Diario de un cura: Muchas preguntas y algunas respuestas

Por Jesús Vega Mesa
Yoana, la catequista, tenía cara de preocupación cuando me dijo que los niños de su grupo querían hacerme una pregunta. Pasé a la sala donde estaban y no me hicieron una pregunta sino mil. Parecían disparar interrogantes con metralleta. ¿Quién hizo a Dios? ¿Si Dios es tan bueno por qué se murió mi abuelo? ¿Cómo es el cielo? ¿Y por qué nos manda enfermedades? ¿Cómo es posible que Dios esté en todas partes?

Sinceramente, me costaba responder. Y cuando empezaba a contestar una pregunta, ya me interrumpían para hacer la siguiente. Entonces les conté que yo no lo sé todo y que también me hago muchas preguntas. También a mí, como a los niños, el tema de Dios y de la muerte me crea interrogantes que no siempre sé responder.

Sin ir más lejos, en unos pocos días se me han marchado cuatro amigos curas. El primero y más joven fue Luis María, de Palencia. Nos conocimos hace más de treinta años y, aunque nos veíamos poco, seguía siendo para mí un ejemplo de persona buena, trabajadora y comprometida socialmente. Le recuerdo y le admiro.

A los pocos días tuve que decir adiós a Juan Castellano. A Juanito “el de Guía” como le decíamos en Ingenio. Juan era un hombre dulce. Enamorado de la música y de la liturgia. Transmitía mucha paz. Apenas levantaba la voz. Parecía más bien que cantaba gregoriano. Su conversación resultaba en sí misma una melodía. Un día, después de leer una de mis cartas al viento me dijo muy socarrón: ¡A ver qué vas a decir de mí cuando yo me muera! Nos reímos y le contesté medio en broma: Diré que has sabido hablar de Dios y con Dios a través de la música. Como un ángel. Que esa asignatura la tienes aprobada. Se lo dije entonces. Y ahora, ya fuera de bromas, lo vuelvo a afirmar.

Juan Moreno Sánchez, fue un sacerdote que se integró en el clero diocesano después de unos años como claretiano. La pasada semana fue despedido en Tenoya, su pueblo natal. Había trabajado generosamente, con gran actitud de servicio en la pastoral parroquial durante cincuenta y ocho años nada menos.

Y el pasado domingo, José Manuel Ruiz, que fue cura de Melenara, también se despidió. Un hombre alegre que, a pesar de su edad avanzada, no perdió ni la memoria, ni el humor. En los años 60 estaba de cura en el barrio de San José. Y allí empezaron a llamarle “Padre Botella”. Él lo recordaba muchas veces con simpatía: "Me di cuenta de que si yo recogía botellas y por ellas pagaban unos diez céntimos de peseta, podíamos sacar dinero para los pobres ya que antes no había tantas ayudas sociales". Y así hizo. Con los jóvenes del barrio se puso a recoger botellas de cristal por las casas que luego vendía a una fábrica de envases. Él decía que con esto conseguía ayuda para los necesitados y que se enseñaba a reciclar. José Manuel terminó sus años de vida en la casa parroquial de Melenara con el cariño y respeto de todo el barrio marinero. Y antes de marcharse definitivamente entregó la letra de una canción que estaba significando mucho para él:

“Aquí me tienes, Señor,

aquí estoy pues me llamaste.

Vengo a ofrecerte mi vida

la que Tú me regalaste.

Cansado vengo a tu puerta,

fue duro mi caminar,

pero en tus brazos de Padre

al fin podré descansar

Todo esto, vivido intensamente en unos pocos días, me dejan muchos interrogantes: ¿El mensaje y el testimonio de estos cuatro curas se mantendrá vivo? ¿Seremos capaces de seguir cultivando esos valores de fe, de servicio, de humor, de compromiso, de dulzura? ¿Nuestra diócesis buscará alternativas para suplir la ausencia de sacerdotes como éstos?

Algún día le diré a Yoana, la catequista, que llame a los niños de su grupo. Porque también yo tengo miles de preguntas y algunas respuestas para sus preguntas y las mías.

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