De mis saberes insubordinados por mi parte y la de ustedes.


¿Es usted un genio? Le recuerdo que aprenda a amarrarse los zapatos y a encender una cerilla en el viento. La fórmula que le ha quitado el sueño, que ya tiene terminada, solo sirve para lo que sirve. No le servirá para más nada. Póngase las pilas. aprenda a hacer cosas (todas ellas fuera de la pizarra) que son también la vida.


DE SABERES INSUBORDINADOS
POR MI LADO Y POR EL DE USTEDES.

Me refería yo hasta no hace mucho al talento como el más firme pilar del entendimiento. Hoy me avergüenza el haber gastado tantos años para darme cuenta que el mundo está lleno de mentecatos con talento. El talento es una supra-alta-dotación relativa (mejorando mucho) al poder cerebral de la humanidad en general; en abstracto respecto de en lo que a naturaleza general se refiere. De un individuo determinado, lo que conocemos como superdotado ..., superdotación. O también en otro que ataña y complique a valía para casi cualquier asunto y se encuentre a muy poco camino de la genialidad. No creamos que esto de la genialidad es algo paradigma de lo humano, que no pueda llevar a cabo el más insignificante insecto; es el culmen de “una vida cumplida”, fiel al mandato aristotélico. Bien o mal cumplida diremos, porque sabemos que bien es bien, según el tipo y cantidad de mal que se le confronte, y viceversa. Aunque haya sido declarada atentatoria contra lo humano y consiguientemente se le haya concedido el gran trofeo, que ha ganado como despreciadora de lo humano, no debemos olvidar nunca la gran enseñanza: “El hombre necesita, para sus mejores cosas, de lo peor que hay en él”.
La genialidad es algo que se puede lograr trabajándola mucho, estudiando, marcándose metas, soñándola todas las noches, y no estaría de más poner un par de seguritas muy fuertes en las puertas de la memoria bruta, para no dejar entrar ideas desaliñadas, borrachas o drogadas. Quiero decir que hay que observar una meticulosidad rayana en la manía, para que no pase a la memoria nada, nada, que no tenga merecimientos para ocupar un lugar para siempre. Porque lo ocupa ¡eh!. No es lo mismo escuchar a Patricio que a Federico. Cuando se escucha se ha de saber si se ha de oír o si se le ha de dar salida a la majadería por el otro oído, salida a lo que no se debe oír o escuchar por ser embrollo tedioso-aburrido, como gorro de dormir.
Sin las matizaciones necesarias que deben seguir a las aseveraciones, por falta de espacio, decimos con descaro que la memoria humana no es tan grande como se pretende. Si se llena mucho “rebosa”, al estar todas las memorizaciones ahí revueltas, y en el reboso se puede llevar cosas muy importantes. Eso –las distracciones- ahí se construyen los verdaderos olvidos: cuando todo “ese genio interior” quiere salir a la vez por la endeblez de la palabra. Se atropella y mucho desaparece “en la multitud”. No hay que meter “camiones ni grandes volúmenes de paja” a guardar en la memoria y ocupar sitio. Hay que pasar todo eso por “las prensadoras” reducirlo al más mínimo tamaño posible, colocarlo bien en su sitio para que ocupe solo el espacio que le pertenece. Todo bien etiquetado, todo bien seleccionado, todo por géneros, para cuando la voluntad o el mismo orden de conocimientos quieran interactuar y constituirse en resoluciones concretas, lleguen fácilmente a tener acceso a lo que interesa, a la conveniencia del momento.
¿A quién sorprende la genialidad?. Bien, la genialidad sorprende a todo trabajador incansable del conocimiento que no la ha podido conseguir y a nadie que se dedique a pensar por higiene mental de las redes neuronales, sin obligaciones y metas, pero actuando sin embargo, conforme a los conocimientos y a la razón, ojo avizor para no crearse líos; obedeciendo a la obviedad inamovible, sin calenturas. Cuando se piensa desde la genuinez por sublimación y acompaña desinteresadamente la intuición: he ahí el cóctel para producir grandes pensamientos y grandes pensadores; que son intransferibles e inauditos. Por la incapacidad para, e imposibilidad de ser inteligibles, si es que se dispusiera de la palabra para ser referidos. ¡Claro!, al que tenga la suerte de saber esto le felicito, porque genialidad no le falta; para soslayar al mismísimo genio.


Antonio Domínguez Herrera.

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