JACINTO, sé de tu paz. CELEDONIO, descansa en paz.

Por Antonio Domínguez
En la suavidad de mi actitud de caminar sin prisas, me agració la suerte; como si de antemano la tuviese constituida y como si de natural hubiese tentado a la fortuna para ver a Jacinto. Se me apareció, navegando por la acera, junto al container del Bar Las Tejas.
El filatero Rodríguez, que me quiere al máximo que se puede querer a alguien que no es de su sangre (yo con él no me quedo atrás), se levantó los pantalones hasta las rodillas para mostrarme tres heridas profundas, que se hizo al caer subiendo a una acera con borde alto. El borde afilado le crujió las canillas.
Estaba mirando las vendas y los esparadrapos colocados en sus piernas por magnánima y considerada persona (estoy convencido que cuantos están en ese trabajo son así), cuando me dijo Jacinto: ¡Celedonio murió!. Me recuperé rápido, pero, viendo las mataduras de Jacinto y escuchando la descorazonadora noticia lloré; luego continuaría el llanto en mi casa.
Jacinto me vio nacer porque tiene setenta y ocho años, y nuestras cuevas estaban frente a las de él y junto a Cirilita cantero y Antoñito Monzón, padres de Juan, Rubén, Perico, Tonono, Zenaida, Francisca (Pacuca). Ese era nuestro núcleo en un pueblo poco habitado.
Jacinto, hombre que piensa mucho, permanece callado como tumba porque ha visto que desde la canalla al capitoste huyen de sus tesis. Por eso él mismo no cree ya en narrativas, relaciones contadas, ni en noticias de ningún tipo.
Jacinto tiene que ver con sus ojos para creer. Lo tiene todo circunscrito al sentido de la vista. Por eso, cuando me mostraba el descalabro de sus pies y yo le dije que iba a airear en la página la suerte de su mala suerte, él me dijo que había de poner una foto de las magulladuras; pensando él en mi bien, y porque los lectores vean que no soy mentiroso.
Jacinto “cayó en la cuenta” hace muchos años, de que el mundo es mentiroso, por eso, no escucha y limita hasta la visión (solo cree lo que ve) virando la cabeza ante la argucia, patrañas, engaños, tretas, trampas, artificios, artimañas, falsedades, cuentos, embustes, enredos, componendas, sofismas, sutilezas. No quiere saber nada de tergiversaciones y cuanta ingeniosidad sea al servicio de maldades y picardías.
Esta es la crónica para comunicar que el sólo, eremita y venerable Jacinto, está herido en sus santos apoyos (pies).  

En cuanto a Celedonio Espino Déniz, al cual mis hermanos y yo llamábamos señor Montoya, debido a que era enamorado de la música del guitarrista Carlos Montoya, digo, que ha fallecido el hombre más espiritual, respetuoso, condescendiente, honrado de hombría, decoro y rectitud, que ha tenido El Puente o Casas de Abajo; se puede medir a la altura de Manolo Cabrera.
El señor Montoya era un rapsoda al punto que comprobamos muy pocos cuando aparecía por la casa de la cultura (barbería) y nos recitaba a Espronceda, de atrás a delante. Quevedo, Campoamor, etc. ¡Hay que ver la prodigiosa memoria de Montoya ! El jamás escribió que yo sepa. Es posible que conociera declamación.
A través de la “eternidad” que constituyeron los cuarenta y pico años de caudillaje del ferrolana enano y a pesar de que se persiguió el amancebamiento y los amores sin permiso de Dios; se compraban amores  en “economía sumergida” allá por las calles que otrora favorecían a todo hombre que quería, necesitaba humanamente, desesperadamente, brincar por encima de la castrante e incapacitante mentira llamada pecado.  Cuando el señor Montoya iba ¡pá bajo! Como así se decía, no iba de cualquier manera como absolutamente todos los demás; se vestía de uno de los varios trajes que tenía. Los colores muy claros le gustaban y las llamativas corbatas y zapatos bicolor. Juro por el santo de más méritos que no había señorito con más percha, que calzara la ropa con más elegancia que el señor Montoya cuando iba a comprar placer.
Cuando cumplía con los llamados de la carne (que se habían de pagar, no había permiso –como ahora- para estar con “novias”) se metía en la fonda a seguir comiendo carne por todos lados. Casi siempre después de todas las placenteras ocupaciones recalaba (ya apeado del coche de la compañía MELIAN que a Tamaraceite le devolvía);  en la casa de la cultura a declamar y a mostrar imposibles tipos de letra de su bella caligrafía; valiéndose de su pluma Parker: su tesoro.
Jacinto, junto al contenedor hablamos de nuestro con querido Celedonio (observa que no utilizo la despreciable palabra, amigo). Tú con tu soledad a cuestas, yo millonario de mis hijos. Tú con la suerte que tiene tu mala suerte. Yo con la mala suerte que tuvo la suerte de haber nacido.
¡… Que joderse la suerte de la mala suerte! ¡¡Que nadie puede hacerle daño ninguno!! El daño lo hace ella, entiéndase: la mala suerte, que también está necesitada de mucha suerte para jeringar.


Comentarios

Sergio Naranjo ha dicho que…
Magnífico artículo. Me ha hecho recordar, al final, la reflexión de un filósofo publicada esta semana en otro medio: "La vida no tiene sentido, pero hay que vivirla".
Saludos.
Anónimo ha dicho que…
Considero en lo que vale (que es mucho para mí) tu opinión; y te agradezco el calificativo de magnífico que has usado para mi artículo.
Somos ya muchos los que no tememos al ridículo diablo y muchísimo menos a Dios porque es un ser infinitamente bueno; así le reconocen todas las religiones. Aún siendo mentirosas (todas) están de acuerdo a todo meter con ese principio. ¿Cómo voy a temer amando, a un ser que está incapacitado para hacerme el más mínimo daño, merced a su bondad infinita?
Es normal que cuando exteriorizamos ideas nos parezcamos todos cuantos vivimos en desatino. Estoy de acuerdo en que la vida no tiene sentido y en que hay que vivirla, pero, cuanto soportar conlleva soportar a la muy hija de perra.
Desde la libertad de prensa, por lo menos para chucherías de estas, recibe saludos y un abrazo, mi muy distinguido no enemigo, Sergio.
Antonio Domínguez.

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