¿Tuvo trabajo la verdad alguna vez?
Por Antonio Domínguez |
Cada una de las cosas que oigo o veo me sugieren un
montón de sensaciones, de inquietudes mayormente en aspecto negativo. No busco
la realidad, casi nunca me ha interesado y la verdad de la que tanto he oído
hablar, que por lo visto hay mucha
variedad porque cada cual tiene la suya propia, me trae fastidiado. Es que a mí
la que me gusta es la universal, siendo un lío para distinguirla de la
domesticada. Aunque todavía no reniego de ella ya no la busco, estoy muy cansado.
La realidad no me interesa en sí misma. La verdad la
he buscado en día de domingo para verla duchada, peinada, con afeites y gala
que la haga aún más bella todavía de lo que debe ser (digo debe ser porque aún
no la conozco, no la he encontrado).
A pesar de ello, ando que no vivo de amor por ella,
al que me incita la gran fama que le dan como al conjunto de todos los bienes
sin mezcla de mal alguno.
La he buscado en días laborables también, a ver si
la veo, aunque sea sudada y desaliñada fregando una escalera. La he buscado con
una vela encendida a pleno medio día; a la clara y potente luz de un día de
verano (como ya lo hiciera otro). Pero a donde quiera que llego y digo lo que
busco todos se burlan y dicen ser amigos íntimos de ella, al punto de que casi
todos exponen incluso haber yacido amancebados en su compañía.
¡¡Qué como es
que yo no la conozco!! Me dicen. Qué ha estado con ellos toda la mañana y qué
si hubiese venido yo cinco minutos antes la habría visto; y así siempre, como
una pesadilla.
Por eso ando tan despechado (lo que significa seguir
amando igual; sólo que despotricando de lo amado, diciendo a los demás lo
contrario; que la aborrezco).
Anduve así platónicamente enamorado (todavía hoy no
sé lo que significa el tan nombrado amor platónico, siendo algo que no conozco
en la profundidad debida que, como animalito de Dios solo entiendo el amor si
se consuma), hasta que estaba ya más maduro que verde, propicio a medio
comprender que debía retroalimentarse mi propio fruto ¡ya remaduro!, a tiempo, sin
dejarlo caer a la tierra; so pena que su semilla germinara de nuevo y se
tornara una vez más en mal amañadas aspiraciones. Esto es, el fruto de mi
mentira, o la mentira de mi fruto; ya que como se explica, no sé si
perfectamente, la verdad no me ha tocado.
La búsqueda de la verdad es como la del oro, hay que
cribar media montaña para conseguir unos gramos, o beber, en sentido figurado,
toda el agua de un riachuelo, para obtener al final de la vida, los más, sólo
un montoncito, en el fondo de la palma de la mano, que no llega si quiera a
puñada.
Así misma la verdad no se asiste, y es incómoda a
estar presente en los negocios humanos que lo son incluso el amor, la virtud,
el honor y todo lo más que se pretenda noble. A los que sin embargo asiste la
verdad en pequeña parte, pero nunca en forma material, sino como fantasma,
porque ha muerto, y ya no es parte de este mundo; lo digo por protegerme yo de
la anterior aseveración de que la verdad no me ha tocado. ¿Cómo voy yo a
admitir que hay verdad para todos y para mí no?
Asiste sólo por molestar la verdad pretendida,
todavía sin evolucionar ( no le digo señor, que el mundo no esté preñado de
verdad, pero sostengo que todavía no la ha parido); sin ser siquiera invocada
en forma de maligno comendador, pero aún así es valedera; porque los “negocios” humanos y divinos son ardides de lo humano, en absoluto y en total
amplio sentido; y tienen que estar lustrados de una verdad cualquiera para que
sean creíbles.
Aunque sea “esa verdad” fantasmagórica, cuestionable
y de malas tracerías no hay otra; se torna por bueno lo que hay, se le rinde
satánica adoración y pleitesía, se le encumbra y eleva como algo muy santo
entre las manos, como a un hijo natural “idiota”, que el padre, por vehemente
amor, cree que es lo mejor que la naturaleza puede dar, y le sube al trono del
talento y suficiencia, de todo esto está absolutamente convencido, enfadándose
mucho si alguno de los demás hace la más mínima observación en contrario ¡y
todos! Creen que su hijo no juega en el Madrid por su mala cabeza, pero sin
embargo, no sabe ni para peón de albañil. ¡¡No pasa nada!! ¿Pasará una cuenta en
carne, en especias, especies? ¡¡Ojalá y no sea en efectivo, porque, esos efectos
ya, nos proyectarían a la luna!!
Retomo y digo que sólo unos pocos encuentran las
grandes y ricas vetas de oro y de la verdad, que cuando son de oro “para mas
nada sirven” que para persuadir a desenfundar cientos de revólveres en los
largos caminos de poner el metal en civilización. Llegaban a la urbe llenos de
barro y en harapos. Cuando no tenían balas que
tirarse se tiraban terribles trompadas y se hacían tiras las ropas por
las mordidas o fuertes apretones de dentaduras aplicadas. “Encontrar oro es
fácil” lo imposible es que llegue vivo al punto de venta quien lo encontró.
Cuando son de verdad –las vetas-, menos, porque sí “que es verdad”, que la
verdad solo se puede comprar, y, con oro. ¡Bueno! Eso es lo que yo creo; entre
lo poquísimo que creo.
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