetible, y lo es para todo nacido, para todo ser vivo. Sea de donde sea.
El mal que, por nuestra culpa, puedan padecer los refugiados es un mal que nos lo devolverá el bumerán de la justicia y de la honestidad si no correspondemos con honestidad.
¡¡¡No hay honestidad si mi honestidad no beneficia a los demás!!!
¡La honestidad no es algo para mi adorno, unipersonal e intransferible, es una acción y un comportamiento social y compartido!
¡¡¡La honestidad es el bien que realmente doy a los demás!!!
No puedo tener honestidad sabiendo que existen personas que necesitan de mi honestidad hasta para sobrevivir.
El mal se está enseñoreando de la humanidad por activa y por pasiva, sobre todo por pasividad. No por ello deja de ser un mal real al que yo contribuyo sin mi participación, con mi despreocupación o con mi olvido.
Los refugiados son nuestra obligación de hoy y no podemos esperar a que hagan algo los demás, porque la obligación es mía y de ella no responden los demás.
Confío, creo y espero en la bondad, honestidad y libertad de todos nosotros y en que les demos el cobijo físico y de amigos a quienes hoy son refugiados por necesidad.
Los refugiados de hoy son la obligación que tenemos hoy.
Nadie puede disculparse de no ayudar. Ofrezco lo que tengo.
Ayudar siempre es una necesidad de honor y de responsabilidad.

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