"Venga a nosotros tu Reino"

Por Luis C. García Correa
Se acerca mi 87 cumpleaños. Como creyente, deseo y necesito comunicar mi pasión por Padre Dios. Por esta razón he titulado  este artículo con un préstamo del Padre Nuestro. Como bien sabe, es la oración que nos enseñó Nuestros Señor Jesucristo Dios, y que le dedico a usted con todo mi corazón, y que es:
“¡Padre Nuestro, que estás en los Cielos, santificado sea Tu nombre, venga a nosotros Tu Reino, hágase Tu voluntad así en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestros de cada día, y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en la tentación, y  líbranos del mal. Amén!”
Le deseo a todo el mundo, sin excepción, que el Reino de Jesucristo les venga y llegue, para que todos, sin excepción, tengan la dicha más grande y esperanzadora que desear se puede.
Reitero que mis creencias, infundidas por mi familia, se resumen en Amar a Padre Dios, a Jesucristo Dios y al Espíritu  Santo Dios sobre todas las cosas y a usted como a mí mismo: “¡Si no le quiero a usted como a mí mismo soy un cuentista y un mentiroso!”
Me educaron espartanamente: mis padres y mi familia y me dieron y pusieron en marcha un motor que ha movido y mueve toda mi vida.
Ese motor lo mueve el deseo de amar a Dios, amarle a usted y amar a toda la humanidad; respetar y proteger la Naturaleza, que es nuestro hábitat natural; buscar y repartir la felicidad con el deseo y la necesidad de ayudar; tratar de repartir y vivir la plena libertad. Y todo ello con la intención de estar en el camino de la santidad, para llegar al cielo, que entiendo es la contemplación de Padre Dios.
Esto es lo que ha movido y sigue moviendo mi vida.
Cuando fallo, lo siento, y me arrepiento de haber pecado.
Creo y necesito la infinita misericordia de Padre Dios: sin ella no podré llegar a la meta de ese cielo prometido.
La vida me ha sido próspera y generosa, con pocas necesidades y carencias vitales. Soy un trabajador nato y necesito trabajar con el deseo de ayudar. Lo digo con toda sinceridad: eso es lo que me ha dado incontables satisfacciones y reconocimientos invalorables. Y no me queda más remedio, por lo menos, que estar eternamente agradecido.
Sigo luchando por mis metas, que son su vida y la mía.
Le debo a usted y al mundo entero mi eterno agradecimiento, porque me han ayudado y me ayudan tanto. Es para mí un honor, una obligación y una gran responsabilidad. Lo sé y acepto  todas las consecuencias.
Que Padre Dios, que la Santísima Trinidad y la Virgen del Pino, mi Patrona, les colmen de bendiciones, sea quien sea y crea lo que crea, a usted, a su familia, a sus amigos, a su comunidad y al mundo entero.
Padre Dios, danos fe, humildad, sabiduría y santidad. Es la oración que hago y repito tratando ayudar y que me ayude.
Termino diciéndole y repitiéndole “¡Venga  a nosotros tu reino!”, porque le amo con toda mi alma, mi mente y mi corazón, para que juntos gocemos de la plena felicidad y la plena libertad, porque nos ayudamos y ayudamos a los demás.
“¡Venga a nosotros tu reino!”

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