Consumo, luego existo.

Por: Tomás Galván Montañez
La actual coyuntura económica ha sido la causante de que todos hayamos comenzado a hacer cuentas, revisar los gastos superfluos y generar debates en torno a uno de los temas más complejos que la sociedad soporta, y que según muchos es uno de los factores que, de forma más o menos directa, han podido acuciar la crisis que sufrimos. Una crisis que apunta más allá de lo económico, traspasando en la mayoría de los casos una serie de valores rehusados. El consumismo desmedido es un polémico tema del que todos tenemos una visión. En época de bonanza, con predominio de empleo, sueldos a final de mes y por tanto, gentes dispuestas a gastar y gastar sin control, este tema podría haberse esquivado sin mayor dificultad. En momentos en los que la prima de riesgo se limitaba al parentesco familiar de carácter temerario, todos comprábamos de forma desmedida, salíamos con numerosas bolsas de los grandes almacenes como fruto de los impulsos incontrolables, y podría suponer una estampa “bonita”. De alguna forma, todos estábamos contentos y con oportunidades de compra; adquiríamos productos que tal vez ni necesitábamos como resultado de los agentes externos que continuamente bombardean nuestras retinas ávidas de algo más. En la actualidad, con una vorágine económica que causa vértigo hasta nombrar, hemos comenzado a reflexionar algo más que en otras ocasiones acerca de qué compramos, limitándonos, en una gran cantidad de casos, a adquirir lo que es necesario y a dar segundas oportunidades a cada producto. Si hemos de tener claro que el consumo es bueno, mover el dinero, generar ventas, beneficios…, Pero con responsabilidad. Lo que me parece reprobable es que todos nuestros pasos se presenten en torno a productos, materiales que no necesitamos, que nos anclan y encadenan para ejercer en nosotros un poderoso y eficaz efecto de dependencia, acuciado en personas con baja autoestima que encuentran en las tiendas su remedio perfecto para rellenar un vacío interior. O los jóvenes, que ceden con suma facilidad a esas presiones, muchas veces de los mismos compañeros, para comprar lo que está en auge y poder encajar en la pandilla y tener tema de conversación, aunque la economía familiar no permita comprar al niño lo que desea. Preocupémonos, pues, cuando nuestra vida comience a girar en torno a las compras compulsivas, consumismo despiadado que distorsiona nuestra imagen real y nos convierte en plenos esclavos en un círculo vicioso de gastar por gastar, perjudicial para todos, donde la publicidad juega un papel fundamental intentando crear en quienes la recibimos una necesidad inexistente del producto en cuestión y hacer, así, que sintamos la imperiosa necesidad de adquirirlo cuanto antes. Lo sé, de eso se trata este juego, pero con juguemos con responsabilidad. En conclusión, este momento de crisis ha hecho que el mensaje de consumo responsable cale mejor en la ciudadanía, aunque, espero, siga surtiendo efecto en la época de amanecer que tarde o temprano llegará, y no todo vuelva a girar en torno al gasto continuo, donde parece que “compramos, luego existimos”.

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