Después de Dios, el hombre.

Por: Luis C. García Correa y Gómez
Después de Dios, el hombre es lo primero. Si esto no fuera así se produciría un grave desorden, social y personal. Por desgracia, la buena disposición del mundo en el que vivimos está algo alterada, quizá mucho.

El valor del hombre es inconmensurable.

La grandeza humana tiene su cimiento en la realidad espiritual del alma, en su filiación divina y en su destino eterno. Es lo que distingue cualitativamente a las mujeres y a los hombres de los demás seres creados. Lo cual, como es lógico, no les da derecho a dañarlos o a destruirlos. Al contrario, les hace responsables de su aprovechamiento razonable, esto es, de un uso y disfrute que sea compatible con su conservación.

La dignidad del hombre comienza con la concepción y se concreta en la inviolabilidad de toda vida humana.

Todos los seres humanos -sin excepción- somos necesarios. Todos somos dignos del mayor respeto y consideración.

La dignidad del hombre se debe expresar en todo quehacer personal y social, sin dejar a un lado ningún ámbito de nuestra existencia: el trabajo, el ocio, la familia, la economía … No puede haber compartimentos estancos, espacios impermeables a ese valor primordial.

Todo debe facilitar y promover el perfeccionamiento espiritual, tanto en el orden natural como en el sobrenatural.

Las Leyes tienen que ser justas. Si no lo fueran, si hubiera Leyes que violentaran la Justicia, los ciudadanos tendríamos la obligación de imponerla con nuestro honesto comportamiento cotidiano, sin cesiones, aunque nos cueste, todos los días de nuestra vida.

No podemos ni debemos rehuir los deberes. Tampoco podemos dejar de exigir nuestros derechos.

La finalidad del desarrollo económico no es única y exclusivamente el crecimiento de la producción, del lucro, o del poder. El verdadero desarrollo económico está al servicio de todas las mujeres y de todos los hombres en todas sus dimensiones, porque tiene en cuenta sus necesidades materiales y espirituales.

Esto no significa negar la autonomía de la ciencia económica.

Creía que el camino hacia una sociedad justa era más corto. La meta sigue siendo la misma: la dignidad de la persona humana. Una meta necesaria porque sin ella es inimaginable la justicia. Una meta todavía, desgraciadamente, lejana, pero no imposible de alcanzar, todo lo contrario.

Por eso son tan necesarias las personas de buena voluntad, educadas y con valores.

No ama la justicia, no es capaz de imponerla con su comportamiento, quien no la quiere para los demás.

No pienso que sea lícito encerrarse en una religiosidad cómoda, que se olvida de los problemas de los demás.

Debemos vivir con todas sus consecuencias nuestras creencias, teniendo misericordia, humildad y bondad, y, sobre todo, siendo honestos. Siendo buenos en todo lo que hacemos: cuando trabajamos, en nuestros ratos de ocio, en la familia, al planificar la economía ...

Todo debemos ordenarlo a Dios y a las personas. Porque ningún bien terreno es superior al hombre.

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