Meditación de Viernes Santo

Por: Sergio Naranjo

Aunque no fueron las siete que marca la tradición, hoy he podido visitar hasta cinco iglesias para ver sus Monumentos, como el de Tamaraceite, tan nombrado que es y con razón por su belleza. Aparte del motivo alegre que supone ver gentes a las que durante el año no trato, o en algún caso el muy alegre conocimiento personal de otras personas a las que uno va apreciando por todo lo que les debe, estas visitas me han dado la oportunidad de pasear dentro de los templos, de oírme, de ver mi historia sugerida por todo el paisaje que un simple paseo respetuoso por las iglesias me ha proporcionado.

El Viernes Santo está desacreditado hoy día por una gran parte de la sociedad, que ya lo considera un simple día festivo, algo que ya se está tratando de desligar con la fe cristiana y la tradición y se quiere nombrar como simple “vacación de primavera”. La Iglesia es hoy enemigo a batir, sus creyentes han de ser perseguidos con saña, con desprecio, todo descrédito es poco para descalificar lo que en las procesiones se rememora. La Iglesia es también culpable, por no haber sabido estarse en su sitio, lejos de este mundo, de donde no procede. “Mi reino no es de este mundo”, dice el Maestro, pero aquí seguimos, metiéndonos donde no nos llaman, apoyando partidos políticos que nos apoyen y expulsando de nuestro seno a quienes se nos pongan en contra. ¡Que contradicción la de las Siete Palabras de Cristo con nosotros! ¿Qué celebramos? ¿El buen hablar, la magnífica formación de un orador? ¿Qué oimos? Gritos, erudición, amenazas. ¿Qué vemos? Sangre, dolor, horror, muerte, hipocresía, ropas nuevas y caras, preeminencias sociales en actos públicos...

¿Habrá terminado el tiempo de la Iglesia?, pensaba mientras visitaba aquellos lugares casi vacíos. Puede ser. Pero lo que tengo por seguro es que el Viernes Santo sigue teniendo un mensaje, tan vivo hoy como hace dos mil años. Mientras Jesús agonizó, ¿qué le importó su via crucis al resto del mundo? Nada. El mundo siguió girando, con sus miserias y sus afanes. Hoy sigue igual; hoy Jesús vuelve a estar muerto, injustamente condenado, y el mundo lo celebra como un día festivo sin más, con sus asaderos, sus playas, porque la gente lo hace por falta de fe en unos casos y hasta por burlarse de los cristianos también. Pero el mundo sigue teniendo guerras y revueltas, persecuciones en nombres de Dios y en nombre de quienes niegan a Dios, sigue sojuzgado por dictaduras crueles y por democracias hipócritas.

¿Está haciendo la Iglesia lo correcto cuando se alinea con posturas políticas y se enfrenta con otras? Ahí sigue Jesús, clavado en una cruz imperialista romana: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, la mayor declaración de amor por los demás que se haya visto jamás. Es Él nuestro espejo, por encima de procesiones y rituales, de tradiciones y pompas, de dogmas y mandatos.

Hoy, frente a Jesús, me he hecho preguntas, he admirado a quien tiene fe, le he envidiado sanamente. He despreciado a quien presume y no tiene. Incluso he sentido lástima de un tipo como yo, siempre tan filosófico, tan descreído. Si has llegado leyendo hasta aquí, este es el testimonio que te doy: Más allá de la creencia, de la fe, en como lo quieras llamar, no hay nada, sólo está el vacío. Cuánto nos gusta reírnos de la procesión de sombra y de sangre de esta tarde, somos tan incrédulos y nos vanagloriamos de no creer. Pero yo te animo a que creas. En lo que te parezca, pero cree en la vida trascendente, en el valor de amar, de perdonar, en la huella de la vida de una persona en las demás. El vacío, amigo, sólo es amargura.