Damiana
Por Antonio Domínguez |
Las mujeres canarias que hacían la carrera de Cuba, cumplían el mandato-deseo de su marido que venía pidiéndoselo desde meses atrás: que le acompañara. Damiana, mi abuela, levantó los pies desde sus miserias en los altos de Teror, para ponerlos en la provincia de Matanzas, Cuba. “La niña”, esposa, ya conocía entonces la orfandad de padre. Las tazas de leche aguada y mal medidas. Los gofios tasados a no más de cucharada por sentada.
Lo primero a decir de
esta esposa niña en Cuba, es que pasó por el dolor más grande que se intuye y
se conoce en el corazón humano: la muerte de un hijo: de su hija Josefa, ya grandecita,
pre púber. Allí nacieron sus tres hijos, de los que una, “leoncita la cubana”
era mi madre.
Este canto, el cual
parece un romance enaltecedor, exposición de la historia de mí mismo, no es
sino para demostrar que conozco el tema y se me crea cuando digo que ha habido
seres humanos que vivieron sin placer porque era pecado, obligándose en cuerpo
y alma al flagelo de la vida rezando a todas horas para que Dios no les tirara
trompadas de transporte al infierno. Me parte el corazón recordar a mi pobre
abuela Damiana noche y día y aquella cara de ángel, que, sin haber cometido el
menor delito, parecía que penaba por todos los crímenes humanos, tan asombrada,
que se creía culpable de lo no perfección del universo entero, ni más ni menos
(desde al más grande catedrático hasta el más chico barbero les consideraba
herejes si iban por la vida sin santiguar y santiguarse)
¡Quien hubiese podido
–de haber podido—decir a mi querida abuela, y que se lo creyera, que las cosas
y los seres no son culpables de nada. Se puede dar el caso de que seamos la
escoria de una súper civilización extraterrestre venida de una de los cinco
billones de estrellas/sistemas de sus más de mil quinientos millones de
galaxias. Las culpas y los pecados de los seres y de las cosas (sin ánimo de
blasfemar) son de quien llevó a cabo la aberrante creación de la vida tal como
es. Y, también se puede dar el caso, en este caso que, Dios juzgue a esos seres
súper galácticos pidiéndoles cuenta de nosotros que somos su escoria. Tal y
como estamos hechos no podemos tener la osadía de estar creyéndonos a imagen y
semejanza de Dios nada menos; esas semejanzas pudieran estar en otros
firmamentos paralelos: “ELLOS” dicen que los hay. Para no ser un vulgar tolete
¡¡¡Hay que bajarse de la burra: las cosas son realmente más complicadas que una
“grandiosa” creencia!!!
Desde mi
atrevimiento muy grande = desmesura, digo
que el hombre ha mirado “con malos ojos”
durante demasiado tiempo sus tendencias naturales, de manera que estas han
acabado por hermanarse con todas las torpezas de su creencia (tendencias
antinaturales).
Si bien es
verdad la verdad Nietzscheana, de qué todo
el que ha construido alguna vez un “nuevo cielo” ha encontrado el poder para
ello solamente en su propio infierno. Esa fue la obra de la pobre Damiana:
construir su cielo desde este infierno; prisionera por siempre en la torre del
castillo de la honra, de la virtud, de la piedad, castidad, obediencia, mesura…
Aquella vida de
sufrimientos en esos campos
desde los castigos infinitos y horrorosos del infierno anunciados por
contemporáneos; de rones mal medidos y un sherry con
sal partido en cuatro; en noches del riñón del invierno cruzando
barrancos y barranquillos a calzón y enaguas arremangados con las alpargatas en
la otra mano. Toda esta salvaje forma de vivir se la echó a cuestas como mujer
además de las desgracias vividas como ser humano desgraciado; en época
terrible, con medios terribles. La crueldad contra ella misma. La auto
mortificación entorpecida. Ese fue el principal medio empleado por las personas
desposeídas de voluntad mediante el que sabe mas fastidiando al
que sabe menos. Introductores de miedos novedosos de
los que esta “mota de polvo” intergaláctica está lleno. Sedientos de
gloria, que tenían necesidad, a fin de creer ella
misma en calamidades de humanas propagandas, en su propio
autoengaño de respetar en ella misma, en su propia persona “metida en urna de
acero” por chirga/surullo al
mas allá. Ni que decir
tiene que mi abuela daba a toda naturaleza la veneración con sus tradicionales
predicciones amenazantes y atemorizantes de la crueldad, de ejemplaridad llena.
Naturalizaba el pavor aprensivo, ansioso de las inhumanas creencias.
No hace falta llegar a ningún punto desde cualquier punto o lugar desde el que se pueda decir mejor cualquier acontecer asunto o suceso de vida que dígase como se diga no gusta a derechas e izquierdas, a cristianos y ateos, al señorito y al obrero, ni el del solomillo fresco y al de la ingustable palomita congelada, al monumental jeque y al moro corriente que apacienta los grandes y buenos corderos que, él, no comerá, el del mercedes 500 y el de la bicicleta,
La razón, la seriedad,
el dominio sobre las emociones, toda esa cosa sombría que se llama honesto
recato, todos esos tiquis miquis “y galas” del ser humano: ¡con cuanto
sufrimiento se han pagado!, ¡cuánta miseria y horror hay en el fondo de todas
las cosas pías; de todas las cosas buenas!...
El amor es felicidad, libertad,
bienestar, placidez, paz, riqueza dichosa, etc etc tanto el de aquí como “el de allá”. Lo que no es el amor son las obligaciones y todo
lo mas allá de la tramontana. El inmenso amor de madre nace cuando nace el
hijo. El hombre DESEA hasta el cielo que no ve, pero solo llega a amar “todo”
lo que ve, que es cuando se le presentan inteligibles los sinónimos, todos, de
felicidad aquí anteriormente apuntados.
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