“LA BUROCRACIA EN CONTRA DEL CIUDADANO”

 

Por Luis C. García Correa  

Todas las instituciones oficiales, el Ayuntamiento, los Cabildos o Diputaciones, los Gobiernos Autonómicos, el Gobierno Central y el Europeo se han creado para servir al ciudadano, para hacer mejor y más fácil el desarrollo, particular y social, para solucionar las necesidades particulares y generales.

         Son instituciones al servicio del ciudadano, de usted, de mí y de todos, sin distinción alguna, y no lo contrario: que el ciudadano esté al servicio del Estado.

         Esto lo conocemos los españoles desde la época de la dictadura.

         Los políticos son unas personas que dedican su trabajo honesto, sus ilusiones y preocupaciones al bien de la comunidad, están a su servicio total, sin pedir nada a cambio.

         Uno de los honores más grandes que un ciudadano puede tener es ser político, y no digamos si tiene autoridad.

         Trabajar honestamente por los demás, sin pedir nada a cambio, es una grandeza imponderable, que debe ser reconocida de por vida. Que el nombre de quien así se porta perdure en el parnaso social.

         De la misma manera, quien se aproveche -de la forma que sea-, de su puesto en política, y no digamos si tiene autoridad, reciba el anatema, la condenación y la cárcel, y, por supuesto, la descalificación social por vida. Que su nombre quede grabado como ladrón social eternamente. Que no lo herede su familia, porque no tienen culpa.

         La comunidad la formamos los ciudadanos particulares, los políticos y las instituciones oficiales. Todos estamos al servicio de la persona.

         Si falla alguno de esos tres pilares de la comunidad, se tambalea el edificio sagrado al servicio al ciudadano.

         Sin olvidar el trabajo importante que desarrolla el funcionario, que es la persona que funciona dentro de la administración, facilitando la labor del ciudadano y del político de turno.

         Por supuesto, jamás aquello del “vuelva usted mañana”. Si sucede esto, anatema para el funcionario, que tendría que dejar inmediatamente su puesto por inepto e incapaz, por crearle problemas al ciudadano.

         ¿Exigimos a las instituciones, a los políticos, y a nosotros mismos, ese comportamiento honesto, solidario y efectivo por el bien de todos? ¿O pasamos y nos despreocupamos porque aún no nos ha tocado el daño de una deshonesta gestión de la cosa pública?

         Cualquier comportamiento distinto al mencionado –aunque hay otros muchos ejemplos– si no se corrige inmediatamente, pidiendo disculpas al ciudadano, debería ser castigado con la expulsión inmediata del mal gestor.

         De igual modo, también merece el anatema el ciudadano o la ciudadana que no corresponda con toda educación a la administración.

         “¡Para que la administración no sea un enemigo y no esté en contra del ciudadano tiene que funcionar: educadamente, rápidamente y facilitándole la gestión al ciudadano!”

         Si esto no fuera así, habría que exigir de forma contundente el cambio necesario, para que la Administración esté al servicio del ciudadano educado, y la eficacia y rapidez honesta sean los comportamientos de todos aquellos que componen las distintas Administraciones públicas.

         El exigir y el comportarse como buenos ciudadanos no sólo depende del vecino y del administrador, depende de usted, depende mi, depende todos. Y sí no, a llorar al barranco, que hay piedras que entorpecen el caminar.

         Nunca mejor dicho: la participación honesta y exigente en la unión, en todas las direcciones, es la solución.

         “¡El progreso está en la honradez y en la efectividad!”

            La burocracia en contra del ciudadano es la esclavitud al mal.

         De usted o de mi dependerá.

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