¡Ojalá noviembre!

Por: Sergio Naranjo
Hace        unos cuantos años, cuando todo el mundo era rico y yo era un        pobre,        Juan Cruz Ruiz sacó un libro que me llegó, me vio y me venció:        “Ojalá octubre”. Ahora, en estos días, cuando todo el mundo es        pobre como yo, y las marcas alemanas de coches de lujo baten        registros de ventas, me ha venido al tino aquel libro porque        creo que        vuelve a tener vigencia.
A        Juan Cruz algunos ignorantes le aplaudieron de inmediato su        obra,        exactamente por el mismo motivo que otros listillos lo frieron        sobre        la marcha: es un preboste del grupo “Prisa”. En esta España nada        mesiánica del aquí o allí, conmigo o contra mí, el primer        objetivo que tenemos es disparar. Y a matar. Luego ya veremos        qué        quería el otro; qué se proponía o qué motivo tendría para estar        fuera del territorio de cada combatiente. Su sentencia fue        haberse        movido, haber pensado, haber razonado, no haber querido formar        parte        del rebaño, de la doctrina; haber tenido la audacia de pensar        por sí        mismo, de tener su propio planteamiento. La palabra que define        España        hoy en día es no. Da igual que la sugerencia la haga Proust u        Ortega, no, será la respuesta. Una respuesta airada,        escandalosa,        autoritaria, supuestamente cargada de razones. Pero no. Nadie -y        ese        es otro negativo- se ha puesto a pensar en el interés común,        quizá        porque ese sea el menos común de los intereses. Nos negamos. Da        lo        mismo qué sea aquello contra lo que gritamos, peleamos,        vociferamos,        cuando no es ya agredimos. De la misma manera que aquella “La        España invertebrada” sigue teniendo plena vigencia noventa años        después, el mensaje que Juan Cruz quiso lanzar con aquel libro        sigue        siendo el mismo. Decía Cruz que había querido transmitir la        mirada        de su padre, desesperada, agotada, sin esperanza. Pero el gran        público no está para leer, si acaso mensajes de teléfonos        móviles        o direcciones de Internet. Copiar y pegar. Y todos seguimos        teniendo        la misma mirada cuando nos fijamos en quienes nos tutelan, sea        en        este simulacro de Democracia del que alardeamos, sea cuando esa        tutela es amenazadora, insultante, agresiva e impuesta a la        fuerza.
Estos        que a día de hoy somos españoles por la gracia del DNI seguimos        sin        saber cuál es nuestro país. Somos españoles para insultar, pero        insultamos a quienes lo son. Se nos llena la boca de razones        para        arrear contra España por cualquier motivo, cualquier sucedido,        como        si ser España no fuera con nosotros. Porque no va. Nosotros no        somos        España, somos lo que cada cual quiere, pero España no. Somos        bereberes, somos neolíticos, somos mediterráneos, celtas,        fenicios... pero no España. Eso, unos. Otros son un imperio        universal que se perdió por el afrancesamiento de unos, de la        cobardía de otros. Pero aquí estamos, mirando con miedo, o como        diría Azaña, por odio, porque el miedo engendra odio, decía él,        bien que lo supo, recluido en Benicarló por sus partidarios,        atacado        por sus enemigos, paradigma de esta España que a día de hoy        sigue        siendo lo mismo: odio.
Y        mientras unos justifican la agresión al pobre como única manera        de        capear el más difícil de los tiempos que nos han tocado, otros        justifican la atención al pobre como única manera de mantener        anteriores privilegios sociales que nunca merecieron. Mentirosos        son        los que prometieron lo que al día siguiente se pasaron por el        sobaco, tanto como aquellos que pretendiendo defender políticas        sociales no pasan de la defensa de su nómina. País de        acomplejados        que forma los mejores profesionales universitarios con dinero        que        pagamos aquellos de quienes se ríen y a quienes desprecian los        que        presumen de tener un cuadro con un título. Profesionales que se        van        al extranjero a trabajar donde no se ha invertido en aprender,        extranjero en quienes tanto nos gusta mirarnos, países de pasado        abominable, despreciable, de presente en muchos casos de        horrenda        cultura, de injusticias, de fanatismos execrables, pero a los        que        tenemos por gran cosa, no tanta es su valía, sino tan grande        nuestra        idiotez.
Mientras        ,y como decía la novela, buscamos un ojalá que nos dé una        respuesta a nuestro futuro. No será esta vez octubre, sino        noviembre. El noviembre que una vez se nos planteó como        esperanza,        cuando yo era un niño, y que nuestra imbecilidad colectiva        redujo a        nuestra falta de democracia actual. El noviembre que el año        pasado        mismamente trocó en amarga realidad el dulce sueño que se les        prometía a muchos. El noviembre que nos traerá unas elecciones        en        un país que nos ha traído tantos atrasos y adelantos. Y en ese        país        se decidirá en noviembre, se está decidiendo ya mirando a        noviembre, si nos volveremos a enfrentar a una guerra absurda,        fatal,        estúpida, cruel y determinante de nuestro futuro ridículo. Y        mientras, aquí, protestando contra todo; aprovechando para        ponerle        pegatinas del partido ppolítico que ahora gobierna hasta los        cascos        de la Policía, y reír la gracieta de quien quiera encontrar su        orden en el desorden.
No        hay remedio, lo llevamos en la sangre: somos unos simples        dictadores        dignos de Valle Inclán que como cualquiera de ellos esperan las        consignas de sus superiores. Les llegarán en noviembre. Ojalá        que        no haya consignas en noviembre. Ojalá noviembre.

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