A Usted y al Espíritu Santo.

Por: Tomás Galván Montañez

Roma ha vuelto a situarse en el centro del mundo. Todas las miradas se dirigen estos días a la Ciudad del Vaticano, donde se ha producido la noticia, el acontecimiento. El Santo Padre Benedicto XVI anunciaba el pasado lunes, entre una nube repentina de confusión y conmoción, su “meditada” decisión de renunciar a su labor como pastor de la Iglesia Católica en el mundo.
No era aún mediodía cuando el Pontífice, visiblemente cansado y con ojeras, comunicaba una conclusión que le ha llevado tiempo y oración ante Dios, como él 
mismo reconocía. “Por falta de fuerzas”, dice el Santo Padre, “y con absoluta libertad”, deja libre la silla de San Pedro que, desde el 28 de febrero, quedará vacante a la espera de la elección de un nuevo Papa. No será hasta un día después cuando Benedicto, entonces como Joseph Ratzinger, se retire a un convento para un encuentro íntimo con el Señor. Es consciente de no poseer la capacidad necesaria para ejercer el ministerio petrino con el vigor que este requiere. Es preciso recordar su estado de salud: hace tres meses le cambiaron el marcapasos y ya su médico le había aconsejado no asistir a la JMJ que se celebrará en Brasil.

Es esta realidad la que me empuja, como 'joven JMJ', a dar las gracias a Benedicto XVI por varias razones.
Gracias, Santo Padre, por el que ha sido un pontificado humilde, comprometido y teológico. Un pastor que ha defendido con máxima coherencia que la 
razón y la fe pueden ir de la mano, que son un complemento mutuo, y que ni el relativismo atroz ni el fundamentalismo llevan a ninguna parte.

Gracias, estimado Pontífice, por legar a la Iglesia Católica de enseñanzas, de continuo aprendizaje a través de su sabiduría. Con usted, hemos reforzado la convicción de una fe renovada, afianzada en el Evangelio, tan necesaria siempre y en estos tiempos, aún más.
Gracias por motivarnos a aspirar a la perfección que solo Dios otorga. Nobles ideales a los que ascender con el corazón en la mano; confianza y amor, dejando a un lado la mediocridad con la que el mundo quiere adormecernos.
Usted se retira de su labor como pastor de la Iglesia, pero sabemos que rezará por ella y por nosotros, para que tengamos la suficiente fuerza para caminar a pesar de las 
dificultades. Se marcha enseñándonos, una vez más, la importancia de la sencillez, de la oración y del amor a Dios, ese que siempre reconforta.

Usted ha sido la luz que ha guiado en la Tierra a los católicos desde abril de 2005, y ahora se disipa entre las cortinas del tiempo con la misma humildad con la que llegó haría ahora 8 años. Su rostro esculpido, y su mirada profunda, sabia y cansada, no impiden ver el alma de un hombre que ha entregado su vida al servicio de Dios.
Y gracias a Dios y al Espíritu Santo por concedernos a pontífices con los recursos precisos para satisfacer las necesidades de la Iglesia en cada etapa.
Gracias.

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