¡Ay! Perico cónchale.


Odio profundamente el teatro y la representación (no me he podido explicar el porqué) ¿qué no será mi rechazo a la historia que va de variablemente lejana a lejanísima; que me la cuentan ¡siempre! Quién no estuvo allí; en ocasión escrita por quién no pasó por allí, propiciador de las montañas de mentiras en los archivos. Y alguna verdad.
 Lo mío son cosillas recientes (cuando no me ocupo de conceptos unilateralmente) que las pueda comprobar cualquiera que no sea bebé; por aclarado se trata de mi familia y por extensión Tamaraceite.
Cuando en invierno nos aprestábamos a salir de la barbería allá por las once, ya en el umbral, nos abofeteaba la noche. Sentía pena de Perico porque era pequeño para aquella calamidad de meterse en  la total oscuridad por la carretera vieja de San Lorenzo. Por la bruma, la perpetua llovizna, cuando no el chubasco (se llegaba lo mismo de empapado, tras la media hora larga de camino).
La llovizna, el frío, la bruma y la noche cuando se unen se pasan eternidades hablándose de grandiosos silencios; de las eternas nadas. Yo abrazaba a Perico ya largando el agua por los pies y me traspasaba el tenebrismo tremoroso; ese comienzo de temblor; temor que se remonta a lo más remoto de lo humano en las gélidas jornadas en los glaciales. ¡Las penurias ancestrales portadas en la sangre y el esqueleto, hacen temblar todavía hoy cuando se atisban!. Por llevarlas en mi ser hasta la saturación las idas y venidas a ese vestigio guanche, es por lo que he empezado esta semblanza de Perico, iniciando ese camino de ida a Los Dragos en circunstancias (con los barrancos corriendo a veces, se me olvidaba).
A partir de aquí nos situamos en tiempo que éramos adultos, Perico también. Pertenecemos a una dinastía de barberos, que empezó en nuestro tatarabuelo venido de Fuerteventura y se acabó con nosotros por la enfermedad de unos y la jubilación de otro.
Mientras estuvo Perico en la barbería (el más destacado) no tuvo que ir a tomateros con “Los Betancores”, pero claro, no hubo dinero para seguir la recomendación de Manolo Balbuena para que fuera mandado a la universidad. Por consiguiente el tiempo para Perico es como si se le hubiera parado.
Mucho buen trato y esmero dio Perico, extremamente formado, educado, empático, conmiserado, exquisito, amable, no al uso, sino amable en todo el extenso sentido de la palabra ¡hasta llegar a caer pesado!. Su clientela era total: gente mayor, juventud y pudientes. En tiempos lejanos en homilía se llegó a insinuar que en la barbería se hablaba de comunismo. Perico hablaba de matemáticas, literatura y poesía; de lo demás sabía, pero hablaba por atención y sin pleno gusto; no le podía poner esparadrapos a los comunistas para silenciarlos. Además Perico ¡siempre! Respetó y amó a todo comunista porque sabía que esa enfermedad era declaración inapelable; y los síntomas de una pella de gofio amasado con agua y sal extraviada en la barriga empujándola en todas direcciones ¡haciendo coger nervios! y absolutamente nada más; a veces ¡ni una sola aceituna!.
Lo sé por experiencia. Muchas, pero muchas veces, fue Perico solicitado aparte (lo vi) a pedirle consejo para qué hacer, en grandes y peliagudos problemas. Cuando son patrulla  “en cola para solicitar consejo” no debe caber duda que a quién tienen por aconsejador, vale mucho.
Perico es un renacentista. Conoce de todo, habla de todo. Hizo la casa desde los cimientos a la fontanería, la electricidad y absolutamente todo de albañilería. Fue el más que supo de matemáticas en los colegios que estuvo. Afrontó  la prueba de acceso a la universidad. Es autor de veinte cuentos todos inéditos. Tiene un premio literario que ganó en concurso de los tres ejércitos. Siendo arquitecto de barrio Perico, adelantó a Lolita Pluma que solo era amante de 15 ó 20 gatos ...,  y también la reina, pero del desierto de la conversación.

Antonio Domínguez.  

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