¡A una madre! ¡Yo nací en un lugar maravilloso!

Por Luis C. García Correa
Yo nací en un lugar maravilloso: en el vientre de mi madre.
De ella nací y crecí con su amor y con el amor de mi padre, que vivió poco tiempo pero muy intensamente, dejándonos su valor, su cariño, su amor y su ejemplo de morir con santidad.
Mi padre fue un descreído hasta que le llegó la cercanía de la muerte: entonces confesó y comulgó, y recibió todos los auxilios espirituales.
El cariño de mi madre desbordaba todo lo que existía y lo inundaba de un aroma embriagador que la hacía una necesidad imperiosa. Su bondad nos quedó grabada a fuego. Su vida fue de la propia de una madre, como lo fue la de mi padre.
Pocos son los recuerdos que tengo de mi padre. Murió con cuarenta y cuatro años -yo tenía diez- y pidió a mi madre, en el momento de su muerte, que le rezara “la oración de la buena muerte”.
Minutos antes de morir le dijo a mi madre, que la muerte le subía de los pies hacia arriba. Mi madre le tocó las piernas y estaban muertas.
Cuando mi madre terminó de rezar la citada oración, lo miró y había muerto.
Yo nací en un lugar maravilloso que ocupaba mi madre y llenaba mi padre. Sus recuerdos son imperecederos y son y serán eternos. Camino hacia la muerte. Ya la espero por los años que tengo. Ya quiero volver a encontrarme con mis padres, mi mujer, mi familia, mis amigos y el mundo difunto entero que nos han precedido en la vida y han muerto.
Yo nací en lugar maravilloso, en el vientre de mi madre y del amor de mi padre.
Quisiera poder transmitir cómo los años nos van acercando a la muerte y se va convirtiendo en una amiga deseada y esperada con la necesaria e imprescindible misericordia divina.
Entrar en el cielo – la contemplación de Padre Dios – es lo que ambicionamos, supongo, todos los fervientes creyentes y lo mismo les deseamos para todo viviente, sea o no creyente.
Yo nací en lugar maravilloso, el vientre de mi madre y con el amor de mi padre.

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