¡A las madres!

Por: Luis C. García Correa y Gómez

¡Las Madres! ¿Qué han hecho y harán por nosotros? ¿Qué haremos nosotros por ellas? Todo.
Por la gracia de Dios, tenemos dos madres: la Virgen Santísima – madre de Jesucristo y madre nuestra – y la madre que nos trajo al mundo.
A una le debemos la vida terrenal. A la otra la espiritual y eterna.
Ambas han aprendido la misericordia de Padre Dios. Esa misericordia es nuestro mejor y más valioso recurso, porque su compasión es nuestra salvación, el espacio donde nos sentimos seguros. Ahí encontramos el ejemplo y la fuerza para ser misericordiosos con los demás.
La Virgen María conoce, como nadie, el misterio de la misericordia divina, por eso la llamamos “Madre de misericordia”.
Y nuestra madre natural nos conoce y ama, como nadie.
¿Cuánta felicidad y orgullo debe sentir cualquier madre, joven o no tan joven, casadas o solteras?
La maternidad eleva a la humanidad, y a la propia madre, a la cumbre de la existencia.
Gestar y desarrollar un nuevo ser. ¿Hay algo mayor que ser padres?
La maternidad lleva  aparejada la bondad, el darse y amar apasionadamente.
Roguemos por los padres y las madres, así como por sus hijos.
Roguemos por la vida.
Démosles a nuestras madres el mayor cariño, con eterno agradecimiento. Nos han dado la vida.
Las madres son madres … ¿Qué más se puede ser? ¿Qué más se puede dar?
Una familia con hijos, unida, sólida y educada, es el cimiento firme sobre el que puede crecer una sociedad libre.
La maternidad y la familia merecen la atención y el apoyo por parte de los poderes públicos  y de los individuos particulares.
Gran parte de los problemas sociales y personales tienen su origen en fracasos o carencias familiares.
No hay nada mayor que ser madre.
Cuidémoslas, querámoslas y la vida personal, familiar y social serán lo que deben ser: un lugar lleno de amor y experiencia, tan necesarios para la plena felicidad y la libertad.
Ser madre es la grandeza.
Querer a las madres es el recreo de la nobleza
Benditas sean por siempre jamás, y nosotros sus amores, seamos buenos hijos y eternamente agradecidos.
Todo por una maravillosa obligación, la que nos obliga a ser participativos, no pasivos,  contribuyendo con nuestra honesto comportamiento al bien personal y familiar, y, como consecuencia, al bien social.

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