Vertiente educativa del doctor Aurelio Gutiérrez Brito

Será recordado por su faceta de pediatra, pero también presidió la asociación de padres del instituto Cairasco de Figueroa

Julián Arroyo Pomeda LPDLP. La muerte no es algo externo, sino inherente al ser humano. Según Heidegger, "el hombre es un ser para la muerte" ( Sein zum Tode), por eso hay que vivir de forma auténtica y libre, mientras duren nuestros proyectos, que la muerte paraliza definitivamente. Hay que aceptar la finitud y apropiarse de ella.

La noticia del fallecimiento del doctor Aurelio Gutiérrez me llegó días después, mediante la llamada telefónica de su hijo Joaquín. Apenas hacía un mes y medio que hablé unos minutos con él y Carmina, su mujer. Se le notaba con menos energía en la voz, pero todavía seguía animoso y contento. No me preocupé más hasta que me llegó el lunes a Madrid la información, que me ha conmocionado.


Don Aurelio es conocido y será recordado por su profesión de médico-pediatra, que ejerció en Las Palmas. Yo supe de otra faceta suya, apenas divulgada, pero del mayor interés, en mi opinión. Le conocí a comienzos de los años 80, cuando fui trasladado como catedrático numerario al Instituto Nacional de Bachillerato (INB) "Carrasco (¡) de Figueroa". Con esta denominación, que chirriaba literalmente, se refería el Ministerio de Educación al Instituto Cairasco de Figueroa, y así lo tenía en su base de datos. Con razón se irritaban los colegas canarios. Lo sorprendente fue que en los años que estuve nombrado como director del mismo se mandaron varios documentos por conducto oficial, pidiendo que corrigieran el error, sin conseguirlo.

Don Aurelio vivía entonces en su casa de Tamaraceite, cerca del Instituto. Un día vino acompañado de otras cuatro personas que tenían a sus hijos estudiando en este centro. Querían formar una Asociación de Padres con dos objetivos: contribuir en lo que de ellos dependiera a mejorar la calidad de la enseñanza y poner lo que estuviera de su parte para formar y educar a sus hijos. En aquella época no había tanto interés por el tema de la educación como hoy, por lo que el profesorado que los recibió se quedó gratamente sorprendido.

La Asociación de Padres de Alumnos (APA, entonces se denominaba así) empezó a colaborar en todo muy activamente. Don Aurelio fue el presidente de la misma y, cuando nos enteramos de su trabajo profesional, no dejábamos de preguntarnos de dónde sacaría el tiempo, porque siempre que se requería su presencia en el Instituto era el primero en aparecer. Y si alguna vez no podía acudir, venía en su nombre otro representante de la Asociación, pero nunca dejaron de asistir.

Consiguió don Aurelio asociar a bastantes padres del centro, que pagaban las cuotas establecidas con las que siempre estaban dispuestos a colaborar en cualquier acto que se organizara. No se les pedía nada, pero ellos insistían en su ofrecimiento. Acudían a los actos del comienzo de Curso, en el que había alguna conferencia con coloquio posterior. Igualmente en los de final de Curso. Se impulsaron los encuentros entre padres y profesores, lo que contribuyó al mejor ambiente en la institución. Se sacaba una revista trimestral del Instituto y en ella colaboraban, junto con los estudiantes que escribían sus artículos y opiniones. Cuando se les pedía hacer algún trabajo, siempre lo resolvían en equipo. Así contagió con su entusiasmo a muchos padres.

Pronto la relación entre don Aurelio (junto con el APA) y el Consejo directivo del Instituto se estrechó y no nos veíamos como profesionales en los respectivos campos, sino como amigos. El doctor Gutiérrez contaba con muchos y buenos amigos de su profesión, pero sabía abrirse enseguida a otros gremios. Nunca le he visto más feliz y satisfecho que cuando invitaba a merendar a los amigos en su casa de Las Canteras. Patas de cerdo asadas como las que él ofrecía no las he degustado nunca más desde que me trasladé de Canarias.

El interés de don Aurelio por la educación no es una faceta conocida, pero tenía convicciones profundas sobre el tema. Creo que empezó con una experiencia directa, la idea de que sus propios hijos estudiaran y rindieran todo lo que pudieran en las materias del Bachillerato. Y que enseguida surgió una perspectiva más profunda. No sólo sus hijos, sino todos los hijos de los padres del Instituto y la gente canaria, en general. Creía que la cultura era importante.

Él mismo tenía inquietudes y dio ejemplo de ello. Sé que había emborronado muchas páginas para recoger el trabajo de toda su vida con el objetivo de hacer una publicación en su día de algo parecido a sus memorias. Muchas de ellas las tenía mecanografiadas y preparadas. Lo que me sorprende es cómo se las arreglaba para hacerlo, ya que le faltaban horas cada día.

La educación entraba en el horizonte de su gran humanidad, que le llevaba a atender a cualquier paciente que se presentara en la clínica particular que tenía en su propia casa, a la que llegaba ya por la tarde, después de haber madurado mucho para cumplir su trabajo como profesional de la medicina en las instituciones en que ejercía. Recuerdo una tarde, picando algo y tomando una bebida en el salón de su casa, después de haber atendido como pediatra a mi hija, entonces una niña, a la que ayudó a nacer. En el descanso llamó una señora preocupada con su hija que se encontraba malita. Don Aurelio sonreía y mandaba recado de que esperara. Se quedaba tan tranquilo y cualquiera podía interpretar que se despreocupaba. Carmina, siempre pendiente, le decía suavecito: "Aurelio, que la señora espera". Entonces dejaba los alimentos en la mesa y bajaba al despacho. Al rato subía sonriente diciendo que ya estaba, la niña no tenía nada importante, le había recetado lo adecuado y la madre se fue tranquila.

No se olvidaba del Instituto. A él trajo, incluso, a hijos de padres que estudiaban en colegios religiosos, porque el funcionamiento del centro le gustaba. Un día el Instituto invitó a Guillermo García-Alcalde, un gran peso en el diario LA PROVINCIA, con motivo de la inauguración del curso. Al terminar el acto, don Aurelio le dio la mano y enseguida le habló del Instituto, pidiéndole que si podía sacar algo del Centro en el periódico. Lo hizo y aceptaba siempre lo que le mandábamos para publicar.

Estamos acostumbrados a lamentar la muerte de las personas que queremos, pero creo que lo importante sería pensar en una vida realizada. Sacó adelante a la familia, impulsó las capacidades de sus hijos y dejó a sus descendientes bien situados. Se volcó en su profesión. Contribuyó mucho a curar las enfermedades de sus pacientes. Disfrutó con los amigos, estuvo siempre pendiente de crear iniciativas y cumplirlas. Hizo todo esto con la mayor sencillez y sin darse ninguna importancia. No presumió de nada. Es un tipo digno de mantenerle en la memoria.

Pasé una temporada breve en Las Palmas, apenas tres cursos, pero me traje algunas grandes amistades que no olvidaré, porque permanecen en mi recuerdo. Yo creía en la necesidad de la educación entonces y él me confirmó en esta convicción que todavía practico. Gracias por ello.

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