A Juan Calderín Liria
Por Antonio Domínguez |
Encontrándome yo necesitado de
hablar de dos asuntos, para mi entrega
semanal de los jueves- como son la expulsión vía las urnas de ciertos y
determinados destrozadores de canarias, que de nada les sirve haber ganado por la
mínima porque ahora vienen los pactos y si no las mociones. Esa es una, la razón
anterior, y la otra la es una curiosidad que anda de moda en el abrazo/s los
cuales se dan de palabra, y siempre, se produce que, cuando se realizan hay uno
que deja los brazos colgando y no rodea al otro que le está rodeando; con los
brazos prevalentes a lo largo de los costados no devuelven el gesto cariñoso y
de respeto a quienes les abrazan, llevando a efecto comportamientos-castas de
la india “y demás primermundistas y
elitistas costumbres”. Tanto del uno como del otro artículo que desde ya los
anuncio, daré cumplida cuenta en las más próximas entregas.
Esta semana es una honra ocuparme
de un hombre del pueblo que va pasando por su “tercera metáfora” como él dice. Como lo hago
siempre, me ocupo de mis iguales sin títulos, no santos, sin propiedades
materiales que, considero que las tienen todas intelectuales, ante las cuales
nadie puede guiarse de un método para observarlas, percibirlas, advertirlas,
notarlas. Para ello se había de ser comprensivo, benevolente, tolerante,
indulgente, transigente, condescendiente, complaciente etc. y de eso no queda
nada ni en el vaticano y absolutamente nada en monasterios y conventos. Yo tengo muchísimo menos de “esa mercancía”,
pero, hay un pero: de todas las personas de las que me he ocupado por escrito,
por ellas, siento amor de prójimo, y mucho respeto, parados y frenados mis
parabienes para goce del otro, por el gran freno de mi conmiseración obsesiva y
de mi consideración detenida. Es lo que me arroja y me llama a ser el primero
que le participe bienestar por sus cosas, intereses y asuntos a Calderín.
Contigo Calderín estoy muy
agradecido. Siempre me trataste con un respeto exquisito, que, por tu no doblez
y nobleza siempre, en “la casa de la cultura” (barbería de Maestro Pedro) diste
un trato sin igual a tanto y cuanto desigual, siempre, inmejorable al punto
que, para que yo fuera feliz me llamabas tu maestro. No olvidaré nunca tu
devoción por Benedetti y tu mentalidad Benedettiana, tu entendimiento claro, tu
practica de vida, tus empirismos recordados; dado que también los recuerdos hay
que elegirlos (empirocriticismo centrado en el análisis crítico que, de tu voluminosa
experiencia, haces cuando hablas; práctica de vida como he dicho) ya que la
memoria no es un almacén y por lo mismo tiene que ser selectiva sin remedio. La
valía es siempre proporcional a la envergadura de los recuerdos que cada
cerebro decide remarcar y tú tienes muy claro lo que mandas a que sea reservado
dispuesto a dejarse echar mano en cuanto haga falta.
Mis felicidades, mis saludos, mis
añoranzas y, para ti, Calderín –para mí Calderón- mis respetos.
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