La corrupción que hace política

Por: Tomás Galván Montañez

Siempre me han molestado las generalizaciones, pues, como sabrán, es posible a través de ellas estigmatizar a todo un colectivo por muy escasos que sean los responsables de llevar a cabo actitudes injustas o deshonestas dentro de una determinada organización. Así me ha pasado con los políticos, de quienes he escrito que no es nada bueno agruparlos en el banquillo de los señalados por el hecho de que “unos pocos” ejecutaran actos indignantes aprovechándose de su condición.
Pero esta semana, por primera vez, me he preocupado porque se me ha empezado a nublar la capacidad de distinguir los límites entre quienes hacen una política honrada, veraz, justa y ciudadana, de quienes se aprovechan de sus cargos en partidos políticos para acometer -con orgullo y soberbia, por cierto- una realidad tan lamentable, como es la corrupción.
Desde sus blindadísimos escaños, quienes se erigen como representantes de los ciudadanos –ostentando tal título para aquello que les interesa- se afanan por extender un mensaje de salvadores de la patria, de hacedores de superpolítica, para intentar tranquilizar, sin éxito, a la marea ciudadana cada vez más harta de engaños, fanfarronerías y algaradas absurdas.
En otro momento, los ciudadanos hubiéramos agachado la cabeza, pero ahora, concienciados del poder que ostentamos, podemos exigir lo que merecemos, que no es más que unos políticos serios, honestos y coherentes. Los españoles merecemos esto y no una tropa vacilante que al tiempo que se acusan son capaces de guardarse las espaldas unos a otros con tal de no enfangarse por motivos similares o peores. El panorama está crudo.
Es así, que cada vez se vuelve más necesaria una hecatombe de conciencias, una auténtica metamorfosis capaz de devolver el honor y el respeto a unas instituciones que se van a pique, y de cuya destrucción se han encargado, personalmente, quienes las forman. Los políticos, a quienes hemos elegido para representarnos, ignoran la importancia y el valor de esta tarea, que se toman ahora como un divertimento que les proporciona una ingente cantidad de dinero por hacer no sabemos muy bien qué.
Los dirigentes de los partidos políticos deben respetar a su electorado y no faltarle reiteradamente al respeto, como está de moda. Son ellos, y no otros, quienes tienen que tomar cartas en el asunto para cortar de raíz un problema como la corrupción, en vez de perder el tiempo temiendo a las nuevas generaciones de los partidos, que, al tiempo que se forman, están comprometidos con unas ideas, para convertirse en personas con sensibilidad, de estudio, con conocimientos, cultura, experiencia, centrados en una política en mayúsculas, real, y no en un vertedero de residuos altamente tóxicos, cuyos olores son camuflados para evitar que se note el intenso hedor a podrido que se respira en las calles; un tufo desagradable, vomitivo, que nos quieren vender como una romántica fragancia de calidad suprema. Y por ahí, señorías, no pasamos.

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