Yo no quiero ser cura

Por Jesús Vega Mesa
Me ocurrió hace ya algún tiempo. A la madre de Tomás le hacía ilusión que su hijo fuera sacerdote. Y la mujer andaba todo el día intentando animar al muchacho para que fuera al Seminario. Todos los días encontraba una razón más para intentar convencer al chiquillo de que su lugar en la vida estaba en ser párroco de algún pueblo. Y Tomás, uno de esos muchachos que van habitualmente a misa y muy a gusto,  también buscaba argumentos para decir a su madre que no. Que él quería ser un buen cristiano y un buen monaguillo y un buen catequista;  pero cura, ni soñarlo.  La madre, agotadas ya todas sus maniobras, optó por llevarlo a la parroquia asegurando que yo lo convencería. Recuerdo la escena. Sacristía de un pueblo de la Isla. Madre sonriente, cosa inhabitual en ella. Hijo muy serio, cosa igualmente inhabitual en él. Nos sentamos junto a la mesa y empezó la mujer:
-Que venimos porque mi hijo quiere entrar al Seminario, a ver qué podemos hacer.
El chico no abrió la boca. Disimulaba observando los cuadros colgados en la pared.  Y la madre seguía,  esta vez intentando convencerme a mí, para que hablara  a Tomas del Seminario y así él tomara la decisión de entrar.
-El Seminario, le dije a Tomás,  es un lugar a donde van los chicos que quieren tener una formación cristiana porque piensan que tal vez, en el futuro, pueden ser sacerdotes. Allí hay unos buenos formadores y se vive en un ambiente agradable y juvenil. No es como el Seminario de mi época que resultaba muy duro, tenías muy poca libertad y veías poco a tu familia. Ahora no. Ahora  se hace una vida normal de familia y amigos y, además de los estudios, los chicos van recibiendo una formación cristiana adecuada a su edad. La convivencia es buena y si uno ve que aquel no es su sitio, no pasa nada. Lo dices y te vuelves a tu casa.
Tomás me miró  como diciéndome ¿pero tú no te das cuenta que todo esto es sólo cosa de mi madre?, y me dijo:
-A mí todo eso me parece bien. Pero es que yo no quiero ser cura. Yo quiero ser un buen cristiano. Pero cura no.
Entonces me volví a su madre  y le comenté que la vocación de cura, como cualquier otra, es algo muy personal. Nadie debe forzar a nadie a tomar una dirección en la vida. Cada uno tiene que descubrir su propia vocación. Y todas son importantes y hermosas. Cuando yo voy al médico sé si aquel hombre o mujer tiene vocación. Se nota enseguida. Hay médicos y curas y maestros y enfermeras y otros que están ejerciendo una actividad para la que no tienen vocación. Y las consecuencias las pagan las personas que son atendidas por ellos. Ojalá alguien les hubiera hecho descubrir que no tenían vocación. Si Tomás no quiere ser cura, señora, déjelo tranquilo. Ayúdele a descubrir cuál es su papel en el mundo, pero que sea él quien decida. Tal vez más adelante quiera planteárselo. Pero no lo atosigue.
Su intención, amiga, es buena. Pero oriéntela de otro modo. Ayude a los chicos que están en el Seminario. Conozca el centro situado en Lomo Blanco y Tafira. Visítelo, delo a conocer. Pida a Dios que siga habiendo chicos que, libremente, descubran la llamada de Dios al sacerdocio.   Transmita en su entorno la necesidad de que, sea la profesión que sea, se elija no solo pensando en sí mismo sino en un servicio a los demás.  La vocación es cosa de Dios y la persona llamada. Nosotros sólo podemos orientar y animar. Nunca atosigar.
En estos días un seminarista llamado Rayco está visitando algunas parroquias. Su testimonio puede servir para que Tomás y todos los chicos que lo escuchen consideren que ser sacerdote es una posibilidad que no hay que descartar. Pero no la única. Lo importante es descubrir el camino a seguir.  Y si Tomás o quien sea dice que no quiere ser cura, que nadie lo atosigue, por favor.
P. D. El próximo fin de semana se celebra el Día del Seminario. Mi apoyo y ánimo a Salvador Santana, Juan Carlos Arencibia y Manuel J. Arencibia,  formadores del centro que llevan a cabo una importante labor de acompañamiento para ayudar a descubrir la vocación de los jóvenes seminaristas. Con libertad. 


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